URI DROMI

Tratar de evaluar las ramificaciones de la política exterior de EE.UU. hacia Israel y el Medio Oriente es como ver un barco luchando en aguas turbulentas, y preguntarse si alguna vez llegará a su destino. Excepto que el recién nombrado capitán está decidido a seguir adelante a pesar de no tener experiencia en asuntos marítimos; su navegante (el secretario de Estado Rex Tillerson) quizá haya dirigido otros barcos, pero no conoce la zona; la tripulación está al borde del motín; y nadie sabe exactamente cuál es el destino.

ESTI PELED PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – En sus pocos días de gobierno, Donald Trump ha demostrado su determinación de cumplir sus promesas de campaña, empezando por el muro en la frontera mexicana y evitando que los musulmanes entren libremente a Estados Unidos. Cuando se dio cuenta que era más fácil decirlo que hacerlo, el presidente reaccionó de manera predecible, culpando a los medios de comunicación y a quienes no podían aceptar su victoria.

Pero, ¿qué promesas hizo Trump con respecto a Israel y Oriente Medio? Una buena guía es su discurso en la conferencia del Comité de Asuntos Públicos de Israel en marzo de 2016. “Mi primera prioridad será desmantelar el desastroso acuerdo con Irán,” dijo a los congregantes pro-israelíes, quienes lo recompensaron con grandes ovaciones. “Me he dedicado a los negocios durante mucho tiempo. Sé cómo hacerlos. Y permítanme decirles, este acuerdo es catastrófico para Estados Unidos, para Israel y para todo el Medio Oriente”. También prometió que si es electo,”trasladará la embajada estadounidense a la capital eterna del pueblo judío, Jerusalem”.

Luego, en una entrevista que ofreció al Times y al periódico alemán Bild, Trump dijo que su yerno, Jared Kushner, a quien había designado como enviado especial para Oriente Medio, logrará un acuerdo final entre los israelíes y los palestinos. Trump no explicó cómo el joven Kushner tendría éxito donde todos los presidentes, secretarios de Estado y enviados especiales habían fracasado. Sólo pensó que “Jared es tan buen chico que alcanzará el acuerdo con Israel que nadie más puede pactar. Él es el mejor negociador – todos lo quieren”.

Finalmente, en su discurso de inauguración, Trump prometió espectacularmente “erradicar el terrorismo islámico radical de la faz de la tierra”.

Estas son tareas bastante ambiciosas. Sin embargo, curiosamente, a diferencia del muro mexicano y de las restricciones a los inmigrantes musulmanes, en las que se movió con rapidez, en sus primeros días en el cargo, el presidente Trump ha dado señales confusas sobre Israel y Oriente Medio.

El candidato Trump una vez prometió abolir el acuerdo nuclear con Irán, pero la semana pasada, en una conversación con el rey saudí Salman, Trump accedió a implementarlo “rigurosamente”. Cuando un periodista israelí le preguntó acerca de trasladar la embajada a Jerusalem, Trump esquivó la pregunta y dijo que no había olvidado su promesa. Kushner todavía no ha llegado a la región, y sólo entonces tal vez tengamos una idea de cómo piensa realizar “el mejor de todos los acuerdos”. Y se necesitará mucho más que una incursión de comandos estadounidenses contra Al-Qaida en el Yemen para “erradicar el terrorismo islámico radical de la faz de la tierra”.

¿Por qué Trump se apresuró a ocuparse del muro en la frontera con México y de la inmigración musulmana, mientras se muestra renuente a cumplir sus promesas sobre Israel y Oriente Medio? Porque en los dos primeros casos podía actuar solo; en los últimos, necesita socios, que no están todavía dispuestos a cooperar o que no están totalmente disponibles.

Inmediatamente después de la elección de Trump, el senador republicano Bob Corker, quien como presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores del Senado se había opuesto al acuerdo de Irán, advirtió al presidente electo de no echarlo por tierra, diciendo a CNN: “No creo que sea la mejor manera de comenzar”. En su opinión, Estados Unidos no tiene el poder de hacerlo, ya que es sólo uno de los siete países involucrados, junto con las Naciones Unidas y la Unión Europea.

Trasladar la embajada de Estados Unidos a Jerusalem debería haber sido un acto más sencillo, excepto que los israelíes, que supuestamente cooperarían alegremente, demostraron ser sospechosamente prudentes y por buenas razones: el primer ministro Netantyahu se ha estado jactando de la alianza sunita unida con Israel, contra el enemigo común, Irán. Lo último que necesita ahora es molestar a Riad, Amán y El Cairo por el sensible tema de Jerusalem.

Espero que el presidente Trump o su yerno logren traer una paz integral entre Israel y los palestinos – eso determinará el futuro de mis hijos y nietos. Pero como Trump le dijo a su audiencia en AIPAC, “para alcanzar un buen acuerdo, se necesitan dos partes dispuestas”. Y aunque el primer ministro Netanyahu expresó su aceptación de la solución de dos Estados en 2009, en la práctica ha seguido a sus partidarios de derecha, promoviendo asentamientos que podrían hacer que tal solución sea imposible. Mahmoud Abbas, por su parte, sigue evitando la mesa de negociaciones, y acudiendo a foros internacionales que sólo exacerbarán las cosas.

Combatir el terrorismo islámico radical es otra tarea que Estados Unidos no podrá lograr sin buenos socios en la región. Irónicamente, el presidente Trump comenzó a buscar a esos socios llamando al líder de Arabia Saudita, el país de origen de Al-Qaida y los terroristas del 9/11. Si hubiese mirado más de cerca a Irak y Siria, Trump habría descubierto el hecho vergonzoso de que el enemigo más feroz del ISIS sunita, sus milicias chiitas y Hezbolá, es el mismo Irán que prometió someter.

Y uno no debe ignorar los desafíos que Trump enfrenta en Oriente Medio por su dudoso socio, Vladimir Putin, descrito de manera vívida por Gail Collins del New York Times como “un matón que quiere convertirse en una versión masculina y sin camisa de Catalina la Grande “(Espero que Trump haya sido informado sobre ella, y sobre su predecesor Pedro I, también llamado el Grande, ambos arquitectos del Imperio ruso, y su búsqueda por estar presente en el Oriente Medio).

Si hay algo en Donald Trump más fuerte que su deseo de ser nombrado el mejor negociador, es su deseo obsesivo de no ser declarado perdedor. Dejando a un lado su retórica, tal vez con sus agudos instintos, que hasta ahora le han beneficiado, siente que el Oriente Medio en general y el conflicto israelí-palestino en particular son campos de minas que deben evitarse. No es impensable suponer que tras una breve obertura en la región, declarará la victoria y se alejará para probar su suerte en otro lugar.

Parece, pues, que la alegría del 10 de noviembre en la mansión de Benjamín Netanyahu en Jerusalem fue prematura. Eventualmente, en lugar de ser pasajeros a bordo de la nave estadounidense, los israelíes probablemente tendrán que navegar su propio pequeño barco por sí mismos.

Fuente: The Times Literary Supplement / Reproducción autorizada con la mención siguiente: © EnlaceJudíoMéxico