WARREN KOZAK

Desde una llegada al Bajo Manhattan en el año 1900 al transportador espacial Endeavor en tres generaciones.

El 4 de julio del año 1900, Samuel Hoffman y su padre, Moshe, caminaron a través de la rampa de un transbordador que se deshizo de ellos en forma poco ceremoniosa, junto con un gran grupo de compañeros inmigrantes, en un muelle sobre la calle 14 en Manhattan. El Día de la Independencia para estos recién llegados significaba la liberación de la Rusia zarista.

Los neoyorquinos estaban acostumbrados a ver inmigrantes confundidos, recién llegados caminando a través del bajo Manhattan, pero estos dos sobresalían. Era un día de verano abrasador y tanto el padre como el hijo vestían sobretodos de invierno y botas.

“Nuestras ropas y paquetes torpes sobre nuestras espaldas, mientras caminábamos por la calle 14 atraían la atención de todos hacia nosotros”, escribió Samuel Hoffman a la edad de 83 años en un relato para su familia. “Yo tenía 15 años de edad, desconcertado y casi superado por las escenas extrañas y desconocidas que se extendían y palpitaban alrededor de mi padre y de mí.”

Como la mayoría de los inmigrantes, ellos no podían hablar el idioma. Llegando de un pequeño pueblo en Rusia, nunca habían visto nada siquiera remotamente como la Ciudad de New York. Ellos podrían haber llegado de otro planeta. Todo lo que tenían para guiarlos era un pedazo de papel con la dirección de un pariente lejano que vivía en el Lower East Side.

Después de generaciones de pobreza extrema y persecución religiosa, Moshe y su más inteligente esposa, Yetta, habían decidido vender su casa y pedir prestado suficiente dinero para pagar por dos pasajes a Estados Unidos. El plan era que el padre y el hijo entonces ganarían suficiente dinero en el Nuevo Mundo para traer al resto de la familia. El hambre constante fue una marca registrada de la niñez de Samuel en Rusia. Su dieta diaria había consistido de un pedazo de pan negro y una papa sumergida en salsa de arenque para saborizar. Ocasionalmente había cebollas y rábanos y un vaso de leche para los niños. Así había sido durante generaciones y había poca posibilidad que eso cambiara alguna vez.

Rompiendo con la tradición, Yetta eligió enviar a Samuel en lugar de su hijo mayor. Aunque Samuel parecía aún más joven que 15 años, Yetta creía que a él le hiría mejor que a su hermano mayor. Ella conocía a su hijo.

No había ninguna ayuda gubernamental para la ola gigante de inmigrantes a Estados Unidos a finales del siglo XX.

En cambio, como todos los inmigrantes que habían llegado antes, ellos se valdrían por sí mismos. Ellos también se ayudaban unos a otros. El pariente lejano en el Lower East Side llevó con él a Samuel y Moshe, aun cuando, con tres hijos y dos internos en apenas tres habitaciones, eso era un desafío. Otro primo lejano, con una casa más grande en Brooklyn, enseguida los llevó con él hasta que pudieron permitirse una habitación propia.

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Samuel Hoffman poco después de llegar a los Estados Unidos desde Rusia en 1900.

Después de una serie de empleos que trajeron más dinero, y yendo a la escuela de noche para aprender inglés, Samuel inició su propio negocio. Compró nueve máquinas de coser a crédito y contrató empleados. Muchos negocios estaban cerrados para los judíos, pero la industria de la indumentaria parecía pertenecerles.

Después de dos años difíciles, durante los cuales el empresario de 20 años de edad trabajó 20 horas al día y perdió dinero, su negocio comenzó a mejorar. Contrató más empleados, compró más máquinas de coser y se mudó a espacios más y más grandes. Una experiencia terrible con un capataz sádico en uno de sus primeros empleos le había enseñado la importancia de tratar a sus obreros con respeto y a pagarles en forma justa.

Para el año 1915, apenas 15 años después que Samuel había llegado, su empresa de fabricación, S.L. Hoffman, ocupaba un edificio de siete pisos y una cuadra de largo y era el mayor productor de vestidos de mujer de bajo costo en Estados Unidos, proveyendo a Gimbels, Macy’s, Bloomingdale’s y Marshall Field’s. Samuel Hoffman finalmente formaría parte de juntas directivas de bancos e instituciones educativas.

Al final de su larga vida, Samuel creía que su verdadero éxito no se encontraba en la empresa sino en la familia. Su único hijo, Burton, se convirtió en un cirujano ortopedista. Sus nietos: dos doctores y dos profesores. Esta historia de inmigrantes podría ser como la de cualquiera de los millones de otros en Estados Unidos—gente llegando sin nada y teniendo éxito más allá de sus sueños—excepto por un detalle.

El segundo nieto de Samuel, Jeff Hoffman, para la angustia de su madre, eligió estudiar lo que sonaba como una disciplina con perspectivas de carrera menos que firmes: astrofísica. Pero funcionó. Noventa y tres años después que su abuelo y bisabuelo habían llegado al Nuevo Mundo llevando sus ropas de invierno a mediados del verano, Jeff Hoffman vistió otro tipo de indumentaria inusual, dejó el transportador espacial Endeavour, y flotó a 400 millas por sobre la Tierra en una misión para reparar el Telescopio Espacial Hubble.

El abuelo de Jeff Hoffman, quien murió en 1976, no vivió para ver el viaje de su nieto astronauta de 1993, pero las posibilidades son que Samuel, asombrado por su propio vuelo desde una choza de piso de tierra de habitaciones en Rusia, no se habría sorprendido. Cualquier cosa parecía posible en Estados Unidos, incluso navegar a través de las estrellas.

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México