BRET STEPHENS

Los métodos del ruso harían sonrojar a Macbeth y sonreír a Ricardo III.

Vladimir Putin solía preocuparme. Mucho. Pero lo he superado.

En septiembre de 1999 una serie de bombardeos en departamentos en tres ciudades rusas mató a cerca de 300 personas. El Kremlin culpó prontamente a los rebeldes chechenos, provocando la Segunda Guerra Chechena.

Más tarde, ese septiembre, agentes del servicio de seguridad de Rusia, el FSB, colocaron explosivos en el sótano de un edificio de departamentos en la ciudad de Ryazan. Las autoridades afirmaron que fue un ejercicio de entrenamiento, y que los explosivos eran meramente bolsas de azúcar. Una investigación parlamentaria independiente no llegó a ningún lado. Documentos relativos al incidente están sellados por 75 años. Los bombardeos fueron instrumentales en llevar a Putin al poder.

Una vez me horrorizó pensar que él podía mantener su cargo gracias a una operación de bandera falsa que habría hecho sonrojar a Macbeth y sonreír a Ricardo III. Pero estoy bien con eso ahora. Necesitamos que Putin derrote a los terroristas en Siria.

Entre los miembros de la investigación de Ryazan estaba el político liberal Sergei Yushenkov y los periodistas de investigación Otto Latsis y Yuri Shchekochikhin. Yushenkov fue asesinado en abril del 2003. Latsis resultó muerto después que un jeep chocó contra su Peugot en septiembre del 2005. Shchekochikhin cayó gravemente enfermo en junio del 2003, perdió todo su pelo, sufrió múltiples fallas orgánicas y murió 16 días después.

Al año siguiente, Viktor Yushchenko, una figura de la oposición ucraniana vista como hostil con Rusia, cayó misteriosamente enfermo mientras estaba haciendo campaña por la presidencia. Él sobrevivió para obtener el cargo,  pero su rostro quedó desfigurado permanentemente por lo que resultó ser envenenamiento por dioxina. Dos años más tarde, Alexander Litvinenko, un ex agente del FSB y asilado político en Inglaterra, ingirió una dosis fatal de polonio. Una investigación oficial concluyó que su asesinato fue conducido por el FSB con la probable aprobación personal de Putin.

No gran cosa. Como dijo el Presidente electo Trump a Joe Scarborough el año pasado, “nuestro país hace gran cantidad de asesinatos también.”

El caso Litvinenko fue una cuestión de venganza contra un hombre al que el FSB veía como un traidor. Otras operaciones del Kremlin se proponen más generalmente dar forma a la política de países extranjeros.

En el 2015, el servicio de inteligencia interna de Alemania concluyó que Rusia hackeó las cuentas de e-mail del parlamento alemán entero. La comisión electoral de Bulgaria fue sometida a un ciberataque el mismo año, en lo que el presidente del país llamó “un ataque contra la democracia búlgara.” El mes pasado, el jefe del MI5, Andrew Parker, dijo al Guardian que “Rusia está usando todo su rango de órganos y poderes estatales para impulsar su política exterior en el exterior en formas cada vez más agresivas–involucrando propaganda, espionaje, subversión y ciberataques.”

¿Pero por qué debemos confiar en él? Prefiero creer que toda agencia de inteligencia occidental entiende mal cuando pone la culpa sobre Rusia.

No todas las tácticas de Rusia son motivadas por motivos oscuros o secretos. A veces la motivación es simple codicia.

En el año 2003 el gobierno de Putin congeló los activos del gigante de la energía Yukos y envió al CEO, Mikhail Khodorkovsky, a un campo de trabajo siberiano por cerca de una década. Los activos de la empresa fueron capturados entonces por empresas petroleras estatales por medio de amigotes de Putin. En el año 2006, el Kremlin usó pretextos ambientales para capturar la parte controladora en el proyecto de gas de u$s20 mil millones de Shell en la Isla Sakhalin y darla a Gazprom. En el 2008, Bob Dudley, ahora el director de BP, fue expulsado de Rusia, según se dice temiendo por su vida, después que su proyecto conjunto fue capturado por sus socios rusos.

Ese mismo año, Rex Tillerson, CEO de ExxonMobil, dio un discurso en San Petersburgo advirtiendo que “no hay respeto por el imperio de la ley en Rusia hoy.”

El desorden interno de Rusia solía preocuparme. Pero como Tillerson fue premiado con la Orden de la Amistad por Putin en el 2013, asumo que no hay nada impropio.

Tillerson ha ganado su reputación como un negociador influyente, y esa es la habilidad que se dice está buscando Trump en un secretario de estado para que pueda buscar el arte del acuerdo en los niveles más altos. Con el Kremlin, tal acuerdo podría involucrar dar de baja las sanciones occidentales contra Rusia, una política que apoya Tillerson, y reconocer sus conquistas territoriales en Ucrania a cambio de una promesa rusa de no invadir estados miembros de la OTAN.

¿Se puede confiar en Rusia? En septiembre del 2013 Putin advirtió, en referencia a Siria, que “la intervención militar en los conflictos internos en países extranjeros” probaría ser “ineficaz y sin sentido.” Rusia intervino en Siria dos años después. En marzo del 2014 el ministro de defensa ruso Sergei Shoigu dijo al Secretario de Defensa Chuck Hagel que los ejercicios del ejército ruso no llevarían a una invasión de Ucrania oriental. Las fuerzas rusas cruzaron la frontera más tarde ese año. En 1987, Rusia firmó el Tratado de Fuerzas Nucleares de Rango Intermedio. Este octubre, Estados Unidos acusó a Rusia de producir un misil crucero en violación del acuerdo.

La voluntad de mentir de Rusia solía angustiarme. Pero después de la elección de esta temporada, la indignación política se ha vuelto pasada de moda.

¿Por qué preocuparme por Putin cuando es tanto más fácil amarlo?

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México