IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – ¿Cuál es el vínculo del Apocalipsis de Juan con la literatura qumranita (Rollos del Mar Muerto)?

En la nota anterior, señalamos que la apocalíptica cristiana es muy distinta de la judía, salvo por el caso del Apocalipsis de Juan, un texto donde todavía se hacen presentes muchos rasgos literarios característicos de la apocalíptica judía, aunque reorganizados y matizados por una construcción teológica eminentemente cristiana.

Esta nos obliga a revisar el posible vínculo con la literatura de los esenios de Qumrán. ¿Por qué? Porque en la época de Jesús, ese grupo fue el único que –hasta donde la evidencia nos muestra– siguió elaborando documentos apocalípticos.

Para ponernos en contexto, hay que señalar los grandes rasgos de la historia del pensamiento apocalíptico judío. Este tipo de religiosidad disidente probablemente tuvo sus primeros brotes ya desde la etapa persa (siglos VI a IV AEC). Se conservan vestigios que podrían (y recalco: sólo podrían) remontarnos hasta esa etapa, pero sin ofrecernos pistas claras.

Lo que sí es seguro es que a partir del siglo III AEC este tipo de ideología se consolidó, y generó la aparición de la apocalíptica como género literario. De esta etapa datan las versiones clásicas de los textos apocalípticos judíos más relevantes, como los siete libros que luego serían conocidos como Libro de Enok, y probablemente también el Libro de los Jubileos.

El primer gran momento de auge fue alrededor de la Guerra Macabea, en el primer tercio del siglo II AEC. Pero de inmediato vino la primera gran decepción: los exaltados apocalípticos predijeron que esa guerra marcaría “el fin de los tiempos” y que de inmediato se restauraría a Israel plenamente, y ante su absoluto fallo, la apocalíptica se tuvo que relegar a un papel más discreto en la sociedad judía.

De hecho, los únicos que la siguieron cultivando fueron los esenios que se refugiaron en Qumrán. Allí se mantuvieron en un bajo perfil durante un poco más de un siglo, pero la radicalización de la sociedad judía a partir del tiránico reinado de Herodes el Grande puso otra vez a las creencias apocalípticas en un papel preponderante a nivel popular.

Este proceso continúo durante todo el primer siglo EC y hasta el inicio de la primera revuelta anti-romana (año 66), y para las épocas en las que se inició el Cristianismo, el pensamiento apocalíptico estaba muy impregnado en amplios sectores de la población judía, especialmente en los estratos populares.

Pero una cosa es hablar de creencias apocalípticas, y otra muy distinta de estilo literario apocalíptico. Esto último implica un refinamiento que no cualquier persona en la sociedad judía tenía. Entonces, por mucho que una gran cantidad de judíos de estrato popular pudiera mantener creencias apocalípticas, es un hecho que eso no los capacitaba para escribir libros apocalípticos. Como ya hemos señalado, la evidencia que disponemos nos señala que lo más probable, casi seguro, es que durante los siglos I AEC y I EC, el único lugar en el que se siguieran escribiendo libros apocalípticos, fue Qumrán.

¿Qué tantas son las similitudes de estilo literario entre el Apocalipsis de Juan y la literatura de Qumrán?

Muchas, y ya están bien analizadas por los especialistas.

La que más ha llamado la atención es la que tiene que ver con la Nueva Jerusalén. El Apocalipsis concluye (capítulos 21 y 22) con el anuncio de la llegada de una “Nueva Jerusalén que desciende del cielo”; en Qumrán se han recuperado varios fragmentos de un libro dedicado específicamente a este tema (1Q32, 2Q24, 4QNJ-a, 4QNJ-b, 4QNJ-c, 5Q15 y 11Q18).

Está claro que tanto el Apocalipsis como el Rollo de la Nueva Jerusalén se basan en Ezequiel 40-48, una sección en la que el profeta describe un futuro Templo idealizado. Sin embargo, hay un detalle en el que el texto de Qumrán y el Apocalipsis de Juan se separan de Ezequiel: el tamaño de la ciudad. Es evidente una clara tendencia a la exageración.

Ezequiel describió un Templo cuyo tamaño es enorme, pero relativamente normal. El Templo como tal es prácticamente del mismo tamaño que el Segundo Templo de Jerusalén, remodelado por Herodes. La diferencia se da por las dimensiones del atrio, que en el caso de Ezequiel resultan en el doble de lo que tuvo el Templo de Herodes. En total, Ezequiel describe una construcción que equivale a entre 9 y 10 campos de fútbol modernos.

Al extenderse a la descripción de la ciudad, Ezequiel habla de una Jerusalén que mide alrededor 172 kilómetros cuadrados, lo que significa que esta ciudad idealizada habría sido seis veces mayor que la Jerusalén del tiempo de Herodes (es decir, un poco más pequeña que la moderna Jerusalén).

Pero dichas dimensiones se amplían en el Rollo de Qumrán. La ciudad visualizada por Ezequiel apenas equivale a un 40% de la ciudad visualizada en el Rollo de la Nueva Jerusalén, que mide alrededor de 480 kilómetros cuadrados. El Rollo de Qumrán describe con tal precisión el lugar, que sabemos que en el interior de la ciudad hay 28,800 casas en la zona residencial, y que en cada casa viven por lo menos 22 personas. Eso elevaría la población de la ciudad a unos 650 mil habitantes, cifra exagerada si tomamos en cuenta que en la época en la que se escribió sólo había unos 15 mil (actualmente hay un poco más de 800 mil; es decir: el Rollo de Qumrán prevé una Jerusalén muy similar a la actual en cuanto a tamaño y densidad de población).

Esta tendencia a exagerar los números se confirma en el Apocalipsis de Juan y en el Midrash del libro de las Lamentaciones de Jeremías.

En el Apocalipsis de Juan (escrito unos 150 o 200 años después del Rollo de Qumrán sobre la Nueva Jerusalén), la ciudad es de dimensiones sobre humanas. Su tamaño equivale a más de la mitad del territorio de los Estados Unidos, o a todo el Medio Oriente, incluyendo Turquía, Armenia, Siria, Líbano, Israel, Egipto y una buena parte de Arabia Saudita.

Un poco posterior es el Midrash de Lamentaciones, en donde se dice que en la Nueva Jerusalén habrá un total de casas equivalentes a 24 a la sexta potencia. Es decir, ¡177’278,976 casas!

Pero el Midrash no da más detalles. Es decir, se trata apenas de un eco de lo que fue la especulación apocalíptica cuyo texto más amplio y detallado es el Rollo de la Nueva Jerusalén, pero cuyas ideas básicas se encuentran presentes en el Apocalipsis de Juan.

Cabe señalar que en ambos textos (el qumranita y el del Nuevo Testamento) la ciudad entera está adornada y pavimentada con piedras preciosas.

Hay otra similitud mayor entre la literatura apocalíptica de Qumrán y el Apocalipsis de Juan, y tiene que ver con la idea de una guerra del Fin de los Tiempos, tras la cual vendrá la plena purificación del mundo.

De hecho, en gran medida este es el tema central del Apocalipsis: todas las plagas y juicios que se desatan contra el mundo llegan a su culminación en el capítulo 19, donde se menciona cómo todos los ejércitos de la tierra se reúnen para combatir contra Jesucristo y sus huestes.

Curiosamente, esa guerra final también es el tema central en prácticamente toda la literatura apocalíptica de Qumrán. Es obvio que la batalla final no se menciona en todos los textos, pero no cabe duda de que toda la obsesión apocalíptica qumranita gira en torno a la inevitabilidad de ese momento en que las huestes de la Luz habrían de enfrentarse con las huestes de las Tinieblas.

En Qumrán se recuperó un formidable manuscrito –acaso el último de gran importancia en elaborarse en Qumrán–, conocido como Rollo de la Guerra o La Guerra de los Hijos de la Luz contra los Hijos de las Tinieblas. Contiene una muy detallada descripción de la última confrontación entre las huestes de D-os y las huestes de Belial, forma en la que se simboliza la naturaleza diabólica de los enemigos de Israel (concretamente, los romanos).

Por supuesto, el Rollo de la Guerra qumranita es más prolijo y detallado que el Apocalipsis de Juan, pero tiene lógica: es todo un libro hablando de los últimos combates, mientras que en Apocalipsis apenas un capítulo describe esta confrontación del Fin de los Tiempos. De todos modos, lo relevante es el papel central que juega este tema tanto en el Apocalipsis de Juan como en todo el pensamiento apocalíptico de Qumrán.

Hay otro detalle singular: para el Apocalipsis de Juan, el período de “gran tribulación” en el que se enmarca esta guerra final tiene una duración de siete años; en el Rollo de la Guerra, esa es exactamente la duración de la primera fase de confrontaciónes entre judíos y romanos; es casi seguro que ambos casos tienen relación con lo que dice otro libro apocalítpico, el de Daniel, respecto a que la última de sus célebres 70 semanas tendrá como evento central la invasión de un pueblo extranjero en la que será destruido el Templo (y por eso resulta tan lógico que en otros textos se hable de un Templo nuevo), y no deja de llamar la atención que la primera guerra entre judíos y romanos duró exactamente siete años (desde 66 hasta 73, cuando fue aniquilado el último reducto de resistencia).

Por estos detalles mayores –y muchos otros más sencillos o pequeños– está claro que hay un vínculo ideológico y temático entre Qumrán y el Apocalipsis de Juan que, como ya señalamos al principio de la nota, se extiende al tema del estilo literario.

Veamos un ejemplo:

“ El ángel que me hablaba tenía una vara de medir de oro para medir la ciudad y sus puertas y murallas. La ciudad tiene cuatro esquinas, su longitud es igual a su anchura; y midió la ciudad con su vara, mil quinientas millas; su longitud, anchura y altura son iguales. También midió su muralla, ciento cuarenta y cuatro codos según las medidas humanas, que el ángel usaba. La muralla está construida de jaspe, mientras que la ciudad es de oro puro, limpio como el cristal. Las bases de la muralla de la ciudad están adornadas con todas las joyas: la primera era de jaspe, la segunda de zafiro, la tercera de ágata, lacuarta de esmeralda, la quinta de ónice, la sexta de cornalina, la séptima de crisolito, la octava de berilo, la novena de topacio, la décima de crisoprasa, la undécima de jacinto, la duodécima de amatista. Y las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas es una sola perla y la calle de la ciudad es oro puro, transparente como el cristal. Luego me llevó al interior de la ciudad y midió todas las manzanas de la ciudad. De largo y ancho medía cincuenta y una varas por cincuenta y una varas, trescientos cincuenta y siete codos a cada lado. Cada manzana tiene una acera alrededor, que bordea las calles, tres varas, esto es, veintiún codos. Así me mostró las medidas de todas las manzanas, entre cada manzana había una calle de seis varas de anchura, esto es cuarenta y dos codos. Las calles principales que iban de este a oeste eran diez varas. La anchura de la calle era de setenta codos en dos de ellas. Una tercera calle midió con dieciocho codos de ancho, esto es, ciento veinticuatro codos. La anchura de las calles que van del sur al norte, en dos de ellas, nueve varas, con cuatro codos para cada calle, lo que suma sesnta y siete codos. Midió la calle central en el centro de la ciudad. Su anchura era de trece varas y un codo, esto es, noventa y dos codos. Y cada calle y la ciudad misma estaban pavimentadas con piedra blanca”.

Si usted conoce el Apocalipsis de Juan, habrá reconocido que se trata de un fragmento del capítulo 21. Pero resulta que no todo el párrafo es parte del Apocalipsis de Juan. La segunda mitad es, en realidad, parte del Rollo de la Nueva Jerusalén recuperado en Qumrán. El estilo es tan similar, especialmente en ese dejo obsesivo y redundante a la hora de especificar las medidas, que basta con poner un fragmento detrás del otro para que parezcan tomado de un mismo libro elaborado por un solo autor.

Los fragmentos, ya separados, son estos:

“Luego me llevó al interior de la ciudad y midió todas las manzanas de la ciudad. De largo y ancho medía cincuenta y una varas por cincuenta y una varas, trescientos cincuenta y siete codos a cada lado. Cada manzana tiene una acera alrededor, que bordea las calles, tres varas, esto es, veintiún codos. Así me mostró las medidas de todas las manzanas, entre cada manzana había una calle de seis varas de anchura, esto es cuarenta y dos codos… las calles principales que iban de este a oeste eran diez varas. La anchura de la calle era de setenta codos en dos de ellas. Una tercera calle, que estaba al norte del templo, midió con dieciocho codos de ancho, esto es, ciento veinticuatro codos. La anchura de las calles que van del sur al norte, en dos de ellas, nueve varas, con cuatro codos para cada calle, lo que suma sesnta y siete codos. Midió la calle central en el centro de la ciudad. Su anchura era de trece varas y un codo, esto es, noventa y dos codos. Y cada calle y la ciudad misma estaban pavimentadas con piedra blanca” (del Rollo de la Nueva Jerusalén).

“El ángel que me hablaba tenía una vara de medir de oro para medir la ciudad y sus puertas y murallas. La ciudad tiene cuatro esquinas, su longitud es igual a su anchura; y midió la ciudad con su vara, mil quinientas millas; su longitud, anchura y altura son iguales. También midió su muralla, ciento cuarenta y cuatro codos según las medidas humanas, que el ángel usaba. La muralla está construida de jaspe, mientras que la ciudad es de oro puro, limpio como el cristal. Las bases de la muralla de la ciudad están adornadas con todas las joyas: la primera era de jaspe, la segunda de zafiro, la tercera de ágata, lacuarta de esmeralda, la quinta de ónice, la sexta de cornalina, la séptima de crisolito, la octava de berilo, la novena de topacio, la décima de crisoprasa, la undécima de jacinto, la duodécima de amatista. Y las doce puertas son doce perlas, cada una de las puertas es una sola perla y la calle de la ciudad es oro puro, transparente como el cristal” (del Apocalipsis de Juan).

Ahora hay que señalar una diferencia fundamental entre Qumrán y el Apocalipsis de Juan, y tiene que ver con la Nueva Jerusalén. Se trata de un detalle que ha llamado mucho la atención de los especialistas: la Nueva Jerusalén del Nuevo Testamento no tiene Templo, y se explica que “D-os mismo es su templo”.

En palabras de Florentino García Martínez, uno de los más destacados eruditos en Rollos del Mar Muerto, la Nueva Jerusalén del Apocalipsis de Juan carece de Templo porque es más bien una metáfora de la vida eterna. Y es correcto: aunque el bagaje del que se nutre el Apocalipsis de Juan es la apocalíptica judía que se desarrolló en Qumrán, la construcción teológica es diferente.

La manera más simple de entender esta dicotomía es asumir que el Apocalipsis se elaboró a partir de diversos textos qumranitas (probablemente fragmentados o incompletos), y por ello la similitud en el estilo literario, pero re-elaborando sus paradigmas teológicos porque el texto ya no era para nacionalistas judíos esperando una guerra física contra las legiones romanas, sino cristianos dispersos por todo el Imperio y sosteniendo una guerra muy distina, una de talante espiritual.

En la próxima nota vamos a hacer una rápida descripción del contenido del Apocalipsis y de su estructura, para luego proceder al análisis de su teología, contrastada con el estilo apocalíptico evidentemente de origen judío. Justo los detalles en los que se aprecia la trancisión desde lo judío hacia lo cristiano.