ISABEL FERRER

Publicado en Holanda el diario de adolescencia de Carry Ulreich, judía ortodoxa nonagenaria que sobrevivió a los nazis oculta tres años en casa de una familia católica practicante.

“Ana Frank con final feliz”. Así firmó Carry Ulreich, en Ámsterdam, el libro destinado a los visitantes de la casa museo de Ana Frank. A punto de cumplir 90 años, no pretendía llamar la atención, pero su peripecia vital es similar a la de la autora del diario más reconocible del Holocausto, con esa diferencia esencial: Carry sobrevivió a la invasión nazi de Holanda y guardó el relato de su experiencia escrito en siete libretas.

Como Ana, se había escondido de los nazis con sus padres y su hermana, Rachel. Luego se sumaría Bram, el novio de esta última. Como Ana, cuya familia procedía de Alemania, Carry era originaria de otro país, en su caso, Polonia, y recibieron la ayuda de unos vecinos que se jugaron la vida. Pero mientras Ana venía de un entorno liberal, los Ulreich eran judíos ortodoxos, y el relato de la adolescente arroja luz sobre los retos impuestos a sus creencias por la situación. Sobre todo porque a ellos los escondió una familia católica practicante de Rotterdam.

Carry se llama ahora Carmela Mass, vive en Israel y cumplirá 90 años en noviembre. Su diario acaba de ser publicado en holandés bajo el título ‘s Nachts droom ik van vrede (De noche sueño con la paz) por la editorial Mozaïek. En marzo de 1944, en plena Guerra Mundial, el Gobierno holandés en el exilio anunció desde Londres que una vez terminada la contienda recogería los escritos que pudieran documentar lo ocurrido. Ana Frank, oculta con su familia desde 1942 en el trastero de una casa de los canales de Ámsterdam, reescribe y ordena a partir de entonces su diario con vistas a una posible publicación.

Vida cotidiana

En Rotterdam, la ciudad portuaria arrasada en 1940 para allanar la invasión nazi, se escondía por las mismas fechas Carry Ulreich, de 16 años. Los suyos no son los únicos relatos de lo ocurrido con los judíos escondidos —en Holanda, hacia 1943, había unas 300.000 personas en estas condiciones, de las que se salvaron 25.000 judíos que permanecieron ocultos—. Tampoco se ocultaron todos los judíos, pero los historiadores señalan que escasean los recuerdos de esa época con el arco completo de la vida cotidiana de familias ortodoxas antes de la ocupación, durante su encierro forzoso y después de la guerra.

El relato de Ana Frank es también la historia del despertar adolescente de una niña con afanes literarios, que se enamora por primera vez en un interior asfixiante. Carry describe en varios pasajes el efecto que les produjo la obligación de llevar la estrella amarilla cosida a la ropa, epítome del antisemitismo: “… A mí no me importa (…) me siento muy orgullosa de ser judía (…) papá no piensa igual, no se atreve a salir a la calle y no lo hace (…), cuando mira por la ventana le digo que tenga cuidado de no caerse, porque necesitará una estrella ahí abajo”, dice, en uno de los pasajes, con sorna adolescente. En otros, se pregunta por qué no pueden comer lo mismo que los católicos Zijlmans, que les acogieron durante tres años: “… Esta noche hemos cenado conejo asado con mantequilla (…) la primera vez, y ojalá que sea la última, que comemos algo trefá (que no cumple los preceptos religiosos). Y eso que estaba riquísimo. Parecía pollo. ¿Por qué no podemos comer algo así?”, se pregunta, ante un plato que no era kosher (adecuado para los judíos), en pleno racionamiento.

Estos roces y los intensos debates teológicos entre ambas familias no les enfrentaron. Carry mantuvo siempre contacto con la familia Zijlmans, que le dejó su habitación, con una ventana, para dormir. “Ellos lo hacían en el rincón de las patatas y sin ventilación ¿Te imaginas? No lo hicieron por dinero, sino por amor a Jesús”, ha declarado a la prensa holandesa, poco antes de la aparición del libro. Cuando los dueños de la casa se iban a misa, la vida dentro se paralizaba para no llamar la atención. En esos momentos el silencio era total. Durante una razia de los nazis, sus protectores pudieron evitar que les descubrieran distrayendo a los soldados. Tal vez delatados, solo Otto Frank, el padre de Ana, regresó de los campos de concentración. La niña y su hermana, Margot, murieron en Bergen-Belsen. La madre, Edith, pereció en Auschwitz.

A pesar de su juventud, la jovencita Carry colaboraba antes de la guerra en el Consejo Judío de Rotterdam y deseaba ir a Palestina, entonces protectorado británico (tras el acuerdo de la ONU de 1947 de crear dos Estados, uno árabe y otro israelí, en 1948 fue declarada la independencia del Estado de Israel). “Por las noches no sueño con la guerra sino con la paz, con gentes que regresan de Polonia y voy a buscar al tren (…) después vienen con nosotros a Palestina”, añade en un fragmento relativo a los deportados. Tras la liberación, la joven vería cumplido su sueño. Se casó con Jonathan Mass, un soldado británico de la denominada Brigada Judía, que ayudo a los judíos holandeses a recomponer sus vidas, y vive hoy al sur de Tel Aviv. Aunque nunca pensó en publicar su diario, uno de sus hijos llamó la atención de la editorial holandesa, que lo presentará en la próxima Feria de Fráncfort.


Fuente:elpais.com