REUEL MARC GERECHT Y RAY TAKEYH

La República Islámica de Irán llevó a cabo otro Festival de Caricaturas del Holocausto este mes, invitando al elenco de personajes despreciables de costumbre.

El Ministro del Exterior, Mohammad Javad Zarif tranquilizó al New Yorker diciendo que aunque el evento proseguiría, Irán se aseguraría que las “personas que han predicado el odio racial y la violencia no sean invitadas.” Evidentemente, Zarif cree que hay negadores del Holocausto que no albergan “odio racial.”

Como comentó una vez el presidente iraní Hassan Rouhani a Christiane Amanpour de CNN, el Holocausto — la cuestión de si ocurrió y las dimensiones de la matanza — es realmente “un tema para que iluminen los historiadores e investigadores.” Los crímenes contra la humanidad son malos, advirtió Rouhani, mientras rápidamente se deslizaba sobre la malevolencia anti-judía de los nazis a crímenes similares cometidos hoy, no dejando dudas a un público meso-oriental de que estaba hablando acerca de Israel. Entre la élite gobernante de Irán, la negación del Holocausto y las teorías de conspiración acompañantes acerca del poder judío son omnipresentes y diversas, pero todas ellas tienen intención estratégica. El antisemitismo no sólo es central para la identidad del régimen; está también vinculada intrincadamente a su propaganda de poder blando dirigida al mundo musulmán en general, especialmente a los árabes.

El antisemitismo fue parte de la concepción de Irán. El padre de la revolución, ayatolá Ruhollah Khomeini, pasó mucha de su vida consintiéndolo. En la interpretación de Khomeini, los judíos, siempre poco confiables en la historia islámica, son sustitutos del imperialismo occidental que han desplazado a los musulmanes palestinos e incluso distorsionaron los textos de las escrituras del Islam. El odio de Khomeini hacia Israel excedía incluso su desdén por Estados Unidos. Estados Unidos era una potencia imperial perniciosa y seductora. Pero fue la conducta de Estados Unidos, no su existencia, la que discutieron los mulás. Israel, por el otro lado, era una entidad ilegal para Khomeini, sin importar sus políticas reales y comportamiento. Ningún acuerdo de paz o acuerdo negociado con los palestinos agraviados podría mejorar esta ilegitimidad esencial. Israel debe ser borrado del mapa.

Desde la muerte del ayatolá, han continuado las campañas de Teherán para deslegitimar al estado judío, no importa quién haya estado al mando entre la élite gobernante. Ya sea que son los alineados detrás de Ali Khamenei (sucesor de Khomeini), los pragmáticos revolucionarios respaldando a Rouhani o los izquierdistas islámicos que una vez se concentraron detrás del presidente reformista Mohammad Khatami, las actitudes hacia Israel y el Holocausto han permanecido constantes. Para ellos, el Sionismo es una ideología racista, excluyente que debe ser enfrentada no sólo por los musulmanes sino también por todos aquellos a los que les importan los derechos humanos. La propaganda de Irán insiste en que el Sionismo fue impuesto sobre la región por la fuerza de las armas, sostenido por el derramamiento de sangre y perpetuado por políticos estadounidenses cobardes agradecidos con los grupos judíos locales.

Khamenei ha ido tan lejos como a afirmar que para asegurar la obediencia de los políticos de Estados Unidos, “estos sionistas capitalistas los sobornan y amenazan.” Aún más: Estos señores supremos judíos estadounidenses “han asesinado a algunos de sus grandes funcionarios de alto rango.” El antisemitismo en Irán es un viaje orwelliano de ideología, donde los sermones y conferencias feroces llamando a la aniquilación de Israel y negar el Holocausto se han vuelto el idioma aprobado de la república islámica.

En los asuntos exteriores, este antagonismo con Israel hace cumplir los reclamos de liderazgo regional del régimen clerical, especialmente en una época en que el mensaje ecuménico de los mulás a los musulmanes suníes ha estado comprometido por el rol de Irán en provocar y sostener la guerra sectaria en Siria, Irak y Yemen. El ataque antisemita de Irán es una de las pocas armas discursivas que pueden desplegar los clérigos que tiene amplio atractivo popular entre los musulmanes suníes. Los líderes árabes pueden imaginar acuerdos con Israel, pero muchos de sus representados odian la idea, especialmente en Egipto, el cual tiene una paz fría con Israel, y en Arabia Saudita, donde los realistas cortejan no oficialmente a funcionarios israelíes en un gran juego para contrarrestar a los mulás.

En particular, Irán necesita del antisemitismo y conferencias de negación del Holocausto que blanden sus credenciales islámicas para competir contra la maquinaria de propaganda saudí, que está corriendo a toda máquina contra los chiíes, describiendo a los iraníes como herejes musulmanes y usurpadores persas mirando las tierras árabes. Desde su red global de púlpitos y canales de televisión satelital árabes, los saudíes llaman a los fieles contra un Irán rapaz y sus insurgentes chiíes haciéndose cargo de los asientos antiguos de las civilizaciones árabes en Bagdad y Damasco.

Y el antisemitismo del régimen clerical empeorará a medida que disminuyan las recompensas del acuerdo nuclear. Los mulás ya no tienen que preocuparse más por cómo el odio a los judíos por parte del régimen juega en el Occidente — el personaje bufonesco del ex presidente Mahmoud Ahmadinejad se ha ido y las sanciones están cayendo. Zarif, educado en EE.UU., es adepto a manejar a funcionarios y periodistas occidentales. En sus manos capaces, los festivales del Holocausto se han vuelto una razón más para apoyar a los “moderados” de Rouhani. Y el oprobio occidental no reforzado con sanciones sólo afirma la corrección y utilidad de la visión mundial anti-judía de los mulás. Para las mentes musulmanas lo que más importa es la guerra, y el régimen clerical tiene intención de explotar el antisemitismo por todo lo que vale.

Fuente: The Washington Post
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México