ESTHER SHABOT

Su volubilidad, ignorancia y amenazante retórica hacen muy difícil pronosticar qué tanto de lo que dijo y prometió se hará realidad.

Se ha vuelto opinión generalizada que, por el momento, es bastante impredecible cómo gobernará el Presidente electo de Estados Unidos, Donald Trump. Su volubilidad, ignorancia y amenazante retórica llena de verdades a medias o de flagrantes mentiras hacen muy difícil pronosticar qué tanto de lo que dijo y prometió se hará realidad. Con relación a Oriente Medio, sus propuestas han sido, igual que en muchos otros temas, ambiguas y confusas, lo cual no impide deducir que, en cuanto al conflicto israelí- palestino, su política tenderá a dar muerte al proyecto de “dos Estados para dos pueblos”, es decir, contrario a la creación de un Estado palestino al lado de Israel. Tan es así, que el triunfo de Trump fue recibido con inocultable alegría por muchos de los políticos de derecha extrema que actualmente forman parte de la coalición que gobierna a Israel.

Sobre todo dentro de los partidos políticos que representan los intereses de la expansión de colonias judías en Cisjordania es en donde el optimismo ha cundido. Incluso, pretenden legislar para legalizar los asentamientos que el propio gobierno israelí y su Suprema Corte de Justicia han calificado como ilegales, atrevimiento que demuestra hasta qué grado ha llegado el envalentonamiento de este segmento de la sociedad israelí que al parecer percibe a Trump como un aliado firme para la concreción de su proyecto. Las muestras de ello no están tan sólo en el antiislamismo del magnate neoyorquino, sino que también derivan de las posturas de figuras clave en el entorno trumpiano, tales como el ex alcalde de Nueva York, Rudy Giuliani, y el líder republicano Newt Gingrich, ambos caracterizados por posiciones duras en cuanto al reconocimiento de derechos nacionales para los palestinos.

Es así que, si se pretendía que la solución al añejo conflicto palestino-israelí fuera impulsada por la presión de actores externos –Washington en primer lugar–, habría que olvidarse con la llegada de Trump de tal expectativa. Queda por tanto en manos de los propios protagonistas de este drama, israelíes y palestinos, el hacerse cargo del desafío que implica la expansión irrestricta de asentamientos judíos en Cisjordania y Jerusalén, paralelamente a la inexistencia de negociaciones, un liderazgo palestino fragmentado y sumamente débil, y un gobierno israelí cuyo proyecto no contempla con claridad el suicidio al que está conduciendo al Estado de Israel al encaminarlo a convertirse en un Estado binacional en el que, inevitablemente, se perdería su identidad judía original o en su defecto, su carácter democrático.

En ese sentido, es previsible que sin un drástico golpe de timón en el seno de los liderazgos de ambos pueblos, golpe forzado por sus propias sociedades civiles, el territorio de Israel-Palestina, ubicado en medio de un vecindario convulso, caótico y sumido en una violencia extrema, pronto perdería la endeble estabilidad que hasta ahora ha mantenido. Es evidente que el actual statu quo no puede prolongarse indefinidamente, menos aún si los tradicionales mediadores, que en otros tiempos se esforzaron por conciliar entre las partes, desaparecen del panorama internacional. Y justo eso es lo que se perfila con los ascensos de los poderes de derecha extrema, tanto en Estados Unidos como en un buen número de países de la Unión Europea. En la medida en que éstos asuman las posturas aislacionistas que defienden, dejarán librados a su suerte varios de los conflictos en los que su mediación sigue siendo, a fin de cuentas, fundamental para resolverlos o atenuarlos.

Fuente:excelsior.com.mx