LOUIS RENE BERES

El plan de Trump para el ISIS podría ayudar a Hezbolá y perjudicar a Israel

El discurso reciente de política exterior de Donald Trump identificó a Israel como “el mayor aliado de Estados Unidos,” sin embargo sus propuestas expresadas para hacer frente al Estado Islámico (ISIS) sugieren lo contrario. Al estar de acuerdo con ponerse del lado de cualquier nación que se una a nosotros en la lucha contra el ISIS — la intención declarada abiertamente de Trump — Estados Unidos fortalecería simultáneamente a Siria, Irán y Hezbolá. Para Jerusalem, este tipo de cálculo estadounidense simplista representa inevitablemente una desventaja perjudicial.

De hecho, en la medida que permitiría en algún momento a Irán armar a la milicia chií Hezbolá con ciertas armas de destrucción masiva, podría incluso probar ser inequívocamente catastrófica.

Elaborar la política exterior de una nación nunca es una tarea para especialistas en marketing o expertos en relaciones públicas. Es, más bien, una tarea inherentemente compleja, una que pide un aprecio genuino de las interdependencias estratégicas matizadas, y de las correspondientes obligaciones legales. En lo que respecta específicamente a expectativas pertinentes del derecho, debe también tenerse en cuenta que el derecho internacional sigue siendo una parte integral del derecho de Estados Unidos.

No obstante, ha sido obvio que el candidato Donald Trump no está al tanto de la “Cláusula de Supremacía” del Artículo VI de la Constitución de Estados Unidos, la cual incorpora los tratados ratificados de Estados Unidos dentro del derecho interno estadounidense, y también de las decisiones asociadas de la Corte Suprema, especialmente el Paquete Habana (1900). Se desprende, con su sugerencia periódica que este país descuida intencionalmente normas de compromiso largamente codificadas, o el derecho de la guerra (por ejemplo, “matemos a las familias de los terroristas”), que Trump ha estado defendiendo violaciones notablemente flagrantes del derecho de Estados Unidos.

Trump tiene una opinión singular sobre las alianzas estadounidenses. Entre otros realineamientos planificados, él está dispuesto a trabajar estrechamente con Vladimir Putin en cuestiones aparentemente en común de combatir al ISIS. En principio, este espíritu cooperativo parecería tener sentido, especialmente cuando las dos superpotencias ya están al borde de una “Segunda Guerra Fría.”

Pero en esta disposición declarada, Trump ha ignorado deliberadamente el bombardeo de objetivos civiles en Siria por parte de Moscú, y su interés no disminuido en fortalecer a un Hezbolá anti-Israel.

Para Israel, esta milicia chií es ahora más peligrosa que la mayoría de los estados adversarios, y vastamente más insidiosa que el ISIS.

También, dejadas a un lado por Trump, han estado las recientes ofertas rusas a Turquía. Si Estados Unidos, a fin de ganarse el favor de Putin, hace la vista gorda a la importante inclinación del presidente turco Recep Tayyip Erdogan hacia un estado más islamista — la postura que precisamente ahora sugiere Trump —Israel podría entonces tener que cargar con el grueso de amenazas de seguridad en rápida expansión desde el norte. En este caso, casi por definición, un Israel debilitado tendría correspondientemente consecuencias de seguridad negativas para Estados Unidos.

Por alguna razón, estas consecuencias asombrosas no son consideradas en ninguna parte porTrump, aun cuando podrían incluir una vulnerabilidad potencialmente creciente de las armas nucleares estadounidenses almacenadas en la Base Aérea Incirlik en el sudoeste de Turquía.

En vista de estas cuestiones crucialmente descuidadas, ¿puede realmente tener algún sentido que Trump defienda una victoria sobre el ISIS a toda costa, aun si esta incluye tanto complicidad estadounidense en crímenes de guerra espantosos, y un debilitamiento corolario de nuestro más crucial aliado regional? El ISIS, no debe olvidarse, es apenas el síntoma particularmente visible de una enfermedad mucho más amplia y que subyace más seriamente; Estados Unidos e Israel finalmente tendrán que enfrentar a este enemigo en común o patología a niveles civilizacionales mucho más generales. Esto significa que aun cuando podría alguna vez ser anotada una victoria táctica contra el ISIS, Washington y Jerusalem todavía tendrían que hacer frente a elementos yihadistas en crecimiento constante en más de 50 países adicionales en todo el mundo.

Al final, esta guerra de civilizaciones tendrá que ser ganada en el nivel intelectual o analítico, antes de poder ser ganada en el campo de batalla literal. Los antiguos griegos y macedonios, escribiendo sobre la guerra en su propia época, hablaron siempre de una lucha titánica de “mente sobre mente”, y nunca de “mente sobre asunto.” En consecuencia, antes que Estados Unidos pueda ser genuinamente útil para “su mayor aliado”, el próximo presidente estadounidense tendrá que abstenerse de cualquier sustitución adicional de copia simplista de marketing o reflexión poco profunda para desafiar el pensamiento estratégico. En esta conexión, entre muchos otros factores, la atención estadounidense explícita tendrá que ser dirigida hacia la estrategia nuclear de Israel, incluso si esta debe permanecer deliberadamente “ambigua”, u oculta “en el sótano.”
Extrañamente, este factor estratégico singularmente importante no fue siquiera mencionado en ninguna parte en el discurso de política exterior de Trump.

Durante mis casi 50 años de enseñar relaciones internacionales en Princeton y Purdue, recordé a mis estudiantes en forma rutinaria que existen ejes de conflicto múltiples y entrecruzados en la política mundial. Entendido en términos del discurso de política exterior e Israel de Trump, este punto significa, entre otras cosas, que no debemos suponer que infligir daños selectivos a algún enemigo en particular es necesariamente en nuestros mejores intereses generales. Más bien, al calcular cuidadosamente los pasos óptimos a tomar al formular o volver a formular la política exterior estadounidense, nuestro próximo presidente debe tener en cuenta en forma insistente que lo que es apropiadamente dañino para un adversario o conjunto de adversarios (por ejemplo, ISIS) puede al mismo tiempo ser de hecho de utilidad para nuestros otros enemigos.

Recíprocamente, por supuesto, daños estadounidenses tan bien intencionados pero enfocados en forma estrecha podrían ser crudamente perjudiciales para ciertos aliados.

Con este pensamiento en mente, debe ser evidente que el consejo de Donald Trump sobre lidiar en aislamiento con apenas una expresión conspicua de una amenaza terrorista mucho más amplia está significativamente fuera de la marca. Sin dudas, sería mucho más fácil para un presidente estadounidense mantenerse alejado de todas las complejidades desconcertantes en la política mundial, especialmente en el Medio Oriente, pero ese curso invariablemente nos llevaría en una dirección completamente equivocada.

*Louis Rene Beres es profesor emérito de derecho internacional en la Universidad Purdue.

Fuente: The Washington Times
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México