IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – La reciente visita de Benjamín Netanyahu a África vuelve a poner sobre la mesa un tema demasiado interesante: la posibilidad de que alguna “tribu perdida” de Israel no esté tan perdida, sino que esté en África.

África se está abriendo a Israel. El gobierno de Netanyahu sigue anotándose éxitos diplomáticos, y en esta ocasión ha quedado confirmado que Israel pronto encontrará buenos y duraderos aliados en varias naciones africanas. No es algo nuevo: Israel ya ha ofrecido un apoyo notable en temas como tecnología agropecuaria de punta, y todo va encaminado hacia un reforzamiento muy amplio de los vínculos políticos, comercialest, tecnológicos y culturales entre África y el Estado Judío.

Pero el asunto no termina allí. Incluso, podríamos decir que se trata de un romance que ya se venía anunciando desde hace mucho tiempo. Sin exagerar, desde siempre.

El asunto tiene que ver con las “tribus perdidas de Israel”, un tema en el cual la leyenda, la realidad, la exageración y muchos misterios por descifrar, se vuelven y revuelven de un modo sorprendente.

Empecemos por dejar en claro lo que es un hecho histórico: no existen “tribus perdidas de Israel”. Esta noción –más arraigada en el Cristianismo que en el Judaísmo– asume que los asirios destruyeron por completo al Reino del Norte (Samaria) en el ao 722 AEC, y enviaron a toda la población –diez tribus– a un exilio del cual nunca regresarón. Sus descendientes se asimilaron a las poblaciones locales y finalmente se transformaron en grupos que ya no compartieron la identidad “judía”. Desde esa lógica, “judío” es el descendiente de la tribu de Judá en general, o de la tribu de Benjamín como complemento.

Es una visión completamente inexacta.

En primer lugar, es un hecho arqueológicamente demostrado que antes de la invasión asiria, una gran cantidad de israelitas del norte buscaron refugio en el Reino del Sur. Las excavaciones realizadas por Israel Finkelstein han comprobado que hacia mediados del siglo VIII AEC la población del Reino de Judá se duplicó, en el más modesto de los casos. Probablemente, hasta se triplicó o cuadruplicó. Eso significa que para cuando los babilonios destruyeron el antiguo Reino de Judá, la mayor parte de la población ya era “mixta”, o para ser más precisos, descendiente de TODAS las tribus de Israel, no sólo de las dos del sur (Judá y Benjamín).

En segundo lugar, los asirios no se llevaron a toda la población. De hecho, se llevaron a un contingente más bien minoritario (entre 25 y 30 mil, según los propios registros asirios). El resto de la población permaneció en el lugar; una parte dio lugar a un mestizaje del que luego surgió el grupo que hasta la fecha se identifica como Samaritano, y otros simplemente se asimilaron al Reino Israelita que sobrevivió otro siglo y medio: el de Judá.

En tercer lugar, cuando Ciro el Persa se convirtió en el amo y soberano de todo Medio Oriente, TODOS los israelitas quedaron bajo un mismo dominio político. El Imperio Asirio logró una expansión muy superior a la que, posteriormente, logró el Imperio Babilónico. Por ello, muchos exiliados del Reino del Norte (las Diez Tribus) nunca vivieron bajo dominio babilónico. Pero los persas conquistaron la totalidad del territorio que alguna vez habían dominado los asirios, lo mismo que el que en su momento capturaron los babilónicos. Por ello y por primera vez desde la muerte de Salomón, TODOS los israelitas (descendientes de las tribus del norte o de las del sur) quedaron sometidos a la misma autoridad.

Esto significa que cuando Ciro decretó que los judíos podían volver a su hogar ancestral, los descendientes de los israelitas del Reino del Norte también se vieron beneficiados. La prueba está en la Biblia: I Crónicas 9:3 registra de manera explícita que miembros de las tribus de Menashé y Efraim se establecieron en Jerusalén después del exilio.

Debido a ello, sucede un fenómeno interesante en la literatura profética de la Biblia: profetas anteriores al exilio en Babilonia, como Isaías, anunciaron que algún día los exiliados del norte se reunificarían con los del sur (por ejemplo, en Isaías 11). Todavía durante el exilio, profetas como Ezequiel insistieron en el asunto (véase su capítulo 37). Sin embargo, después del regreso del exilio en Babilonio NINGÚN profeta volvió a hablar del asunto. ¿Por qué? Simple: porque las tribus se reunificaron.

Por eso, al grupo se le empezó a llamar YEHUDI, y no BENEI YEHUDÁ. La diferencia es importante: Yehudí es un toponímico; es decir, un apelativo que se deriva de un territorio; Ben Yehudá es un patronímico, o un apelativo que se deriva de un nombre. Yehudí (judío) significa, por lo tanto, “originario de Judea”. Ben Yehudá es el término para designar al “descendiente de la tribu de Yehudá (Judá)”. Luego entonces, la noción de que los judíos somos “los descendientes de la tribu de Judá” es errónea. Los judíos somos descendientes de TODAS las tribus del antiguo Israel.

Por ello, en estricto se puede decir que no hay “tribus perdidas”.

Eso no significa, por supuesto, que no haya “exiliados”. Es decir, israelitas o descendientes de israelitas que, por una u otra razón, nunca regresaron a Judea, o no se reintegraron al pueblo judío.

La literatura judía, desde el libro de Isaías hasta el Talmud, los mencionan y dan pistas sobre dónde se establecieron. El Talmud y otros textos de la tradición rabínica los ubican en las zonas de Irán y más hacia el este. Isaías, casi un milenio antes, los ubica en ese mismo lugar, pero también en África, “más allá del río Sambatión”.

Diversos grupos en una amplia zona que se extiende desde África hasta Asia conservan relatos tradiconales gracias a los cuales se identifican a sí mismos como descendientes de alguno de los grupos de exiliados israelitas.

En los últimos años, el grupo que más llamó la atención fue el de los Benei Menashé, un grupo de claros rasgos mongólicos y natural del norte de la India, pero que apelaban a tener su origen en la tribu israelita de Menashé. Un grupo de especialistas se dedicó a analizarlos en todo sentido, y su dictamen final fue que sí había elementos confiables para aceptar que, en mayor o menor grado, eran de origen israelita. En consecuencia, recibieron todo el apoyo de los rabinatos israelíes, procesaron su conversión al Judaísmo moderno, y poco a poco se han establecido en Israel como nuevos olim (inmigrantes judíos amparados por la Ley del Retorno). Hoy por hoy, están en pleno proceso de asimilación a la sociedad israelí. En términos históricos, han vuelto a casa.

Pero volvamos a África, porque allí también se conocen grupos que tienen ese mismo reclamo.

El caso más conocido es el de los Falashas o judíos etíopes. Su vínculo con el Judaísmo está tan fuera de duda, que a partir de 1979 el gobierno de Israel implementó un operativo para sacarlos clandestinamente de Etiopía. De los aproximadamente 130 mil que hay en todo el mundo, ya sólo quedan en África no más de 9 mil, otros mil en los Estados Unidos, y el resto –la abrumadora mayoría– son parte de la sociedad israelí.

No es un caso aislado en Etiopía. El propio emperador etíope Haile Selassie se consideraba descendiente directo del Rey Salomón y la Reina de Saba, y uno de sus títulos siempre fue “León de Judá”.

Pero la última nota la dio Su Majestad el rey F. A. Aji, rey de Togo –Doctor en Teología y según algunas fuentes converso al Judaísmo–, que de visita en Israel solicitó a las autoridades religiosas que reconozcan a Togo –literalmente– como una nación judía.

La petición se basa en que, de acuerdo a muchas de sus tradiciones locales, sus habitantes son descendientes de las “tribus perdidas” que se establecieron “más allá del Río Sambatión”. Por ello, para la sociedad togolense es bastante normal seguir normas dietéticas muy similares al Kashrut, respetar el Shabat y practicar la circuncisión.

La idea, evidentemente, sería hacer de Togo la segunda nación judía del mundo.

Hay otro caso que ha llamado la atención de varios especialistas: los llamados Lembas, naturales de Mozambique.

Este grupo también se considera descendiente de alguna “tribu perdida”, y según las investigaciones que en su momento llevó a cabo Tudor Parfitt, se puede identificar un origen semítico para este grupo. Al igual que los togolenses, observan una variante del Kashrut y circuncidan a los varones.

El caso de los Lembas llegó a ser tan llamativo que se les aplicaron exámenes genéticos, y se pudo determinar que el clan que está a cargo de la conducción espiritual de toda la tribu, identificado como los Buba, tiene presente el llamado “gen Cohen”, una cápsula de información genética que conservan hasta la fecha la mayoría de los judíos identificados como Kohanim, tanto sefaradíes como ashkenazíes. Ello demuestra que, efectivamente, hay un antecedente israelita en este grupo.

Por unas razones o por otras, muchos grupos en África están volteando hacia Israel, pero también hacia el Judaísmo.

Muchos políticos y líderes religiosos israelíes lo saben, y empiezan a hacer sus cálculos.

Es un fenómeno muy similar al de los latinoamericanos que se consideran descendientes de los judíos obligados a convertirse al Catolicismo entre los siglos XIV y XV, y que en muchas ocasiones también están buscando la conversión al Judaísmo.

Si todos estos grupos, en uno y otro continente, realmente optaran por la integración plena al pueblo de Israel –religiosa, cultural y políticamente– la población judía se incrementaría como nunca en la Historia, y el Judaísmo superaría de manera definitiva su perfil de “religión nacional” para alcanzar una verdadera dimensión internacional.

Es un reto para las autoridades religiosas judías, porque nunca en la Historia se ha dado una situación semejante.

¿Se trata de un preludio a la redención mesiánica? Muchos lo ven así. Consideran que este avivamiento judaico no es otra cosa sino el cumplimiento de la añeja predicción de que D-os habrá de traer “desde las cuatro esquinas” del mundo a todos los israelitas dispersos.

Más allá del misticismo de esa idea, lo cierto es que es un preludio a un romance anunciado entre Israel y África, que puede cambiar la realidad tanto para los israelíes como para muchos africanos, y transformarse en el inicio de muchas cosas buenas.

Y si en estos grupos verdaderamente sigue pesando la herencia del antiguo Israel y eso los motiva a integrarse al Judaísmo, lo único que podemos hacer es saludarlos efusivamente.

Bienvenidos a casa.