La Oveja Negra es nuestra nueva columnista: mujer de la Comunidad, joven e irreverente, nos acompañará cada semana con temas controversiales y pensamientos que distan mucho de ser políticamente correctos.

LA OVEJA NEGRA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO- Me acaba de salir un papelito en la galleta de la suerte del Sushi Itto que dice lo siguiente: “El matrimonio es algo a lo que se tiene que dedicar plenamente”, intenté jugar a agregarle el simpático “en la cama” al final, pero como que no funcionó. No sé, a veces siento que cualquier cosa que se relacione con el matrimonio es completamente inútil, excepto por los jueces civiles, ellos hacen su trabajo y ganan dinero “matrimoniando” gente, pero luego llegan los abogados que divorcian y regresamos a la misma historia… ni en la cama funcionó.

Y es que hoy, después de mucho tiempo de no ver a mis amistades universitarias, me reuní con ellos como adultos responsables para tomar café y platicar. Hablamos de muchas cosas; viajes, trabajo, familia, amigos, amoríos, acostones, pero nadie se atrevió a hablar del matrimonio. En el grupo somos 10 de entre 25 y 30 años, todos egresados de la misma universidad, de la misma carrera y con la misma enfermedad social: el antimatrimonio, que aunque es un término que acabo de inventar, seguro en unos meses la RAE lo incluye en su diccionario.

Les juro que esta sí fue mi galleta de la suerte y no por la tontería que dice el papelito, más bien, por la luz que trajo a mi mente y me hizo empezar a escribir, recuerden mis palabras: Esta galleta me va a hacer famosa.

Para entender lo que viene, hay tres cosas que deben saber de mi:
1. 27 años
2. Judía
3. Soltera

En mi pequeña pero ruidosa comunidad, el tren se me fue hace como ocho años, yo debí salir de prepa con, por lo menos, la ilusión del príncipe azul, el diseño del vestido blanco con toda la crinolina de La Parisina listo, el banquete aprobado para que 500 personas se quejen de la asquerosa comida que escogí, el ramo de orquídeas más grande y llamativo para regalarle a mi soltera consentida y la fecha de la ceremonia religiosa apartada, porque seguramente el día después de la graduación, todas mis compañeras de generación estarían formadas escogiendo la fecha más cercana a su siguiente periodo de ovulación, por eso de casarse para hacer hijos lo antes posible.

Una amiga en el café me platicó que tenía a esta compañera que no pudo esperar más por cumplir su sueño matrimónico y se casó cinco días antes de graduarse de prepa. Ella todavía recordaba las palabras del director: “nuestra compañera innombrable no pudo acompañarnos en esta ceremonia porque se encuentra de luna de miel”, y todos aplaudieron como si hubiese ganado una beca en Harvard. Qué orgullo han de haber sentido sus papás, dejar a medias algo que le tomó 18 años terminar, definitivamente, es digno de aplausos y festejo.

Recuerdo que yo salí de prepa con 18 años, mi carta de aceptación a la universidad, un amorío al otro lado del mundo y la única fecha que tenía segura para ese momento, era la de mi cumpleaños que aunque faltaban como 8 meses para que sucediera, mi countdown ya iba muy avanzado.

Mi principe azul de aquel entonces estaba en Israel viviendo la vida loca y no es que yo quisiera que regresara pronto, todo estaba muy bien y yo no necesitaba un hombre al lado, por favor, apenas 18 años, ¿quién, además de mis compañeras de la prepa, quiere atarse a un hombre tan pronto cuando todavía tienen tanto por conquistar? Yo no estaba lista y el mundo esperaba por mi para abrazarme.

Haciendo un análisis aproximado del estado civil de los 94 alumnos que se graduaron de la prepa con mi amiga en aquel junio de 2007; llegamos a los siguientes números: son setenta y cinco casados con hijos, 10 comprometidos, seis solteros y tres divorciados, ¿cómo la ven? Así es, tres divorciados a sus, apenas, 27 años.

Esta última cifra es la que más me desconcierta: son sólo tres, pero que parezca normal buscar un abogado para que te divorcie a los seis meses de haber contraído matrimonio a tus 27 años, es para alertarse. A mí, me gusta buscar boletos de avión, restaurantes ricos para salir a cenar, estrenos de películas, ropa usada y lo más cercano que tengo al mundo legal, es un primo abogado que me revisa los contratos del trabajo.

No soy quién para juzgarlos, pero me alegra mucho saber que siempre tuve claro que el matrimonio, más que resolver la vida de las personas, la complica y nos multiplica. Y si regresaron de luna de miel y no aguantaron ni un mes, confirmo mi teoría: el matrimonio es un contrato disfuncional incluso dedicándose plenamente… en la cama.