Sólo 124 segundos. Fue el tiempo que necesitó Joe Luis para literalmente pulverizar a su contrincante Max Schmeling, a quien desaconsejaron enfrentarse al púgil, conocido como «El bombardero de Detroit». Louis era «la gran esperanza negra» en un deporte dominado por blancos.

DAVID SOLAR

Hace ochenta años, el 19 de junio de 1936, los puños de Max Schmeling perforaron la deficiente guardia de Joe Louis y le tumbaron en el cuarto asalto. Aunque prosiguió la lucha, las contras de Louis demoledoras, como la que le cerró el ojo izquierdo… así se llegó al duodécimo asalto, en el que se desplomó. KO. La pelea, considerada «combate del año» por «The Ring Magazine», desinfló un tanto la carrera de Louis, «el Bombardero de Detroit», considerado a sus 22 años el mejor boxeador del momento. La crítica le reprochó que en su preparación hubiera habido más golf que gimnasio, más chicas que sparrings y más fiestas que trabajo. Para Schmeling, lo contrario: miles de telegramas, entre ellos los de Hitler y Göbbels: «Acepte mi más cordial felicitación por su extraordinaria victoria. Hitler» y «Sé que has combatido por Alemania. La tuya es una victoria alemana. Todos nos sentimos orgullosos de ti. Heil Hitler. Göbbels».

Maximilian Schmeling (1905) había nacido en un hogar campesino de Pomerania, al este de Alemania. La familia emigró a Hamburgo en busca de trabajo y allí vio Max su primer combate de boxeo, interesándole tanto que se inscribió en un gimnasio. Tenía 15 años y era un chaval grande, moreno, tranquilo y muy sensato. A los 18 años alcanzó el campeonato amateur alemán de los semipesados y para mejorar la economía familiar accedió al profesionalismo, donde logró los títulos alemán y europeo de los semipesados y pesados. Su 1,85 de estatura y 82-85 kilos no impresionaban a rivales mucho más grandes, pero Schmeling superaba a casi todos en inteligencia, técnica, rapidez, entrenamiento, vida sana y estudio de sus combates.

Peleas bien pagadas

En Europa escaseaban los rivales y el dinero, por lo que, en 1928, inició su aventura americana en busca de peleas bien remunerados. En Estados Unidos, hasta 1933, libró diez combates (8 victorias y 2 derrotas), ganando y perdiendo el título mundial de los pesados y recibiendo un duro correctivo de Max Baer, en junio de este último año.

Sus actuaciones –dos de ellas calificadas como «combate del año» por «Ring Magazine»– le dieron notoriedad y dinero, aumentado por su austeridad y olfato para los negocios. Uno de sus éxitos fue la conquista de la bella actriz Anny Ondra, estrella rutilante de la época, que sería su esposa desde 1933 hasta su muerte, en 1987.

Hitler, en el poder desde enero de 1933, estaba interesado en el boxeo como deporte formativo para la juventud y trató de atraerse a Schmeling, pero el púgil repudiaba las persecuciones nazis contra judíos y enemigos políticos; su experiencia viajera le otorgaba una visión privilegiada de la peligrosa dictadura que había caído sobre su país y, además, Anny Ondra los odiaba: había padecido el acoso del mujeriego Göbbels y, como lo rechazara, los problemas se sucedieron desembocando en el cierre de su productora y en su definitivo abandono del cine.

El matrimonio se alejó de Berlín y asistía a las invitaciones del Führer si no había más remedio. Max cuidaba sus negocios, se entrenaba y boxeaba: cinco combates en 1934/35 (3 victorias, un nulo y una derrota), dos de ellos con el español Paulino Uzcudum, que le arrancó un nulo.

En 1936, Schmeling quiso aprovechar su último fulgor para disputar el título mundial, pero antes debía enfrentarse a Joe Louis. Se lo desaconsejaron, pero él se empecinó asegurando que tenía un sistema para compensar las diferencias de edad y velocidad. Había estudiado los combates de «el Bombardero» y observado que bajaba su izquierda cuando golpeaba con la derecha, desprotegiendo su defensa.

El combate, celebrado el 19 de junio de 1936, suscitó extraordinaria expectación. Se vendieron las 70,000 localidades del Yankee Stadium de Nueva York y numerosas emisoras de radio retransmitieron el evento no sólo a los Estados Unidos, sino también a Europa, donde la pelea también interesaba: se enfrentaban dos grandes púgiles, pero, además, otros factores incrementaban su relevancia: Louis era «la gran esperanza negra» en una categoría dominada por púgiles blancos desde hacía veinte años, y Max Schmeling era súbdito de una dictadura racista, antisemita y belicista. Él ni era nazi ni antisemita –su mánager en Estados Unidos era judío, Joe Jacobs–, sin embargo, se le presentaba fotografiado junto a Hitler y muchos esperaban que fuera molido a puñetazos por el joven negro.

Pero ocurrió lo contrario, la sorprendente victoria de Schmeling , recibido triunfalmente en Alemania y agobiado por homenajes políticos de los que no pudo escabullirse hasta que la llegada de los JJ OO de Berlín de1936 le situaron en un segundo plano, permitiéndole dedicarse a sus asuntos: disputar tres combates victoriosos y preparar el asalto al mundial, de nuevo frente a Joe Louis, fijado para el 22 de junio de 1938. «La pelea de la década» («Ring Magazine») lo fue sin duda en la propaganda. La prensa nazi exaltaba al superhombre ario, avergonzando a Schmeling, que rechazó tales insensateces, pues «sólo era un deportista». Y en el mismo plano, Estados Unidos: del púgil alemán, antes simpático, se dijo que era un nazi fanático, antisemita, íntimo de Hitler. El presidente Roosevelt, que dos años antes no saludó al extraordinario atleta Jesse Owens, «para no comprometer sus resultados electorales en el sur», se fotografió con Louis y dejó en sus puños el orgullo del país. Y no hubo sorpresas. Louis, pulidos sus defectos y extremada su preparación, lanzó una lluvia de golpes que no pudo contrarrestar Schmeling y, cuando apenas había transcurrido un minuto, dobló la rodilla; se levantó, pero volvió a la lona antes de llegar al minuto dos; al terminar la cuenta arbitral recibió otra andanada de golpes que le noquearon definitivamente. «La pelea de la década» había durado 2’04”en los cuales Schmeling recibió 31 puñetazos y sólo pudo colocar dos. Alemania quedó sobrecogida: la gran esperanza aria había sido vencida, pulverizada, humillada.

Schmeling regresó por la puerta de atrás y se retiró a su casa, aunque en otoño regresó a Berlín para preparar un combate con el título alemán de los pesados en juego. Y en su hotel se hallaba el 9 de noviembre, cuando se desató la ordalía antisemita de «La noche de los cristales rotos», en la que fueron incendiadas casi todas las sinagogas de Alemania, unas 70,000 tiendas y asesinados cerca de dos centenares de judíos y unos 30.000, detenidos… En aquel horror, Max Schmeling escondió en su suite del hotel Excelsior a los hijos de un conocido, los hermanos Werner y Henry Lewin, a los que logró sacar de Alemania y enviar a Estados Unidos. Los Lewin hicieron pública esta historia en 1989, invitando a Schmeling a visitarlos en Las Vegas, donde fue condecorado, ya con 84 años, por la Fundación Raoul Wallenberg.

Un mes antes de que estallara la Segunda Guerra Mundial (1 de septiembre de 1939) recuperó el título alemán de los pesados en su último combate profesional. Luego supo el precio de sus desaires al nazismo y a Hitler: fue destinado a tropas paracaidistas y pudo participar en una decena de operaciones de altísimo riesgo, incluyendo la toma de Creta, donde sufrió graves heridas.

En los estertores de la guerra logró sacar a su esposa del Este, afincándose con ella en territorio occidental, donde en 1947-48 volvió a boxear (tres victorias y dos derrotas) para sobrevivir económicamente demostrando que aún conservaba su talento y el cariño de los aficionados. Su vieja fama en EE UU, su trayectoria limpia de nazismo y su talento comercial le procuraron la distribución de Coca-Cola, con la que rehízo su fortuna, convirtiéndose en uno de los más importantes embotelladores de refrescos de Alemania. Falleció en 2005 rodeado del respeto de sus compatriotas, que en 1987 le eligieron como el mejor deportista alemán de todos los tiempos y en 1996, fue inaugurado en Berlín un recinto multiusos con capacidad para 8.500 espectadores con el nombre de Pabellón Max Schmeling.

Contrincantes y sin embargo amigos

El campeón alemán humilló a Joe Louis en el combate de 1936 e hizo tambalear su fulgurante carrera; dos años después, el norteamericano mandó a Schmeling al hospital tras haberle propinado una descomunal paliza en sólo 124 segundos. No volverían a verse hasta los años sesenta, con Louis ya retirado, arruinado y enfermo. Dicen que se saludaron como buenos amigo e incluso que Schmeling le dijo algo así: «Fue una suerte que me vencieras; si hubiera ganado yo en 1938 el nazismo me hubiera convertido en un ídolo del régimen y, quizás, hubiera sido juzgado en Núremberg». Schmeling ayudó económicamente a su antiguo rival e, incluso, cuando Louis falleció en 1981, viajó a Estados Unidos, fue uno de los portadores del féretro y corrió con los gastos del funeral.

Fuente:cciu.org.uy