SERGIO PIKHOLTZ

Quienes tenemos la suerte de conocer Jerusalem, capital del Estado de Israel, pudimos comprobar el magnífico encanto de caminar por las calles de la ciudad vieja, dividida en cuatro cuartos: el armenio, el cristiano, el musulmán y el judío.

Una enorme cantidad de turistas, europeos, asiáticos, americanos y de casi cualquier lugar de la Tierra, puede recorrer todos los sectores, excepto un grupo de personas que tiene vedado el acceso al Monte del Templo: los judíos. Es que cuando uno se acerca, y los policías israelíes se percatan de que el que intenta pasar es judío, sencillamente no lo dejan.

En el Monte del Templo, donde hasta hace unos dos mil años estaba el gran Templo de Jerusalem, hoy se encuentran la mezquita de Al Aqsa y el Domo de la Roca, esa construcción de cúpula dorada característica del lugar.

Este sitio está bajo la órbita de la autoridad palestina y la policía israelí no puede brindar seguridad a los que ingresan. Por eso la prohibición para los judíos.

Junto a ella, hacia el oeste, está el Kotel, o mal llamado Muro de los Lamentos, porque no vamos a lamentarnos de nada allí, sino a celebrar la redención de nuestro pueblo con la creación del Estado de Israel, y en ese lugar rezamos, cantamos, bailamos y agradecemos. Cabe aclarar: muchas veces bajo una lluvia de piedras que nos envían del otro lado.

En esta ciudad única, donde la energía es incontenible, cuna del monoteísmo, los judíos hemos vivido por más de 3,500 años, y aunque fuéramos expulsados por babilonios, romanos, árabes y demás, siempre volvimos, y siempre algunos quedamos.

La Unesco, una organización con cuantiosos antecedentes y resoluciones antiisraelíes, léase judeofóbicas, el 13 de octubre emitió un documento que manifiesta que el Monte del Templo y el Kotel, o Muro Occidental, junto a la tumba de los patriarcas, en la ciudad de Hebrón, y la tumba de la matriarca Raquel, en Belén, deben ser retirados de la lista de lugares sagrados del pueblo judío.

Entre otras cosas, también define al Estado de Israel en todas las oportunidades en que lo menciona como potencia ocupante, y llama a los sitios sagrados por su nombre en árabe solamente.

Más allá aún, intima a Israel a cesar con obras arqueológicas y construcciones; entre otras, las que implican mejoras para, por ejemplo, la plaza frente al Muro Occidental, el lugar más sagrado para el judaísmo, que también debería ser retirado de la lista de lugares sagrados para el judaísmo.

La Unesco, organismo manejado por regímenes misóginos y dictatoriales como Irán, Arabia Saudita, Qatar, Paquistán, Sudán y varios más, se ha especializado en condenar a Israel cada vez con mayor asiduidad, aunque lo más peligroso es que muchos de estos países son activos financistas del terrorismo internacional, el más importante foco de preocupación de los gobiernos de los países centrales hoy en día.

Brasil y México extrañamente han apoyado el documento, y la Argentina se ha abstenido, luego de doce años en que todas las resoluciones antiisraelíes eran apoyadas.

Sin embargo, nuestro país, con una triste historia de atentados contra la Embajada de Israel y la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA) a manos de grupos terroristas vinculados con Irán, debería revisar esta postura.

Pretender, con una declaración política impulsada por países totalitarios que apalean hasta la muerte a los homosexuales o que apedrean a una mujer sospechada de infidelidad, que la civilización judía rompa sus vínculos milenarios con sus sitios sagrados es como querer tapar el Sol con las manos por decreto.

Es como suponer que alguien puede determinar que el obelisco no es porteño, que la quebrada de Humahuaca no puede ser incluida en los sitios turísticos de nuestro país, o que las cataratas del Iguazú no guardan relación alguna con la Argentina.

El mundo, los países civilizados de la Tierra, deben comprender que esta resolución no trata solamente sobre en qué lista figuran los sitios sagrados. Esta resolución marca la tendencia de este organismo funesto de cuestionar el derecho del Estado de Israel a su existencia, empezando precisamente por los lugares más profundamente arraigados a su historia de más de 3,500 años.

Vivimos una época extraña, donde se castiga al Estado judío, el único Estado judío, más pequeño que la provincia de Tucumán, por tratar de descubrir y entender el pasado con excavaciones e investigaciones arqueológicas, y no se toman medidas de ningún tipo con pseudo Estados terroristas que, sostenidos por algunos de los países que mencionáramos antes, destruyen cada lugar que conquistan. Las ruinas de la ciudad de Palmira pasaron a mejor vida en manos de ISIS recientemente.

Israel, rodeado de un océano de países que sólo ansían su destrucción, ha dado muestras de ser fuerte y saber que su futuro depende de sí mismo, y que ninguna resolución de un organismo racista y judeófobo puede decretar lo que es propio por derecho histórico y político.

A casi cien años de la declaración Balfour, y a casi setenta de la partición de Palestina, las muestras están a la vista: Israel es el único Estado democrático de la región, potencia en tecnología, medicina, tratamiento del agua, energías alternativas y libertades individuales. Mientras tanto, sus vecinos se siguen debatiendo en guerras tribales y nepotismo, y sus pueblos no logran salir de la pobreza, la ignorancia y la tiranía.

La Unesco y la ONU deberían trabajar en eso, en lugar de castigar sistemáticamente al Estado de Israel.

Fuente:infobae.com