ROBERT SINGER, CEO y Vicepresidente Ejecutivo del Congreso Judío Mundial

Hay pocos acontecimientos en la historia recordados tan a menudo y en tal detalle como el Holocausto, en gran parte debido a la vigilancia de las comunidades judías en asegurar que no sean olvidadas sus lecciones trágicas y que sean honrados los recuerdos de sus víctimas. Y sin embargo, los nombres de los lugares del exterminio – que alguna fueron vez ciudades, bosques, o cañadas comunes – son eclipsados a menudo por los horrores de las cámaras de gas y los infames campos de muerte que las albergaron.

Cuando la Alemania nazi invadió la Unión Soviética en junio de 1941, comenzó la operación sistemática para eliminar a los judíos de Europa Oriental. Durante los siguientes 15 meses, unidades de los SS Einsatzgruppen se movieron metódicamente a través de la región, arrestando a los judíos locales – con frecuencia con la ayuda de la policía local y bajo el aspecto de la relocalización – masacrándolos luego brutalmente antes de pasar a la siguiente ciudad, pueblo o aldea. Fueron asesinados más de un millón de judíos en este “Holocausto de Balas,” en los meses que llevaron a y siguieron a la Conferencia de Wannsee, en la cual los nazis decidieron oficialmente lo que nombraron la “Solución Final a la Cuestión Judía.”

Cada día es un día de duelo para las víctimas de estas masacres y otras, un día de tragedia para los sobrevivientes y sus descendientes. Sería casi imposible, a un nivel comunitario o internacional, celebrar un evento conmemorativo para cada gaseo, cada acuchillamiento, cada tiroteo, cada bombardeo, y cada ataque que ocurrió durante el Holocausto.

Pero tampoco podemos permitirnos olvidar. Consideren las masacres trágicas que ocurrieron apenas esta semana en Alepo, tan horrorosamente frescas en nuestra conciencia hoy. En los años y décadas por venir, éstas también pueden ser olvidadas, eclipsadas por otras tragedias impensables; éstas también pueden convertirse en días de duelo, recordados sólo por las víctimas y sus parientes.

Le debemos a las víctimas del Holocausto, y de todas las masacres y genocidios, recordarlos y recordar cómo murieron.

En los países en los cuales fueron llevadas las masacres de los Einsatzgruppen en 1941-1942, donde la complicidad local era pavorosamente común, es especialmente imperativo que los gobiernos de hoy recuerden públicamente y acepten la responsabilidad.

A lo largo de Europa Oriental estamos comenzando a ver iniciativas importantes de ese tipo – en Kyiv justo hace dos meses, el presidente ucraniano recibió al Congreso Judío Mundial y a miles de otros delegados para la mayor conmemoración de la fecha de la masacre de Babi Yar, en 1941, por parte de los Einsatzgruppen.

La semana pasada, conmemoramos 75 años desde que fueron llevadas a cabo dos “Aktionen” (acciones) no consecutivas, como llamaban los nazis a estas operaciones, en el bosque Rumbula cerca de Riga, la capital de Letonia. En estas “acciones”, 25,000 judíos fueron empujados dentro de fosas cavadas por prisioneros de guerra soviéticos y se les disparó en la cabeza.

Las “acciones” comenzaron el 29 de noviembre de 1941, cuando la primera ronda de 1,000 judíos fue transportada desde Berlín a Riga, como parte de la medida para hacer a Alemania “judenrein” (“limpia de judíos”). La orden de Himmler, según los historiadores, fue recoger a los judíos de Riga desde el ghetto para ser eliminados a tiros, y luego albergar en su lugar a los judíos alemanes deportados. Pero cuando el transporte llegó temprano a Riga, no estaba aún disponible ninguna morada. Se hizo marchar a los judíos alemanes hacia el bosque y fueron asesinados allí, convirtiéndose en las primeras víctimas de la masacre de Rumbula.

En los días previos a la masacre, los judíos locales habían sido divididos según edad y género, con los hombres sanos separados, y se les dijo que empacaran hasta 20 kilos de sus pertenencias. En la frenética noche antes del amanecer del 30 de noviembre, comenzó el terror. Los sobrevivientes recuerdan a los oficiales alemanes y letones ebrios, irrumpiendo a través de sus puertas, persiguiendo a los residentes, y arrojando a niños por las ventanas, llevando a columnas de gente a través de hoyos cortados en las vallas, haciéndolos marchar de a cientos hasta el mediodía al lugar del bosque, azotándolos con las puntas de sus rifles para obligarlos a caminar, trotar, correr más rápido.

Perecieron docenas en la misma marcha. En su biografía “Yo sobreviví a Rumbuli”, Frida Michelson describe el horroroso resultado: “Los cadáveres estaban desperdigados por todos lados, riachuelos de sangre todavía fluyendo de los cuerpos sin vida. Ellos eran en su mayoría gente anciana, mujeres embarazadas, niños, minusválidos – todos los que no pudieron mantener el ritmo inhumano de la marcha”.

Apenas una semana después, en la noche entre el 7 y el 8 de diciembre, comenzó la segunda “acción”, y esta vez, los residentes aterrorizados conocían las intenciones de sus verdugos. Michelson, quien fue llevada junto con las masas en esta noche fatídica, escribe: “Mientras nos acercábamos al bosque, escuchamos disparos nuevamente. Este fue el augurio horrible de nuestro futuro… Nadie tuvo una duda en cuanto a lo que nos esperaba. Estábamos todos entumecidos de terror y seguíamos mecánicamente las órdenes. Eramos incapaces de pensar y estábamos sometidos a todo como un rebaño de ganado dócil

En medio de la conmoción y órdenes a los ladridos de los soldados alemanes y letones, Michelson se arrojó boca abajo en una fosa, fingiendo la muerte; de las 12,000 personas expulsadas del ghetto de Riga ese día, sólo ella y otros dos sobrevivieron. Otra ‘acción’ a la mañana siguiente se reclamó las vidas de 500 más.

Este año, el gobierno letón desempeñó un gran rol en conmemorar el aniversario de estas masacres. El Presidente Raimonds Vējonis y la presidente del parlamento Inara Murniece asistieron al recordatorio anual, y, fue organizada en Facebook una primera vigilia no oficial de encendido de velas, iniciada por letones no judíos, con unas 500 a 600 personas entre los asistentes.

Como en Ucrania, estas medidas de reconocimiento y conmemoración son alentadoras; así también lo es el compromiso de la mayoría de los países europeos de combatir el antisemitismo y proteger a las pequeñas comunidades judías que quedan. Letonia, por ejemplo, al recuperar la independencia en 1991, aprobó una resolución recordando el Holocausto y denunciando el antisemitismo, y el primer presidente post-soviético del país, Karlis Ulmanis, habló en Yad Vashem, Israel, disculpándose por la participación letona en el Holocausto.

Pero todavía queda más trabajo por hacer a lo largo de la región. Los gobiernos que participan en conmemoraciones de masacres perpetradas en su suelo deben hacer más que sólo recordar el Holocausto; cada uno de ellos debe admitir la complicidad de sus países, y deben priorizar la educación en Holocausto, recordando eventos conocidos y olvidados por igual. Ellos deben dar testimonio de las atrocidades que pueden surgir del odio, y hacer todo lo que esté en su poder para asegurar que tales crímenes no sean perpetrados nunca más bajo su mirada, o la de sus sucesores.

El alcance absoluto del Holocausto y la precisión con la cual fue implementado no tuvo precedentes, y su relevancia en abordar los conflictos de hoy es indiscutible. Las palabras “Nunca Más”, reiteradas tan asiduamente durante las últimas siete decadas, se han vuelto vacías cuando presenciamos masacre tras masacre, incluso genocidios, en tantas partes del mundo.

Si no podemos recordar las masacres olvidadas del Holocausto, no recordaremos las masacres olvidadas que están sucediendo hasta nuestros días. Y si no recordamos todas y cada una de ellas, ¿cómo podemos impedir que alguna vez ocurra otro Holocausto?

Fuente: Congreso Judío Mundial/ Haaretz- Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México