DENIS MACEOIN

La Unesco, la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, es conocida en todo el mundo por los muchos lugares que ha designado como Patrimonio de la Humanidad. Hay más de un millar, repartidos de desigual manera entre numerosos países, empezando por Italia y China.

La categoría más numerosa es la de los lugares religiosos, agrupados bajo el epígrafe de sitios de interés cultural (para distinguirlos de los espacios naturales). La Unesco ha entablado conversaciones con diversas comunidades para asegurarse de que se reconozcan y garanticen las distintas sensibilidades religiosas. La Unesco ha tomado muchas medidas en este ámbito.

En 2010 celebró un seminario sobre “El papel de las comunidades religiosas en la gestión de los bienes pertenecientes al Patrimonio de la Humanidad”.

El principal objetivo [del seminario] era explorar las vías para entablar un diálogo entre todas las partes y explorar posibles formas de fomentar y generar una comprensión y colaboración mutuas para la protección de los bienes religiosos pertenecientes al Patrimonio de la Humanidad.

El concepto de diálogo en este contexto tenía el claro objetivo de evitar que un país o comunidad decidiera unilateralmente reclamar la propiedad exclusiva de un lugar religioso.

Los conflictos en este punto no son infrecuentes. En una colección de ensayos titulada Choreographies of Shared Sacred Sites: Religion, Politics, and Conflict Resolution se examina este tipo de disputas en torno a lugares religiosos compartidos en Turquía, los Balcanes, Palestina/Israel, Chipre y Argelia, con poderosos análisis sobre cómo las comunidades se enzarzan entre ellas o se reconcilian con la voluntad de compartir los santuarios y otros centros. A veces la gente se enfrenta por estos lugares, y otras una religión puede infligir un enorme daño a los seguidores de otra, como ocurrió en 1988, cuando unas monjas carmelitas erigieron una cruz de ocho metros junto al campo de concentración de Auschwitz II (Birkenau) para conmemorar una misa papal celebrada allí en 1979.

Un ejemplo más conocido de una disputa no resuelta es el conflicto sobre la mezquita de Babur en Ayodhya (India), construida originalmente entre 1528 y 1529 por orden de Babur, el primer emperador mogol. Según los relatos hindúes, los constructores mogoles destruyeron un templo situado en el lugar de nacimiento del dios Rama para construir la mezquita, algo que han negado muchos musulmanes.[1] La importancia del lugar la evidencia un texto hindú que sostiene que Ayodhya es uno de los siete lugares sacros donde es posible liberarse del ciclo de muerte y reencarnación.

Estas reclamaciones en conflicto quedaron fatalmente resueltas cuando una turba de hindúes extremistas demolieron la mezquita en 1992, con la previsión de construir un nuevo templo en el lugar. Varias organizaciones musulmanas radicales hablaron de la demolición para justificar ataques terroristas.[2] Las masacres en Wandhama en 1998 y en el lugar de peregrinación de Amarnath en 2000 se atribuyeron ambas a la demolición. Se produjeron revueltas colectivas en Nueva Delhi, Bombay y otros lugares, además de muchos apuñalamientos, incendios provocados y ataques a domicilios privados y oficinas del Gobierno.[3]

Los invasores musulmanes, en efecto, destruyeron o modificaron miles de templos “idólatras” y lugares sacros en India, como habían hecho en otras partes a una escala menor, y como lleva haciendo algunos años el Estado Islámico en la Irak y la Siria modernas. No se trata simplemente del tipo de destrucción que va asociada a las guerras, las invasiones o los conflictos civiles. Para los musulmanes, tiene una base teológica. El islam, tal como ha existido desde la muerte del profeta Mahoma en el año 632, se basa en tres cosas: la creencia de que sólo hay un dios, sin compañeros o asociados; la creencia de que Mahoma es el mensajero enviado por ese único dios; y la creencia de que el islam es la religión más grande y la última revelada a la humanidad, autorizada por Dios a destruir todas las demás religiones y sus artefactos:

Él (Dios) ha enviado y guiado a su profeta con la religión de la verdad para que prevalezca sobre todas las demás religiones. (Corán 9:33, 61:9).

Es esta última creencia la que, durante más de 1.400 años, ha instilado un profundo sentido de supremacismo dentro del mundo musulmán.

Como muchos musulmanes creen que el islam es la revelación definitiva y que Mahoma es el último profeta, creen también que de ninguna manera pueden vivir en pie de igualdad con los seguidores de cualquier otra confesión. Los judíos y los cristianos podrán vivir en un estado islámico, pero sólo si se someten a una profunda humillación y degradación, y a cambio del pago de su protección (el impuesto de la yizia). Las iglesias y las sinagogas no podrán repararse o, si se caen, ser reconstruidas. El islam triunfa sobre todas las cosas.

Esta última doctrina se emplea reiteradamente en las obras de ideólogos salafistas modernos como el paquistaní Abul Ala Mawdudi y el egipcio Sayid Qutb. He aquí una afirmación bastante típica de Qutb, de su libro más famoso, Maalim fil tariq (“Hitos”):

El islam, pues, es el único estilo de vida divino que saca las características más nobles del ser humano, desarrollándolas y utilizándolas para la construcción de la sociedad humana. En este aspecto, el islam sigue siendo único hasta la fecha. Los que se desvían de este sistema y quieren otro, basado en el nacionalismo, el color y la raza, la lucha de clases o teorías similarmente corruptas, ¡ésos son los verdaderos enemigos de la humanidad![4]

Este es el comentario que hizo recientemente un escritor salafista moderno:

Esta dominación mundial del islam, prometida por Alá, no significa necesariamente que todas y cada una de las personas sobre la faz de la tierra se conviertan en musulmanes. Cuando decimos que el islam dominará el mundo, quiere decir como sistema político, ya que el mensajero Mahoma profetizó que la autoridad sobre la tierra le pertenecerá a los musulmanes, esto es, que los creyentes estarán en el poder y la sharia del islam regirá en cada rincón del planeta.

Con la ley islámica de la yihad, cualquier territorio que haya sido alguna vez capturado por el islam debe seguir siendo posesión integral e inviolable de las autoridades musulmanas.[5] Dicho de otro modo, países enteros como España, Portugal, India, Grecia, o los países balcánicos que habían sido colonias del régimen otomano, deben ser reclamadas para el islam, sea mediante su reconquista o a través de la actual “yihad cultural”.

Es a través de la inmigración masiva, el separatismo, la introducción gradual de la ley islámica y la guetización como muchos países se han convertido en víctimas de un islam más firme en su determinación. Pero hay un territorio que continúa bajo la amenaza de un apoderamiento violento: el Estado de Israel.

Aunque hay movimientos revanchistas e irredentistas en muchos países, el empeño de los musulmanes de volver a poseer Israel ha servido para provocar y perpetuar el conflicto físico más duradero e insoluble de la historia contemporánea. Las demandas y las contrademandas, los ataques y los contraataques, las guerras y las respuestas defensivas que están teniendo lugar en Israel aparecen en los medios todos los días.

La disputa no es fundamentalmente política. Después de la Primera Guerra Mundial, se creó un sistema de derecho internacional, y ese sistema, aceptado de mutuo acuerdo, se amplió tras la Segunda Guerra Mundial a todos los países que se incorporaran a Naciones Unidas. Israel no se creó para desplazar a los habitantes árabes de lo que los británicos habían llamado Palestina, sino para proporcionar una patria a los judíos junto a un Estado árabe. Pero todos los países árabes rechazaron esta propuesta. Los palestinos siguen negándose a aceptar un Estado propio, aunque claman ruidosamente por tenerlo.

Su motivo más profundo se halla en un rechazo, determinado por la religión, del Estado-nación,[6] junto a la convicción de que la Tierra Sagrada es un territorio islámico que nunca se le podrá conceder a los judíos.

Esta negación de las leyes y la ética internacionales permite a muchos musulmanes reclamar la ciudad de Jerusalén como ciudad islámica; como una ciudad que jamás podrá ser tratada como la capital de un Estado judío. Es un lugar sagrado que tiene significado para los musulmanes, y sólo para los musulmanes.

No hace falta ser historiador para saber que Jerusalén fue originalmente una ciudad judía que después tuvo conexiones con el cristianismo y, aún más tarde, y más débiles, con el islam. Es la ciudad más sagrada del mundo para los judíos, y en ella se encuentra el lugar más sagrado para el judaísmo, el Monte del Templo, donde se construyó no uno, sino dos templos judíos.

Allí, los judíos practicaron su culto hasta que los templos fueron destruidos, primero por el monarca babilonio Nabucodonosor, en el año 586 aec, y posteriormente por los romanos, en el 70 ec. Los judíos siempre han orado mirando hacia el Monte del Templo.

Los musulmanes, también rezaron mirando hacia el Monte del Templo durante varios años, cuando Mahoma y su pequeño grupo de seguidores vivían en La Meca. Siguieron haciéndolo durante muchos meses después de emigrar a la localidad oasis de Yazrib (ahora Medina), en el año 622. Al principio rezaban mirando a Jerusalén porque Mahoma fue inicialmente un gran admirador de los judíos, de los que aprendió la mayor parte de lo que sabía. Pero en Medina descubrió que no se llevaba tan bien con los judíos de la ciudad, que se negaban a convertirse a su nueva religión.

De modo que, dieciséis o diecisiete meses después de emigrar, Mahoma tuvo la revelación de que los creyentes tenían que girarse unos 180 grados para mirar a la ciudad de la que habían venido la mayor parte de ellos, La Meca. En la oración del mediodía, la congregación daba la espalda a Jerusalén. La ciudad sagrada de los judíos ya no tenía el menor interés para ellos.[7]

El Corán no podría ser más explícito en este particular. Mahoma no sigue la dirección de rezo utilizada por los judíos. La Kaaba, en La Meca, ha borrado cualquier pensamiento sobre Jerusalén y el Monte del Templo. En aquel entonces no había una sola roca o piedra, ningún árbol o construcción en Jerusalén que tuviese algo de islámico.

Pero para los musulmanes de hoy es justo al revés. No hay nada en Jerusalén que pertenezca a los judíos, y cada parte de ella –en especial el Monte del Templo y el Muro de los Lamentos– es y siempre ha sido islámica. Se la considera una de las ciudades más sagradas para los musulmanes, después de La Meca y Medina.

La reclamación musulmana de Jerusalén es, como mínimo, poco convincente. Un verso del Corán (17:1) habla de una expedición nocturna que hizo Mahoma desde la mezquita sagrada (en La Meca) a la “mezquita más lejana” (al masyid al aqsa). Comentaristas posteriores identificaron esa “mezquita más lejana” con Jerusalén. Pero no había ni mezquitas ni musulmanes en Jerusalén en aquel momento; de hecho, no había demasiados musulmanes ni mezquitas ni siquiera en Arabia. La actual mezquita de Al Aqsa, en el Monte del Templo, se construyó en el 705, setenta y tres años después de la muerte de Mahoma, en 632, y fue reconstruida varias veces a causa de terremotos. En el siglo XX ya estaba bastante abandonada. En una película de 1954 sobre la mezquita se ve su grave deterioro. Era obvio que no le importaba ni era muy valorada por la comunidad musulmana.

Y aún hay más. Durante siglos, los escritores musulmanes (y no digamos los historiadores y arqueólogos judíos y cristianos) han estado de acuerdo en que el Kotel, el Muro Occidental o Muro de los Lamentos, era un resto del segundo templo judío, el que fue construido por Herodes y visitado por Jesús. En 1924 el Consejo Supremo Musulmán del Mandato Británico de Palestina publicó un folleto, titulado Una breve guía sobre al Haram al Sharif- el Monte del Templo, que confirmaba la judeidad del lugar: en la cuarta página, el resumen histórico dice:

Este lugar es uno de los más antiguos del mundo. Su santidad se remonta a los tiempos más remotos. Su identificación con el lugar del Templo de Salomón está fuera de toda duda. Este también fue el lugar, según la creencia universal, donde David construyó un altar al Señor y le hacía ofrendas sacrificiales y de paz (2 Samuel 24:25).

Según la Biblioteca Virtual Judía:

Los primeros musulmanes consideraban la construcción y destrucción del Templo de Salomón un importante acontecimiento histórico y religioso, y muchos de los primeros historiadores y geógrafos musulmanes (entre ellos Ben Qutaiba, Ben al Faqih, Masudi, Muhalabi y Biruni) aportaron relatos sobre el Templo. También aparecen cuentos fantásticos sobre la construcción salomónica del Templo en ‘Qisas al anbiya’ [“Historias de los profetas”], el compendia [sic] medieval de leyendas musulmanas sobre los profetas preislámicos. Como escribió el historiador Rashid Jalidi en 1998 (si bien en una nota al pie), aunque no se cuenta con “evidencia científica” de que existiera el Templo de Salomón, “todos los creyentes de las confesiones abrahámicas deben aceptar forzosamente que existió”.

Desde hace algún tiempo, sin embargo, algunos individuos e instituciones musulmanas han empezado a decir que el Monte no tiene nada que ver con un templo judío, que dicho templo jamás existió y que el Muro de los Lamentos es en realidad el muro donde Mahoma amarró a su legendario caballo alado, Buraq. Por ejemplo, el jeque Taysir Rayab Tamimi, la principal figura religiosa en la Autoridad Palestina, afirmó con gran descaro en 2009: “Jerusalén es una ciudad árabe e islámica y siempre lo ha sido”. Asimismo, dijo que los trabajos de excavación llevados a cabo por Israel después de 1967 “no han logrado demostrar que los judíos hubiesen tenido historia o presencia en Jerusalén, o de que su supuesto templo haya existido alguna vez”. Tachó al primer ministro, Benjamin Netanyahu, y “a todos los rabinos y organizaciones extremistas judías” de mentirosos por sostener que Jerusalén es una ciudad judía; y acusó a Israel de distorsionar los hechos y falsear la historia “con el objetivo de borrar el carácter árabe e islámico de Jerusalén”.

No hay motivos por los que los musulmanes no puedan venerar ese lugar, desde la distancia o residiendo en la propia Jerusalén. De ese modo, el Monte del Templo sería otro lugar religioso vinculado a más de un credo, en este caso, al judaísmo, al cristianismo y al islam. Por desgracia, ese sentido de dominación sobre todas las demás religiones se traduce en que los musulmanes no tengan nada de eso.

Para ellos, el Monte del Templo y sus alrededores son musulmanes, y nada más. En la época moderna, esto se deriva de la visión más general de que todo Israel es territorio islámico.

El concepto islámico de supremacía se ha impuesto al de la Unesco en contradicción directa con su política de aceptación de lugares multirreligiosos.

En octubre de 2015, seis Estados árabes, en nombre de la Autoridad Palestina (AP) y otros, propusieron a la Unesco que cambiara la designación del sitio para que dejara de ser un lugar santo judío y se convirtiera en uno musulmán, como parte de la mezquita Al Aqsa. Se fijó una votación para el 20 de octubre, pero se pospuso tras la airada protesta de la directora general de la organización, Irina Bokova, que dijo que “deploraba” la propuesta.

Pero la votación aún podía salir adelante a favor de la AP y sus adeptos. Al día siguiente se anunció que la Unesco había acordado por votación designar como musulmanes otros dos importantes lugares sacros judíos: la Cueva de los Patriarcas, en Hebrón, y la Tumba de Raquel, en Belén.

La Cueva de los Patriarcas es, según cuenta la tradición, donde están enterrados los cuerpos de Abraham y Sara, Isaac y Rebeca y Jacobo y Lea. Es el más antiguo de los lugares sagrados judíos, el segundo más importante, sólo por detrás del monte donde fueron construidos los dos templos. Será conocido como al Haram al Ibrahimi, “el Santuario de Abraham”, así denominado porque Abraham es descrito en el Corán como el primer musulmán. Curiosamente, eso basta para convertirlo en un lugar “musulmán”.

La Tumba de Raquel, situada hacia la entrada norte de Belén, se considera el lugar de reposo de Raquel, esposa de Jacob y madre de José y Benjamín. Considerada el tercer lugar sagrado del judaísmo, y lugar de peregrinaje para los judíos desde la antigüedad, ha sido sagrado para judíos y cristianos durante siglos. Desde que la tumba cayera en manos islámicas, en el siglo VII, también ha sido un lugar venerado por los musulmanes, porque Jacob y José son personajes del Corán, aunque el libro no menciona a la propia Raquel.

Líderes y autoridades musulmanas como el jefe de la Facción Norte del Movimiento Islámico, Shaij Raed Salah, no quieren un poquito de allí y de allá. Quieren que todo Jerusalén sea consagrada internacional y plenamente como ciudad musulmana, como ocurrió cuando Jordania ocupó la ciudad, para expulsar a los judíos y destruir todas sus sinagogas.

Los intentos de negar cualquier presencia judía –antigua o actual– en Jerusalén, de decir que jamás hubo un templo, y no digamos dos, y que sólo los musulmanes tienen algún derecho a la totalidad de la ciudad y sus santuarios y monumentos históricos están alcanzando unas proporciones descabelladas. Las expresiones más extremas de esta gama de afirmaciones ahistóricas, supremacistas y conspirativas forman parte de muchos discursos y comentarios del ya citado jeque Raed Salah. Lo que sigue es un extracto de un discurso que pronunció en una concentración en 1999:

Vamos a decir abiertamente a la sociedad judía: no tenéis derecho a una sola piedra de la bendita mezquita de Al Aqsa. No tenéis derecho a una sola y diminuta partícula de la bendita mezquita de Al Aqsa. Y, por tanto, diremos abiertamente que el muro occidental de la bendita Al Aqsa es parte de la bendita Al Aqsa. Nunca podrá haber ni un pequeño Muro de los Lamentos. Nunca podrá haber un gran Muro de los Lamentos… Vamos a decir abiertamente a los líderes políticos y religiosos de Israel: la exigencia de mantener la bendita Al Aqsa bajo soberanía israelí es también una declaración de guerra contra el mundo islámico.

Salah no está ni mucho menos solo. El actual jefe del Consejo Supremo Musulmán, Ekrima Sabri, se ha afanado durante muchos años en invalidar las demandas judías sobre el lugar. Sabri sostiene que el Templo de Salomón es una “alegato sin pruebas”, algo que se han inventado los judíos por “odio y envidia”. Dice que el Muro de los Lamentos es “una propiedad religiosa musulmana”, con la que los judíos “no guardan ninguna relación”.

En unas recientes declaraciones, el presidente de la Autoridad Palestina, Mahmud Abás, dijo: “La [mezquita] Al Aqsa es nuestra (…) y ellos [los judíos] no tienen derecho a profanarla con sus sucios pies”.

Según UN Watch:

El embajador Shama Hohen [Carmel Shama Hohen, embajador israelí ante la Unesco] preguntó al delegado palestino Munir Anastas por qué los palestinos no están dispuestos a reconocer el derecho de los judíos al Monte del Templo y a incluir la denominación ‘Monte del Templo’ en la resolución, junto a la árabe, ‘Haram al Sharif’. Anastas respondió (…) que si los palestinos reconociesen el Monte del Templo, entonces el presidente palestino, Mahmud Abás, y el rey de Jordania, Abdulá, se convertirían en el objetivo número uno del ISIS.

¿De verdad que es a eso a lo que se reduce todo? ¿A que el Estado Islámico manda sobre la comunidad internacional? ¿También sobre la Unesco?

El pasado 15 de abril, el Comité Ejecutivo del Programa de la Unesco y el Comité de Relaciones Externas se congregaron para su 199ª sesión. La primera resolución sobre el Monte del Templo fue promovida por Argelia, Egipto, el Líbano, Marruecos, Omán, Qatar y Sudán, todos miembros de la Organización de Cooperación Islámica. Esa votación pasó a la 40ª sesión del Comité del Patrimonio de la Humanidad, que estaba previsto se celebrara en Estambul del 10 al 20 de julio.

Por pura casualidad, la intentona golpista de julio en Turquía trastocó el evento, y la votación se ha programado ahora para una reunión que se celebrará en otoño. Es posible que se base en un borrador de resolución elaborado por la Unión Europea que es, de hecho, otra negación más del vínculo histórico judío con el Monte del Templo. Pero, considerando la unilateralidad de esta resolución, ¿dónde está el compromiso de la Unesco con procurar “un diálogo entre todas las partes afectadas”?

Convertir el Monte del Templo, el Muro de los Lamentos, la Tumba de Raquel, la Cueva de los Patriarcas en lugares sagrados exclusivamente musulmanes está directamente vinculado con el auge de la islamización. Con la destrucción de iglesias, santuarios, tumbas y lugares sagrados de la antigüedad considerados idólatras, incluso mezquitas consideradas heréticas, el Estado Islámico pretende borrar todo rastro de la Yahiliya, “la Era de la Ignorancia”, que dominó el mundo hasta el advenimiento del islam.

El mundo se indigna cuando ve las ruinas de Palmira, o de otros grandes centros monumentales de la civilización humana, reducidas a polvo. Pero ese mismo mundo calla cuando los árabes palestinos y sus defensores islamizan todo y cuestionan la propia existencia del pueblo judío en Tierra Santa.

[1] La investigación arqueológica moderna demuestra que en efecto hubo un templo originalmente o, más bien, un gran complejo hindú allí.

[2] Ver “Attack[s] on Hindus post Babri demolition”, ShankhNaad, 13 de abril de 2015.

[3] Para más detalles, ver ibíd.

[4] Sayid Qutb, Milestones, Nueva Delhi, 2002, p. 51.

[5] Ver, por ejemplo, Europe and Its Muslim Minorities: Aspects of Conflict, Attempts at Accord, de Amikam Nachmani (Sussex Academic Press, 2010) p. 106.

[6] Un concepto europeo, en oposición al proyecto imperial de la umma islámica global.

[7] V. Corán, 2: 143-46.

Fuente:es.gatestoneinstitute.org