GEORGE CHAYA

El discurso de François Hollande ha sido inteligente e interesante. Sin embargo, el freno al terrorismo religioso debe emerger de los propios musulmanes.

Francia conmemoró el primer aniversario de los atentados en París en una jornada en la que el presidente François Hollande inauguró seis placas en memoria de las 130 víctimas de los ataques yihadistas en la capital francesa.

En su discurso, el primer mandatario abordó el problema del terrorismo religioso como nunca antes lo había hecho, lo cual es un síntoma de que Europa está comprendiendo el flagelo del islamismo radical, según señaló una publicación de Reuters.

Definir el integrismo y comprender sus motivaciones no es complejo para los que venimos del mundo árabe. Es simple, de lo que en verdad se trata es de una ideología rígida y un dogma pétreo que está fuera de cualquier posibilidad de ser contrastado. Su discurso es un diálogo de suma cero, violento y maximalista. Sus adherentes jamás reflexionan y sólo estarán satisfechos cuando los que consideran sus enemigos se conviertan a su creencia o sean vencidos.

“Europa parece estar comprendiéndolo luego de padecer los golpes que costaron la vida de cientos de sus ciudadanos”, declaró a la agencia AFP, Said Ramzi, pseudónimo del periodista francés que logró infiltrarse seis meses en una célula yihadista.

Sin embargo, aún existe una ruidosa sordina de aquellos que por acción u omisión apoyan a los radicales siendo funcionales a la inmoralidad que encarnan. ISIS no está en Siria para liberar a los sirios de Bashar al Assad ni de nadie. Ellos están tratando de destrozar lo que queda en pie del Estado para instaurar su proyecto de Califato, al tiempo que cometen los crímenes más abyectos.

Un informe reciente de DEBKAfile indica: “Durante décadas una corriente académica y periodística analizó el fenómeno del fundamentalismo desde una visión intelectual-militante que confundió a la opinión pública sobre el significado real de este tipo de terror”.

Concretamente, esos analistas esgrimen una débil explicación sobre el terror religioso, al que sindican como el resultado de la pérdida de libertades políticas y económicas a manos de la hegemonía occidental y de la ocupación israelí de Palestina. A mi juicio, tal explicación configura una vulgaridad disociada de la realidad. Como indiqué hace una década y repito ahora, estos no han sido los factores que contribuyeron a la expansión de tal modalidad terrorista. “Los factores que lo crearon y lo alimentan han sido el propio terrorismo fanático, los petrodólares del Golfo y una aceitada maquinaria de odio favorecida por quienes interpretan la religión discrecionalmente y fuera de cualquier diálogo racional”.

El discurso occidental de que una persona se convierte en terrorista en respuesta a la destrucción de su entorno patriótico, social y cultural no encuentra sustento en antecedente histórico alguno. No hay reivindicación identitaria ni patriótica en este fenómeno. Tampoco se está ante la defensa de aspectos culturales o nacionales en el accionar del terror religioso. De lo que se trata es de sistemáticos actos contrarios a su propia cultura, donde las víctimas mayoritarias son musulmanas, por lo que la explicación del problema desde la visión de los analistas occidentales, “no es más que una defensa de los que conducen a sus propios hermanos a un suicidio colectivo”.

El discurso de Hollande ha sido inteligente e interesante. Sin embargo, el freno al terrorismo religioso debe emerger de los propios musulmanes; no habrá solución en Siria ni en los conflictos donde el fundamentalismo esté presente hasta que los países árabes no confronten con un discurso claro y crítico ese fenómeno. Lo único que los dirigentes occidentales podrán hacer es convivir con la enfermedad del terrorismo al igual que convivimos con el calentamiento global, el zika, las inundaciones y los incendios forestales.

Lo que se debe entender para no confundir a la opinión pública es: “El peligro no está en la forma en que cada persona vive su religión”. Está en la radicalización de su mente.

Es claro que la milenaria cultura árabe ha brindado a la humanidad en los siglos pasados infinita riqueza en el campo de las ciencias, la cultura y un sinfín de etcéteras.

Sin embargo, las preguntas a efectuarse son concretas y más sencillas que los discursos políticos grandilocuentes. A saber: ¿qué ofrecen los países árabes a la civilización y al mundo hoy? ¿Qué progresos, invenciones y descubrimientos se están haciendo en el mundo árabe actual? ¿Cuál es su contribución a la civilización y a la humanidad en el presente?

Además del petróleo bajo su suelo, por lo cual no se puede demandar ningún mérito a nombre de los seres humanos que viven sobre la superficie de la Tierra, no hay nada que el mundo árabe esté ofreciendo hoy a la humanidad. Y la razón es porque los ciudadanos árabes son rehenes de sus élites religiosas y políticas que se erigen como defensores pseudo-intelectuales de la vanguardia de sus pueblos, sea contra los extranjeros, los cruzados, los sionistas, los imperialistas, los norteamericanos, los colonialistas, etcétera.

Para extirpar el yihadismo, lo que los gobernantes árabes deben hacer —si son honestos con sus pueblos— es admitir sus errores y corregirlos. Culpar a otros por sus problemas o a quienes los visibilizamos desde la prensa no deja de ser una forma banal, ridícula e ignorante que no soluciona nada y degrada el intelecto.

De allí que es obligación de los que nos sentimos libres la construcción de una forma pacífica y proactiva dentro de cada uno de nosotros para proponer las modalidades que posibiliten cambios hacia un mundo moderno. Con ello, no estaremos apologizando sobre nada ni nadie, con ello estaremos dando el primer paso para desechar el yugo de la opresión tribal, el atraso social e intelectual, la destrucción del ser humano por creencias anticuadas y la sensación abrumadora de que el mundo árabe, a pesar de su abundancia en recursos energéticos, vive lo más al revés posible del conjunto de sociedades modernas en el mundo de hoy.

Fuente:cciu.org.uy