IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Continuamos con nuestro análisis del Apocalipsis, y pasamos a las llamadas Siete Copas de Ira, las primeras referencias a los juicios de D-os contra la humanidad.

La antigua ideología apocalíptica estuvo convencida de que había un fin inminente. En el contexto judío original, dicha ideología asumía que el fin comenzaría con una violenta guerra contra el Imperio Romano. Según uno de los más formidables libros apocalípticos conocidos, y recuperado entre los Rollos del Mar Muerto, dicha guerra duraría un total de 40 años. Los primeros siete serían lo que Daniel identificó como “la semana setenta”, y en ellos los judíos derrotarían a los romanos en la propia Judea, y luego durante los siguientes 33 años la destrucción total llegaría hasta la capital del Imperio: Roma.

Es un hecho que algunos textos apocalípticos elaborados en este contexto judío claramente antiromano fueron reelaborados radicalmente por autores cristianos. Sin embargo, en el producto final –el llamado Apocalipsis de Juan– todavía podemos encontrar reminisencias de ese planteamiento original.

En la nota anterior vimos cómo los capítulos 4 y 5 nos presentan el inicio de la revelación como un culto cósmico, como si el Sistema Solar entero (todo el Universo conocido) fuese una catedral, y el Sol hubiese sido sustituido por D-os mismo (o el Sol estuviese presente como un símbolo de D-os mismo), con los siete astros (recuérdese que en esa época no se conocían más planetas) y todas las estrellas del cielo rindiendo adoración ante el luminoso Trono Divino.

El capítulo 5 concluye cuando aparece esa figura ambivalente y de simbolismos claramente cristianos: un Leon de Judá que al mismo tiempo es Cordero Inmolado, y se dispone a abrir los sellos que mantienen cerrado un libro (evidentemente, el libro de Daniel; véase su capítulo 12 para corroborar como allí se habló de “sellar el libro” hasta que llegara “el tiempo del fin”).

Con el capítulo 6 empieza la apertura de los sellos, y con cada uno se desatan los juicios de D-os.

Las imágenes de este capítulo son célebres, y han hecho fantasear a la humanidad como pocas cosas a lo largo de la Historia.

Los versículos 6:1-8 nos preentan a los celebérrimos Cuatro Jinetes del Apocalipsis, tema de largas y extensas discusiones en muchos medios sensacionalistas y aficionados a la profecía bíblica. Sus descripciones son las siguientes:

1. Caballo blanco, lo monta alguien con una corona y un arco, que sale “venciendo y para vencer”
2. Caballo rojo, lo monta alguien con una gran espada y tiene el poder para “quitar la paz de la tierra”
3. Caballo negro, lo monta alguien con una balanza en la mano, y ofrece “dos libras de trigo por un denario” y “seis libras de cebada por un denario”
4. Caballo amarillo, y lo monta –literalmente– “la muerte”, y es “seguido por el Hades”; se agrega que recibió “potestad sobre la cuarta parte de la tierra”

La identidad de los jinetes 2, 3 y 4 no tiene duda alguna, y es evidente que son alegorías. Es decir, representaciones humanas de conceptos concretos: el 2 es la guerra, el 3 es el hambre y el 4 es la muerte.

Por ello, los aficionados al sensacionalismo profético asumen que con el Apocalipsis vendrán, como nunca se ha visto, guerras, escasez y epidemias que, de entrada, acabarán con la cuarta parte de la humanidad (cerca de 2 mil millones de muertos, si eso sucediera en este momento).

La especulación interesante, a gusto de estos opinólogos, es quién será el primer jinete. La importancia de identificarlo es que él sería el que prepara el camino a los otros tres. O, dicho de otro modo, cuando veamos al primer jinete, sabremos que están por morir 2 mil millones de personas por las guerras, el hambre y las epidemias.

La especulación sobre la identidad del primer jinete ha llegado a extremos verdaderamente ridículos. Hace ocho años exactamente, no faltó quien dijera que ese primer jinete era Barack Obama. ¿La razón? Su presentación oficial como ganador de la candidatura demócrata por la presidencia fue en el Estadio de los Broncos de Denver, y el emblema de ese equipo de fúbol americano es…

Un caballo blanco.

Sobra decir que Obama no trajo tanta destrucción como para contabilizar 2 mil millones de muertos. Es cierto que deja el Medio Oriente en un caos absoluto y que su política exterior ha fracasado rotundamente, pero eso sólo basta para señalarle como un inepto en política internacional, no como el primer jinete del Apocalipsis.

Presidentes norteamericanos, presidentes rusos, papas romanos, a todos les ha tocado alguna vez ser identificados como “el primer jinete” del Apocalipsis.

Hay un detalle importante que los sesnacionalistas del apocalipticismo pasan por alto, y que en realidad nos muestra que es muy fácil identificar a este jinete: el simbolismo apocalíptico tiene que ser coherente consigo mismo. De lo contrario, la interpretación de cualquier texto como este (tan abigarrado en sus simbolismos) sería imposible.

Entonces, si el propio libro nos dice quién es el jinete en un caballo blanco, sólo hay que creerle al propio libro.

Según Apocalipsis 19:11-21, el jinete del caballo blanco –con corona, espada y vencedor– es Jesús mismo. Si Jesús es presentado de ese modo en el capítulo 19, entonces no hay razón para no hacer la misma identificación en el capítulo 6.

Muchos profetólogos exaltados seguro se opondrán a esta identificación, porque derrumbaría sus esquemas “proféticos”. La ide generalizada es que con Apocalipsis 6 empiezan una serie de juicios que durarán 3 años y medio o 7 años (dependiendo de quién opine), y que culminarán con el regreso literal del propio Jesús.

La realidad es que esa no es la lógica del autor. Para quien escribió este libro, Jesús está presente y luchando desde el principio del Apocalipsis. Él es el primer jinete, y se supone que es después de él que vienen la guerra, el hambre y las pestes.

En el contexto judío apocalíptico original, es seguro que ese jinete blanco habría sido uno de los dos mesías de los que tanto habla la literatura de Qumrán, aunque no podemos afirmar de cuál se trata: si del Mesías de David o el Mesías de Aarón. Naturalmente, esa idea fue desechada por los autores cristianos del Apocalipsis, que la reelaboraron y ajustaron a sus propias perspectivas. Conforme vayamos desglosando el resto del libro, entenderemos de qué se trata esta extraña participación de Jesucristo desde el inicio de los juicios de ira sobre la tierra.

Vayamos con el quinto sello: los versículos 9-11 relacionan este sello con “las almas de los que habían sido muertos por causa de la palabra de D-os”. Es decir, los mártires.

En el contexto judío original, seguramente era una referencia a los combatientes que ya habían caído enfrentando a los romanos. En el contexto cristiano que le dio forma al libro, cobró otra dimensión: se trataría de los mártires que fueron perseguidos y asesinados por las autoridades romanas.

En ambos casos, esta gente martirizada viene a convertirse en un nuevo grupo dentro del culto cósmico, y más tarde los veremos de nuevo entonando alabanzas y participando activamente en la gran liturgia del universo.

El capítulo 6 cierra con la apertura del sexto sello: “… he aquí hubo un gran terremoto; y el sol se puso negro como tela de cilicio, y la luna se volvió toda como sangre; y las estrellas del cielo cayeron sobre la tierra, como la higuera deja caer sus hijos cuando es sacudida por un fuerte viento. Y el cielo se desvaneció como un pergamino que se enrolla, y todo monte y toda isla se removió de su lugar. Y los reyes de la tierra y los grandes, los ricos, los capitanes, los podersosos, y todo siervo y todo libre, se escondieron en las cuevas y entre las peñas de los montes; y decían a los montes y a las peñas: caed sobre nosotros y escondednos del rostro de aquel que está sentado sobre el trono, y de la ira del Cordero; porque el gran día de su ira ha llegado, ¿y quién podrá sostenerse en pie?” (versículos 12-17).

Se trata de una ampliación de Isaías 13:9-11, que dice: “He aquí el día del Señor viene, terrible, y de indignación y ardor de ira, para convertir la tierra en soledad y raer de ella a sus pecadores. Por lo cual las estrellas de los cielos y sus luceros no darán su luz; y el sol se oscurecerá al nacer, y la luna no dará su resplandor. Y castigaré al mundo por su maldad, y a los impíos por su iniquidad; y haré que cese la arrogancia de los soberbios, y abatiré la altivez de los fuertes”.

Como puede notarse, en Apocalipsis (o más bien, en el texto apocalíptico previo que se usó como base) se amplía la descripción de lo que podríamos llamar “el colapso de las estrellas”.

¿A qué se refiere esto? Muchos de nuestros profetólogos sensacionalistas se la pasan especulando sobre fenómenos astronómicos. Por ejemplo, las últimas cuatro “lunas de sangre” que coincidieron con varias festividades judías. Sin embargo, las “lunas de sangre” sólo son un fenómeno astronómico que se da por condiciones físicas perfectamente explicadas por la ciencia. Si en otros tiempos eran vistas como presagios de grandes catástrofes, era sólo por ignorancia.

De lo que habló Isaías originalmente, luego un libro apocalíptico judío que llegó a manos cristianas, y finalmente el Apocalipsis de Juan, es de un asunto que –en realidad– no tiene nada que ver con astronomía.

El sol, la luna y las estrellas son símbolos de los poderes políticos.

De lo que se habla en este pasaje es del colapso de los sistemas de poder del mundo. En la perspectiva judía original, la derrota de Roma habría de marcar el final de toda la política internacional, que quedaría sujeta a una reorganización extrema lidereada por el pueblo de Israel y sus dos mesías, el de la realeza y el de la Casta Sacerdotal. En la perspectiva cristiana, todo es igual salvo que todo se concentra en un solo mesías.

Pero la idea es clara: el sol se oscurece, la luna no da su resplandor y las estrellas caen. Es una forma poética de señalar que el Imperio Romano ha sido destruido (un tema que más adelante se vuelve recurrente y fundamental).

El capítulo 7 hace una pausa en la descripción de estos juicios (recuérdese que nos falta el séptimo sello), y nos regresa a la liturgia cósmica: los versículos 1-8 nos hablan de los famosos 144 mil sellados, y los versículos 9 al 17 nos hablan de una “multitud en ropas blancas” que alternan con los ángeles del cielo en un himno responsorial. Cantan “la salvación pertenece a nuestro D-os que está sentado en el trono, y al cordero”, y los ángeles, los 24 ancianos y los 4 seres vivientes contestan “Amén. La bendición y la gloria y la sabiduría y la acción de gracias y la honra y el poder y la fortaleza, sean a nuestro D-os por los siglos de los siglos. Amén”.

La identidad de ambos grupos en el contexto apocalíptico judío original no es un misterio. Los 144 mil sellados (12 mil de cada tribu de Israel) deben ser los mismos de los que nos hablan otros libros apocalípticos, como El Rollo de la Guerra. Allí se hace una descripción muy precisa de la organización de las tropas judías que tendrían que ir a la batalla contra los romanos y otras naciones: “Regla para las insignias de toda la asamblea, según los grupos que se formen. Sobre la bandera grande que preceda a todo el pueblo se escribirá: Pueblo de D-os, y el nombre de Israel, y el de Aarón y de las doce tribus de Israel, según su procedencia. En las insignias de los jefes de campamento, en las tres primeras tribus, escribirán: Benditos de D-os, y los nombres de las tres tribus. En la insignia de cada tribu escribirán: Bandera de D-os, y el nombre del jefe de la tribu y los de los jefes de familia. En la insignia de la familia, el nombre del príncipe de la miriada y los de los jefes de millares. En la insignia del millar escribirán el nombre del jefe y los de los jefes de centena. En la insignia de centena escribirán…” (Rollo de la Guerra, párrafo final de la Columna III).

Al igual que en el Apocalipsis, es evidente la noción de que las 12 tribus de Israel tienen que estar organizadas en una especie de formación para ordenar a “sus miles”. Naturalmente, en el Apocalipsis –un texto donde todas las referencias directas al levantamiento armado contra Roma han sido eliminadas–, esta organización apenas se menciona sin mayor explicación. En los textos qumranitas se preserva su sentido original.

En el Apocalipsis no se pudo lograr una idea definida al respecto. Se mencionan a los “doce mil de cada tribu”, pero no se dice qué harán. Se les vuelve a mencionar en el capítulo 14, al lado del Cordero y entonando un himno, y sólo se especifica que “estos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes… y en sus bocas no fue hallada mentira, pues son sin mancha delante del trono de D-os” (versículos 4-5).

Se trata de otra similitud con el Rollo de la Guerra, que al describir a los que irán a la guerra, nos dice: “Todos los que no tengan culpa ni en el espíritu ni en la carne, que estén prontos para el día de la venganza. Ningún hombre que no esté limpio desde el día de la salida irá con ellos, porque los santos ángeles van en compañía de sus ejércitos” (Rollo de la Guerra, columna VII). Entonces, la idea original era que los combatientes judíos tenían que presentarse a la batalla en un estado de pureza total.

La ambigüedad en el Apocalipsis ha generado cualquier cantidad de opiniones, todas ellas sin mejor sustento que la imaginación de quien las expresa. Por el momento, no nos queda más que limitarnos a que esos 144 mil son, en la apocalíptica cristiana, un grupo más dentro de una gran liturgia cósmica.

El capítulo 8 inicia con la apertura del séptimo sello, que sólo funciona como una trancisión. Se dice que “se hizo silencio en el cielo como por media hora”, y que luego se le dieron siete trompetas a un grupo de ángeles.

La forma en la que esto se narra tiene un claro origen sacerdotal: “Y vi a los siete ángeles que estaban en pie ante D-os, y se les dieron siete trompetas. Otro ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para añadirlo a las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono. Y de la mano del ángel subió a la presencia de D-os el humo del incienso con las oraciones de los santos. Y el ángel tomó el incensario, y lo llenó del fuego del altar, y lo arrojó a la tierra; y hubo truenos, y voces, y relámpagos, y un terremoto” (versículos 2-5).

Todo lo que sucede en este párrafo es una réplica exacta de las actividades cotidianas de los sacerdotes judíos en el antiguo Templo de Jerusalén: el toque de los Shofarim (trompetas), oficiar frente al altar, y hacer uso del incensario. No es de extrañar que, en este caso, se les mencione como ángeles: en la literatura de Qumrán los sacerdotes son frecuentemente relacionados con ángeles, y ya habíamos visto en el capítulo 4 una imagen en la que la Casta Sacerdotal era representada con seres celestiales: los 24 ancianos, evidentemente relacionados con los 24 Órdenes Sacerdotales que se repartían los oficios en el Templo.

Claro, este sentido también se ha diluido en el Apocalipsis. Sólo en el factible texto qumranita anterior es que este párrafo se referiría a altos dignatarios de la Casta Sacerdotal judía (algo nada raro: la apocalíptica de Qumrán siempre fue sacerdotalista extrema). En el Apocalipsis su identidad se ha llevado a algo más abstracto –ángeles–, y el objetivo es centrarse en la acción de los que recibieron las siete trompetas, ya que el toque de cada uno será el anuncio de los juicios de D-os, exactamente tal y como sucedió con los siete sellos.

Se ha especulado mucho sobre el por qué de esta duplicidad entre los sellos y las trompetas, y una opción que se ha propuesto es que originalmente habrían sido dos textos, luego fusionados en uno. En el primero se habrían mencionado los sellos, en el segundo las trompetas. El editor final habría preservado ambas secciones, y por ello se habría producido la duplicidad.

No es una respuesta muy buena. Si en principio resulta extraño que el autor duplique información, con esa respuesta sólo se traslada la duda. Ahora no hay que explicar por qué el autor lo hizo, pero sí por qué el editor lo hizo, y al caso es lo mismo: seguimos con la duda de por qué hubo una duplicidad.

Como veremos la próxima semana, la realidad es que las trompetas tienen su propia lógica. Por decirlo de algún modo, no es que dupliquen los juicios mencionados en la sección de los sellos. En realidad, son una especie de ampliación de lo que sucede con los sellos cinco y seis. Esa misma estrategia retórica se repetirá con las copas de ira, también siete y también relacionadas con los juicios ya descritos por los sellos y las trompetas, aunque funcionando como la misma suerte de ampliación de lo que describen las últimas trompetas nada más.

Entonces no es una duplicidad (que en realidad, contando a las copas, sería triplicidad). Es una forma de ser cada vez más específico con los “juicios finales”.

La próxima semana seguiremos, entonces, con el análisis de las siete trompetas.