IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Seguimos con nuestro análisis del Apocalipsis de Juan, y toca el turno a las siete trompetas que, según el texto, desencadenan más juicios de D-os contra la humanidad.

Lo primero que hay que hacer es una comparación con los siete sellos para tener un punto de referencia

Con el primer sello aparece un jinete blanco (el mesías); con el segundo, un jinete bermejo (la guerra); con el tercero, un jinete negro (el hambre); con el cuarto, un jinete amarillo (las pestes); con el quinto, se visualizan los mártires; con el sexto, un terremoto y el colapso de los poderes políticos (el sol, la luna y las estrellas); el séptimo sello es la trancisión a las siete trompetas.

Con la primera trompeta, cae fuego y granizo y mueren la tercera parte de los árboles y se quema la hierba verde; con la segunda trompeta, una montaña de fuego cae en el mar y la tercera parte se convierte en sangre, muriendo la tercera parte de los peces y siendo destruidas todas las naves; con la tercera trompeta, una estrella de fuego cae sobre las aguas dulces, y la tercera parte se vuelven amargas; con la cuarta trompeta, la tercera parte del sol, de la luna y de las estrellas pierden su luz; con la quinta trompeta, cae otra estrella del cielo que abre “el pozo del abismo”, y de allí salen “langostas” descritas más bien como maquinaria de guerra; con la sexta trompeta, se anuncia que “los cuatro ángeles que están atados en el río Eufrates” serán liberados y provocarán la muerte de la tercera parte de la humanidad; con la séptima trompeta, se declara la victorio del mesías, se abre el cielo y se ve el nuevo Templo. Hay que aclarar que entre la sexta y la séptima trompeta hay un paréntesis en el que se intercalan dos visiones: la de “un ángel con un librito” y la de “los dos testigos”.

Como puede verse, los juicios relacionados con las trompetas son más precisos en su descripción. Los sellos apenas son una especie de panorama general; con las trompetas, cada tema empieza a desglosarse.

A lo largo de los siglos se ha especulado sobre el significado de estas imágenes simbólicas, y en cada época la interpretación se ha ajustado al contexto inmediato. Hoy en día, muchos hablan de las trompetas primera, segunda y tercera como un anuncia de los estragos extremos de la contaminación ambiental, especialmente en las fuentes líquidas (tanto en el mar como en el agua dulce de los ríos y otro tipo de fuentes).

De la quinta trompeta también hay especulaciones fantasiosas: muchos ven allí una descripción de los modernos equipos aéreos de ataque, como podrían ser los helicópteros Apache o los aviones más avanzados.

Y la sexta trompeta ha sido relacionada por muchos como una predicción de un ataque chino, ya que se menciona (v. 9:16) que el ejército que cruzará por el Eúfrates seco será de doscientos millones, y sólo China podría levantar una infantería semejante.

Por supuesto, son especulaciones sin sentido. El significado real de estos pasajes debe encontrarse en otra línea de ideas.

Como ya hemos explicado, estamos ante un texto que se elaboró dos veces: la primera y original, fue un texto judío escrito en el contexto de la guerra contra los romanos; la segunda –la que conocemos– fue una reelaboración cristiana en donde se le dio un nuevo significado a todo el contenido.

El significado del texto original judío no es difícil de descifrar: las primeras cinco trompetas son una descripción de la maquinaria de guerra romana con la que se enfrentaron los rebeldes judíos desde el año 66, aunque principalmente a partir del año 68, cuando Vespasiano tomó el liderazgo romano en la guerra.

Más interesante resulta el tema del ejército de “doscientos millones” que viene del oriente. Es obvio que la cifra no es literal, y más obvio aún que no son los chinos (la realidad es que el ejército de la República Popular de China, hoy por hoy, apenas cuenta con unos 300 mil efectivos, y las reservas son de un poco menos de 4 millones de soldados. No podrían, bajo ninguna circunstancia, armar un ejército de 200 millones de la noche a la mañana.

El texto es muy claro en decir que estas tropas “están atadas junto al río Eufrates”. Luego entonces, no hay duda de que se refiere a los ejércitos del Imperio Parto, el gran oponente de los romanos, y que se esperaba que se involucrara en la guerra a favor de los rebeldes judíos, ya que un éxito de la rebelión le habría permitido a los partos conquistar territorio que, en ese momento, estaba bajo control romano.

De los documentos judíos recuperados en relación a los dos grandes levantamientos armados anti-romanos (años 66-73 y 132-135), se desprende que siempre se esperó una internacionalización del conflicto, con la consecuente intervención de los partos (que no se dio en ninguno de los levantamientos).

La idea original del texto, en el marco de la guerra contra los romanos, sería que las primeras plagas describen la destrucción causada por las tropas romanas en Judea, pero el ejército parto habría de intrvenir para provocar una masacre descomunal en las tropas de Vespasiano. En este marco, la derrota romana daría paso al triunfo total de las tropas judías (mencionado en relación a la séptima trompeta).

La narrativa cristiana –la que conocemos en el libro de Apocalipsis– le dio un giro radical a todos estos símbolos. Era inevitable: los autores judíos de estos textos hablaron de una guerra concreta entre dos naciones físicas, con ejércitos físicos y destrucción física. El objetivo y anhelo era la destrucción del Imperio Romano. En contraste, los cristianos no eran una nación en el sentido físico de la palabra, pues estaban dispersos por muchas zonas del Imperio y sus fieles pertenecían a cualquier cantidad de grupos étnico-culturales. Por lo tanto, no podían ver los combates del Apocalipsis como algo físico.

Todo el simbolismo apocalíptico cristiano se proyecta, por lo tanto, a una dimensión espiritual.

La contaminación de las fuentes de las aguas, por ejemplo, para el texto cristiano es completamente espiritual; las langostas en cuya descripción muchos ven helicópteros de guerra, pertenecen también a una dimensión espiritual, no física.

Otra vez, el tema de los doscientos millones que vienen desde el otro lado del Eufrates resulta bastante interesante. Para los cristianos que escribieron y leyeron inicialmente el Apocalipsis en su versión definitiva, la posibilidad de una alianza con los partos para atacar a los romanos no significaba absolutamente nada. Por lo mismo, es muy seguro que, desde entonces, la perspectiva haya sido la que prevalece hasta hoy: que estos 200 millones también son enemigos del “pueblo de D-os”, y que si se dan cita para la batalla es porque van a ser parte de una coalición universal que luchará contra el Cristo. Por supuesto, en una dimensión espiritual.

No nos perdamos en nuestra imaginación: las siete trompetas del Apocalipsis nos ponen en el marco de una guerra. Para los autores judíos originales, la guerra contra los romanos, aunque destaca la expectativa que tenían de que los partos se involucraran en el conflicto; para los autores judíos del texto que conocemos, una guerra completamente espiritual, ya que las referencias políticas y geográficas del texto judío original carecían de importancia para ellos.

Vamos ahora con los dos paréntesis que se presentan entre la sexta y la séptima trompeta.

Con el capítulo 10 el Apocalipsis retoma la noción de liturgia con la que comenzó el capítulo 4. Recordemos: en ese capítulo con el que propiamente inicia la “visión profética”, se nos describe un culto cósmico, evidentemente centrado en el Sistema Solar (el universo conocido por los autores de esa época), donde diversos personajes se alternan para cantar himnos, ya sea en responsorios o en antífonas. Luego, el capítulo 5 nos describe la lectura de un “rollo sellado” (evidentemente, el Libro de Daniel). Es el punto de partida para el inicio de los juicios de D-os, pero también es un claro referente a que los antiguos cristianos, después de una serie de himnos y antífonas, procedían a la lectura de un “texto sagrado” (obviamente, las Escrituras Hebreas conocidas en cristiano como Antiguo Testamento; el Nuevo Testamento todavía no estaba compilado).

Este nuevo pasaje comienza diciendo que “vi descender del cielo a otro ángel fuerte envuelto en una nube, con el arcoiris sobre su cabeza; y su rostro era como el sol, y sus pies como columnas de fuego. Tenía en su mano un librito abierto, y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra” (Apocalipsis 10:1-2).

Es evidente que, en términos litúrgicos, se trata de una nueva lectura. Lo interesante es que en este caso la hace el ministro principal. En la imagen apocalíptica, quien trae este “librito abierto” es el ángel que está en el lugar del sol. Eso, en la coherencia simbólica que usa el libro, se refiere a Jesucristo, presentado siempre bajo simbolismos solares (ya los vimos en el capítulo 1; los volveremos a ver al final del libro). Entonces, el hecho de que sea Jesucristo mismo quien va a hacer esta lectura, debe ser una referenci a que en el culto dominical cristiano antiguo, esta segunda lectura corría a cargo de la máxima autoridad dentro de la congregación, que oficiaba desde un lugar especial.

Entonces sucede algo por demás misterioso: se hace la lectura, y se escuchan “siete truenos”. El autor comenta que se dispone a escribir lo que dijeron estos siete truenos, pero un ángel se lo prohíbe. Evidentemente, en el texto original judío la descripción de la guerra contra los romanos estaba organizada en cuatro secciones: siete sellos, siete trompetas, siete truenos y siete copas de ira. Lo más razonable es suponer que el texto llegó incompleto a manos cristianas, y sólo pudieron reconstruir las secciones de los sellos, las trompetas y las copas. A la hora de reelaborar el libro, mencionaron los siete truenos, pero sin entrar en especificaciones. No las tenían. Por ello, se limitaron a anotar que cuando el ángel con el librito “comience a tocar la séptima trompeta, el misterio de D-os se consumará” (v. 10:7). Por supuesto, los autores judíos originales entendían esto de un modo muy distinto a los autores cristianos que reelaboraron todo. Para los judíos, esa consumación implicaba el colapso de Roma y el inicio de la Era Mesiánica. Para los cristianos no; significaba algo diferente, que ya veremos cuando lleguemos al capítulo 19.

Sigue una nueva visión (capítulo 11) donde se nos habla de “dos testigos”, descritos como “los dos olivos y los dos candeleros que están en pie delante del D-os de la tierra” (v. 4).

Es una clarísima referencia a Zacarías 4, un capítulo donde el profeta nos presenta una visión de dos personajes identificados como “dos olivos”.

Los primeros versículos nos dan una descripción que se asemeja bastante a la del Apocalipsis: “… he aquí un candelabro todo de oro, con un depósito encima, y sus siete brazos encima del candelabro, y siete tubos para los brazos que están encima de él; y junto a él, dos olivos, el uno a la derecha del depósito y el otro a la izquierda” (Zacarías 4:2-3).

La única diferencia con Apocalipsis 11:4 es que Zacarías nos habla de un candelabro junto al que están los dos olivos, y Apocalipsis menciona a los dos olivos como si también fueran dos candelabros.

Sigue la descripción en Zacarías 4:11-14: “Hable más y le dije: ¿qué significan estos dos olivos a la derecha del candelabro y a su izquierda? Y me respondió diciendo: ¿no sabes qué es esto? Y dije: Señor mío, no. Y él dijo: estos son los dos hijos del aceite que están delante del Señor de toda la tierra”.

El inicio del capítulo 5 de Zacarías es interesantísimo: “De nuevo alcé mis ojos y miré y he aquí un rollo que volaba. Y me dijo: ¿Qué ves? Y le respondí: veo un rollo que vuela, de veinte codos de largo y diez codos de ancho. Y me dijo: esta es la maldición que sale sobre la faz de toda la tierra…” (vv. 1-3).

La similitud con el Apocalipsis es notable, aunque aquí están invertidos los temas: primero se menciona a los dos olivos, y luego al “rollo volante” cargado de “maldiciones” que saldrán sobre la faz de la tierra. Sin embargo, las similitudes siguen: la primera parte del capítulo 6 habla sobre cuatro diferentes “carruajes” que son soltado para recorrer toda la tierra. Cuirosamente, los colores son los mismos que los cuatro jinetes del Apocalipsis.

Tantas similitudes con esta sección de Zacarías nos sugiere que el texto judío apocalíptica que sirvió como base para la elaboración de esta sección del Apocalipsis estaba vinculado con el de este profeta. No es de extrañar: en Qumrán se desarrolló un tipo de literatura conocida como Pesharim (plural de Pesher, literalmente, comentario). En estos libros se tomaba una sección o un libro del Tanaj (Antiguo Testamento) y se le daba una nueva interpretación, proyectada hacia “los tiempos del fin”. El más célebre es el llamado Pesher Habakuk (Comentario al libro de Habakuk), donde la interpretación se proyecta hacia los tiempos del fundador de la secta de Qumrán.

Podemos especular dentro de términos razonables: un Pesher sobre el libro de Zacarías habría tomado estos elementos (los dos olivos, el rollo que vuela, los cuatro carruajes) y los habría proyectado hacia el fin de los tiempos. En el contexto original del profeta Zacarías, las visiones se refieren a la época de la restauración del reino de Judea después del exilio en Babilonia. En esta nueva interpretación, se relacionarían con la guerra contra los romanos. Por eso, a la reelaboración cristiana estos contenidos llegaron notoriamente ampliados.

En su contexto original ¿quiénes son los dos olivos? Zacarías 4, 5 y 6 nos dejan en claro que se trata de los “dos hijos del aceite”, frase normalmente traducida como “ungidos”: Zerubabel –del linaje de David– y el Sumo Sacerdote Josué –del linaje de Aarón–. Naturalmente, al Apocalipsis ya no llegó esta identificación que en Zacarías no representa problema alguno. En cambio, se les describe con características que nos recuerdan a Moisés y Elías. Resulta imposible saber si este cambio fue idea original de los autores cristianos, o ya estaría planteado en el texto apocalíptico basado en Zacarías que sirvió como base para el Apocalipsis.

Una cosa es definitiva: más allá de ese detalle, el pasaje evidencia un profundo retoque cristiano en todos sus elementos. Se pueden detectar vestigios de la añeja mentalidad qumranita, pero están notablemente diluidos, al punto de que son casi irreconocibles.

En la lógica cristiana, son dos predicadores que pondrán en jaque a la humanidad, pero serán derrotados “por la bestia que sube del abismo” (que en la apocalíptica judía original se refiere a Antíoco IV Epífanes o Vespasiano; por la época en la que se elaboraron estos textos, la alusión sería al segundo de ellos).

Algunos han propuesto que se trata de Pedro y Pablo, las cabezas más visibles del Cristianismo primitivo y que, según la tradición, fueron martirizados por los romanos. Tendría algún sentido, salvo porque es un dato recuperado de una tradición, no de algo que se pueda demostrar históricamente. Pero la ide esencial es válida: líderes cristianos martirizados por Roma, cuyo mensaje sigue vivo y difundiéndose por todo el mundo.

¿Son dos? No necesariamente. Los números en la apocalíptica son simbólicos. En este caso son dos porque representan a Moisés y Elías, y eso lo sabemos porque en el v. 5 se nos dice que pueden hacer que baje fuego del cielo para abrasar a sus enemigos, o convertir las aguas en sangre y azotar con plagas a la humanidad. Dichos prodigios fueron hechos, según el texto bíblico, por Elías y Moisés –respectivamente–. Así que estos “dos olivos” representarían al binomio integrado por la Ley (Moisés) y los Profetas (Elías). Entonces puede tratarse de cualquier cantidad de predicadores cristianos martirizados por proclamar el mensaje de la Ley y los Profetas.

El capítulo 11 concluye con la séptima trompeta, y la declaración de que el reino ha sido tomado por D-os mismo. Esto se acompaña con la visión de un templo celestial (si nos atenemos a la idiosincrasia de la apocalíptica judía, sería el descrito por Ezequiel en sus capítulos 40 al 48) listo para descender a la Tierra. Llama la atención que otra vez se mencione a los veinticuatro ancianos (v. 16), lo que refuerza la noción de que están directamente vinculados con todo lo que tenga que ver con el templo, ya que serían las 24 familias sacerdotales que se hacían cargo del santuario de Jerusalén.

Con el toque de la séptima trompeta comienza la sección dedicada a “la bestia”. Ya fue anticipada en el capítulo 11 cuando se nos dijo que ese ser “derrotará” a los dos olivos.

Ahora, como si el propio texto anticipara nuestra pregunta de “¿quién esa bestia?”, empieza una secuencia de visiones que nos lo explicará. Claro, con la compleja simbología apocalíptica.

La próxima semana comenzamos con el análisis de este tema, acaso el que más fascinación ha ejercido en los estudiosos del Apocalipsis.