IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Los grupos pro-palestinos están a punto de empezar un año de intensas campañas contra la Declaración Balfour, emitida el 2 de noviembre de 1917. Así que habrá que empezar a desmontar las mentiras palestinas sobre este tema.

Arthur James Balfour (1848-1930) fue un político británico que ejerció como Primer Ministro de Inglaterra (por parte del Partido Conservador) entre 1902 y 1905. En 1917, cuando se emitió la declaración que lleva su nombre, se desempeñaba como Ministro de Asuntos Exteriores, y en tal calidad fue que envió la misiva al Barón Lionel Walter Rothschild, uno de los principales líderes de la Comunidad Judía inglesa.

El texto dice lo siguiente:

“Estimado Lord Rothschild

Me complazco en transmitir a usted, en nombre de Su Majestad Británica, la siguiente declaración de simpatía por las aspiraciones judías sionistas, cuyo texto ha sido sometido al gabinete y aprobado por éste.

El gobierno de Su Majestad ve con beneplácito el establecimiento de un hogar nacional judío, y hará cuanto esté en su poder para facilitar el logro de este objetivo, quedando claramente entendido que no tomará ninguna medida que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías de Palestina, o los derechos y la condición política que gocen los judíos en cualquier otro país.

Agradeceré a usted se sirva en poner esta declaración en conocimiento de la Federación Sionista.

Atentamente: Arthur James Balfour”

La carta es un precedente claro al hecho de que Inglaterra ya se sabía ganadora en el conflicto contra Turquía. La derrota Otomana era inminente, y Francia e Inglaterra –enemigos de los turcos en la Primera Guerra Mundial– terminarían por repartirse sus dominios en Medio Oriente. Lo que hoy es Siria y Líbano quedaron como colonias francesas, y lo que hoy es Israel y Jordania como una colonia inglesa (además de otras).

Acaso en este punto es donde hay que mencionar el aspecto trágico, catastrófico e incluso inmoral en el que cayeron los ingleses en este momento: para garantizar el apoyo de los grupos locales en su guerra contra los turcos, se dedicaron a exaltar los nacionalismos prometiendo a diestra y siniestra que Inglaterra los apoyaría para adquirir su independencia.

Cosa que no sucedió.

En vez de ello, se estructuró un sistema colonial que de inmediato empezó a tener conflictos internos entre los diversos grupos árabes.

El proyecto colonialista franco-inglés no sobrevivió mucho tiempo. Terminada la Segunda Guerra Mundial, hubo que proceder al desmantelamiento de las colonias europeas en esa zona, y de ese modo nacieron los modernos Estados de Líbano, Siria, Israel y Jordania.

¿Cuál es la queja de los palestinos y sus grupos de apoyo?

Que esa medida arbitraria tomada por los ingleses “despojó” de su territorio a una nación milenaria (la “palestina”), e inventó de la nada un país integrado por un grupo cuya mayoría eran inmigrantes intrusos, acarreados al lugar por los proyectos sionistas.

Es falso. De principio a fin.

Lo primero que hay que señalar es que “Palestina” nunca fue el nombre de una nación milenaria. El territorio apenas fue nombrado así en el año 135, por órdenes del emperador Adriano, como represalia contra los judíos por su levantamiento armado iniciado tres años antes. Previamente, el territorio estaba integrado por las provincias de Judea, Samaria, Galilea, Decápolis, Idumea y Nabatea.

Por lo mismo, resulta evidente que no existía algo así como “un pueblo palestino”. La prueba es que la palabra “palestina” es de origen hebreo, y significa “intruso” (nótese lo irónico del asunto: justo quienes se quejan de que los judíos son intrusos, se hacen llamar a sí mismos con un nombre de origen judío que singifica “intruso”). Originalmente, el término es PILISTIM, y en español suele traducirse como FILISTEOS. Los primeros en mencionarlos fueron los egipcios, que los llamaron PELESET, si bien la cultura occidental los conoció primero por las fuentes bíblicas (hebreas). Se trata de un grupo de los llamados “Pueblos del Mar”, llegado a las costas de la actual Gaza hacia el siglo XII AEC, originario de las islas del Mar Egeo (Grecia). Su importancia histórica se debe a que fueron el primer grupo que provocó un contacto directo entre la cultura cananea e israelita y la cultura griega.

Para las épocas de Adriano, los filisteos ya no existían. Desaparecieron junto con la mayoría de los grupos de la zona durante la era de las invasiones asirias y babilónicas, y lo más probable es que sus últimos descendientes hayan terminado por asimilarse al antiguo Israel.

Por lo tanto, es un hecho histórico objetivo que desde la imposición del nombre Palestina en la zona, no existió un grupo identificable como “nación palestina” (en el entendido de que la definición clásica de “nación” es un grupo de personas que se identifican con una narrativa histórica en común, aunque sea de tipo legendario, y comparten lenguaje, costumbres, tradiciones y, generalmente, religión).

Cuando los ingleses tomaron el control de la zona e instituyeron lo que pasó a llamarse Protectorado Británico de Palestina, los “palestinos” eran los habitantes de la provincia, sin importar su identidad étnica –judíos o árabes, principalmente– o su religión –judíos, cristianos o musulmanes–.

Con esto empieza a derrumbarse la primera falacia, cuyo objetivo es convencernos de la falsa contraposición entre el judío y el palestino. Los judíos de la zona, hasta 1948, fueron cien por ciento palestinos, tanto como cualquier árabe de la zona. Por lo tanto, el “territorio de Palestina” no fue cercenado “para dárselo a un grupo intruso”, sino para dárselo a un grupo legítimamente palestino: el judío.

Suele objetarse que “los judíos habían llegado en olas migratorias” y, por lo tanto, no eran los habitantes originales del lugar.

Es un dato muy impreciso.

Lo primero que hay que señalar es que hacia mediados del siglo XIX, la zona estaba básicamente vacía. La moderna demografía es consecuencia de procesos migratorios que trajeron a muchos judíos a la zona, pero también a muchos árabes. En ningún registro documental que contenga una descripción de la zona se menciona a un grupo árabe identificado como “pueblo palestino”. Los más interesantes en este sentido son la Cartografía de Adrianus Reland (1698) y la crónica de viaje de Mark Twain (1867). Ambos trabajos nos pintan una geografía desolada, escasamente poblada por grupos árabes y judíos por igual, y en donde el apelativo “palestino” no está relacionado con ningún grupo en especial.

Cierto que a finales del siglo XIX e inicios del XX muchos judíos llegaron de Europa. Tan cierto como que en esa misma época muchos árabes llegaron de Arabia, Siria o Irak. Todos los estudios genéticos aplicados tanto a israelíes como palestinos demuestran que son poblaciones complejas. Es decir, grupos en los que se han fusionado una gran cantidad de migrantes provenientes de diferentes lugares.

Pero ¿acaso las migraciones humanas son un misterio? A lo largo de toda la historia, grupos humanos se han movido de un lugar a otro, y eso nunca ha sido un factor determinante para delimitar las fronteras de ningún estado moderno, y menos aún las características de su población.

Dicho de otro modo: decir que llegaron judíos a un lugar, o que llegaron árabes a ese mismo lugar, es hablar de una dinámica humana que se repite interminablemente en cualquier lugar y cualquier momento. Por eso, no existe un solo país que, como estado moderno, se haya constituido a partir de la noción de que “allí vive un solo grupo con un mismo origen, una misma historia, una misma lengua, un mismo bloque de tradiciones, una misma religión, y todo eso desde tiempo inmemorial”.

Si uno se toma la molestia de estudiar el proceso histórico mediante el cual se definió la demografía de cualquier estado moderno, se va a encontrar exactamente la misma dinámica: grupos humanos yendo y viniendo de un lugar a otro, en cualquier momento de la historia.

Por eso, cuando se da el fenómeno de la migración forzada y se generan oleadas de refugiados, los “refugiados” sólo son aquellos que se ven obligados a ir a otro país en el que no tienen identidad jurídica (es decir, la ciudadanía). Pero sus hijos no heredan esa condición, sino que son ciudadanos por nacimiento del país en el que se establecieron sus papás.

En México lo vivimos muy de cerca con grandes oleadas de inmigrantes españoles, chilenos y argentinos, que llegaron en diversos momentos, generalmente huyendo de guerras civiles o dictaduras militares. Pero los refugiados fueron aquellos adultos que llegaron a buscar asilo al país. Sus hijos (y luegos sus nietos y bisnietos) no son refugiados; son mexicanos. Y nadie cuestiona su vínculo con este país bajo el absurdo pretexto de que “es que tus papás llegaron de otro lugar”.

Yo mismo soy descendiente de inmigrantes. No llegaron en calidad de refugiados, pero hubo un momento en que mis ancestros se establecieron aquí como extranjeros. Sin embargo, yo no lo soy. Soy mexicano al cien por ciento, y nadie puede cuestionar mi identidad jurídica bajo el falaz argumento de que “mis bisabuelos llegaron de otro lugar”.

En 1948, cuando se constituyó el moderno Estado de Israel, había 800 mil judíos viviendo allí. La abrumadora mayoría ya había nacido allí, porque los inmigrantes fueron sus padres o sus abuelos. Es un hecho tan real y objetivo que en la actualidad prácticamente todos los líderes políticos de Israel son israelíes por nacimiento.

Luego entonces, no se les puede acusar de ser intrusos desde ningún punto de vista razonable.

La única lógica para hacerlo es una perspectiva descaradamente racista según la cual hay un grupo –el judío– que no puede adquirir bajo ninguna circunstancia los derechos de ciudadanía, ni siquiera en su tierra ancestral. Cualquier descendiente de migrantes puede ser ciudadano legítimo de cualquier lugar, menos el judío. Si sus ancestros llegaron de otro lugar, el judío debe ser considerado un intruso y un invasor.

Así de patética es la lógica de los activistas pro-palestinos.

La Declaración Balfour no fue el inicio de un despojo de nada. Fue un paso intermedio en un proceso que culminó con el desmantelamiento del colonialismo inglés, cuyo resultado fue la evolución política de lo que entre los años 135 y 1948 se llamó Palestina.

El Plan de Partición de 1947 simplemente se propuso repartir lo que quedaba de Palestina (porque en 1946 más de la mitad ya se había convertido en el moderno estado jordano) entre dos grupos igualmente palestinos, uno árabe y otro judío.

Luego entonces, Israel no es una usurpación en territorio palestino.

Israel es la forma en la que evolucionó la antigua provincia colonial de Palestina, hacia una estructura jurídica moderna (un estado).

El proceso jurídico y legal fue exactamente el mismo con el cual se creó Pakistán: en 1947 también se propuso un Plan de Partición para seccionar a la India e inventar, de la nada, un territorio autónomo que se constituiría como un estado moderno, para que los musulmanes de la zona pudieran ser independientes. Al igual que en el caso de Israel, el Plan de Partición contempló la necesidad de trasladar grupos de pobladores de un lado al otro para que los de religión hindú quedarán en la India, y los musulmanes en Pakistán.

Pero también hubo diferencias: la primera y más notable es que Israel no fue un territorio inventado de la nada, sino establecido en un lugar con una historia milenaria. Pakistán, en contraste, nunca existió de ninguna manera. Literalmente, fue inventado.

La segunda diferencia fue que el conflicto generado por el Plan de Partición del cual nació Israel provocó el desplazamiento de unos 600 mil árabes y de unos 900 mil judíos, mientras que en el caso de Pakistán los desplazamientos de hindúes y musulmanes se elevaron a 14 millones de personas.

Repito, para enfatizar la gravedad del asunto: 14 millones de personas.

La tercera diferencia fue que en el conflicto armado en torno a Israel murieron alrededor de 20 mil personas (entre judíos y árabes), mientras que en el conflicto armado en torno a Pakistán murieron un millón de personas.

Extrañamente, Pakistán nunca ha sido cuestionado en su razón o legitimidad de ser. Simplemente, se acepta que fue necesaria la creación artificial de un nuevo estado, y se asume que los 14 millones de desplazados y el millón de muertos fueron un mal necesario con tal de darle a los recién inventados “pakistaníes” un lugar donde vivir.

Pero al judío no se le puede conceder eso, en la lógica de los activistas pro-palestinos, o de la mayoría de los propios palestinos.

Así pues, lo que se nos viene durante todo un año –hasta que se cumpla el centenario de la promulgación de la Declaración Balfour–, estaremos viendo una grotesca camapaña racista, xenófoba y judeófoba en el más rudimentario y vulgar de los estilos posibles.

Y aquí la seguiremos cuestionando, criticando, y señalando sus errores.