LEO ZUCKERMANN

Hay casos de odio e intolerancia basados en la falsa idea de que una religión es superior a otra.

12 de Octubre de 2016

Los judíos de todo el mundo están celebrando hoy el Yom Kipur, Día de la Expiación. Es, quizá, la jornada más sagrada de esta religión donde se pide perdón por los pecados cometidos durante el año. Aprovecho la fecha para hacer una reflexión sobre los sacerdotes, los hombres y mujeres que representan a la religión, que predican el odio en nombre de Dios. Independientemente del culto que profesen, siempre me han parecido repulsivos. Lo peor es que abundan estos clérigos que, como tienen conexión directa con Dios, creen que tienen el derecho de discriminar, insultar, injuriar, calumniar, torturar y hasta matar.

Muchas de las grandes atrocidades de la historia se han hecho invocando el nombre de Dios. Odio e intolerancia basados en la falsa idea de que una religión es superior a otra y, por tanto, que las inferiores deben desaparecer. ¿Usted no cree en nuestro Dios? A la picota. ¿Usted no reconoce a Jesús como su hijo? A la hoguera. ¿Usted duda de las enseñanzas de Mahoma? Al pabellón. ¿Por qué tanto odio?

Ciertamente la Biblia es un libro con mucha violencia. Tan sólo en el Génesis aparece un Dios tremendo que castiga. Expulsa a Adán y Eva del Paraíso por haber quebrantado sus órdenes. Inunda al mundo porque le disgusta cómo se están portando los hombres. Destruye Sodoma y Gomorra porque sus habitantes son pecadores. El Dios de las tres grandes religiones monoteístas es una deidad que puede enojarse y ser muy violento.

Pero también el Dios de las tres grandes religiones monoteístas está lleno de amor y compasión. A lo largo de los siglos, los grandes teólogos se han dedicado a interpretar las Sagradas Escrituras para entender de qué se trata la religión. Me gusta la interpretación de Hilel sobre la Torá (el Pentateuco): “No hagas a tu prójimo lo que odies que te hagan a tí. Esa es toda la Torá. Lo demás es comentario”. Akiva ben Iosef diría lo mismo, pero en sentido positivo. Cuando le preguntaron cuál era la regla central de la Torá, contestó: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19:18). Para estos dos grandes pensadores, el valor principal del judaísmo (madre del cristianismo y del Islam) es el amor por el hombre y la humanidad, precepto que luego predicarían Jesús y Mahoma.

Hace algunos años escuché a un “rabino” discípulo de otro “rabino” despreciable, Meir Kahane. La prédica era de odio puro, muy alejada del pensamiento de Hilel o Akiva. No escuché más que basura: había que prohibir el contacto sexual entre judíos y gentiles, retirar la nacionalidad israelí a personas que no fueran judíos, expulsar a los palestinos de Israel y transferirlos a otros países árabes. Incluso este “rabino” llegó a insinuar la posibilidad de matar a los varones palestinos mayores de trece años para resolver “el problema de la raza palestina”. Me pareció vomitivo que existiera un movimiento extremista judío tan parecido al de los nazis. Por fortuna, este partido fue prohibido en Israel por “racista” y “antidemocrático”. Años después, Kahane, que sólo sembró odio en su vida, fue asesinado por un egipcio.

Huelga decir que sacerdotes extremistas existen en todas las religiones. Ejemplos hay muchos. Tienen la característica de justificar la violencia porque así lo manda el “Todopoderoso”. Y, cuando alguien tiene conexión directa con Dios, es imposible argumentar racionalmente con ellos.

La violencia religiosa se expresa en distintos niveles. Va desde una mirada despectiva hasta la Guerra Santa. Cualquiera que sea, es condenable porque la religión, según la entiendo, debe basarse en el amor al prójimo. Por eso, desde un punto de vista religioso, me chocan las declaraciones de sacerdotes en contra de minorías como, por ejemplo, los homosexuales.

El Papa actual, Francisco, ha dicho que, si una persona es gay y busca al Señor y está dispuesto a ello, él no es nadie para juzgarla. En una entrevista con el vaticanista Andrea Tornielli luego abundaría: “Estaba parafraseando de memoria el Catecismo de la Iglesia católica en donde se afirma que estas personas deben ser tratadas con delicadeza y no deben ser marginadas. Me alegra que hablemos sobre las personas homosexuales porque antes que nada viene la persona individual en su totalidad y dignidad. Y la gente no debe ser definida sólo por sus tendencias sexuales: no olvidemos que Dios ama a todas sus criaturas y que estamos destinados a recibir su amor infinito. Prefiero que los homosexuales acudan a la confesión, que estén cerca del Señor y que recemos todos juntos. Se les puede pedir que recen, mostrarles buena voluntad, mostrarles el camino y acompañarlos en el mismo”. Eso es lo que dice un buen sacerdote. Muy diferente a los que predican el odio en nombre de Dios.

Twitter: @leozuckermann

Fuente:excelsior.com.mx