THE WALL STREET JOURNAL

El Estado Islámico se expande entre la enorme población musulmana del Sur de Asia.

No ha pasado ni un mes desde que el Estado Islámico mató a 49 personas en un club nocturno en Orlando, Florida, y menos de una semana desde que asesinó a 45 en el aeropuerto de Estambul, y ahora el Estado Islámico está adjudicándose otra matanza. Esta vez el ataque llegó el viernes en Bangladesh, en un café en el barrio diplomático de Dhaka, matando a al menos 20 civiles y a dos policías. Seguramente seguirán más de tales ataques a medida que el Estado Islámico haga incursiones en la enorme población musulmana del Sur de Asia.

Como es usual con el Estado Islámico, ese ataque se distinguió por el salvajismo y propaganda. Siete terroristas irrumpieron en la cafetería el viernes por la noche y exigieron que los clientes recitaran versículos del Corán. Los que fallaron—incluidos nueve italianos, siete japoneses, dos indios y posiblemente un estadounidense—fueron torturados y hechos pedazos. Los asesinos luego pasaron la noche subiendo sus atrocidades en los medios sociales y dando cátedra a los musulmanes sobre la polución moral occidental. Seis de los siete fueron ejecutados cuando las autoridades atacaron el café a la mañana siguiente, y uno fue capturado.

La policía identificó rápidamente a los atacantes como bangladesís, en su mayoría bien educados y de familias ricas. Bravo, una vez más, para la teoría que la pobreza y desesperanza son la causa del terrorismo. El Estado Islámico es un movimiento religioso e ideológico de fanáticos musulmanes.

El ataque quitó también sentido al error del Primer Ministro Sheikh Hasina en reconocer que los yihadistas internacionales están reclutando y llevando a cabo ataques terroristas en Bangladesh. Como destacamos el mes pasado (“Bangladesh y los yihadistas,” Junio 16), la administración Hasina ha buscado poner la culpa por el asesinato de 40 activistas, intelectuales laicos y minorías religiosas durante los últimos tres años sobre islámicos conectados con el opositor Partido Nacionalista Bangladesí.

Eso ha resultado en el arresto de miles de activistas del PNB en barridos de seguridad. Pero el gobierno ha perdido más que nada el ascenso de grupos yihadistas locales tales como Ansar al-Islam, conocido también como Ansarullah Bangla Team, que usa las redes sociales para radicalizar a los hombres jóvenes de clase media y se cree tiene vínculos con grupos terroristas en el exterior.

Dada la sofisticación del ataque en la cafetería, no nos sorprendería enterarnos que al menos uno de los atacantes haya pasado tiempo con el Estado Islámico en Siria o Irak. Cinco de los atacantes ya estaban en una lista de buscados, significando que el gobierno está comenzando al menos a mirar en los lugares correctos. El mes pasado fueron arrestados otros 120 islámicos.

Bangladesh ha hecho importantes avances económicos convirtiéndose en un centro global para la industria de la confección. Matar a extranjeros que trabajan para esa industria—muchos de los italianos asesinados el viernes eran empresarios de la indumentaria—sin dudas es parte de la estrategia del Estado Islámico de hacer del mundo musulmán una zona de exclusión para el turismo e inversión. Esa es aún más razón para que las autoridades de Bangladesh entiendan bien la naturaleza de la amenaza en expansión que enfrentan.

El ataque en Dhaka es también un recordatorio que el Estado Islámico se está expandiendo globalmente a un ritmo mucho más rápido que el que Estados Unidos está derrotando en su patria siria e iraquí. Dos bombas más del Estado Islámico tomando como blanco a familias y gente joven mataron a al menos 115 en Bagdad el domingo. La amenaza yihadista es global y está creciendo, y no puede ser combatida en forma adecuada, mucho menos ganada, hasta que un presidente estadounidense sea honesto acerca del peligro.

Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México