EL FINANCIERO

De Barack Obama se presumía y se deseaba una política exterior alejada del fracasado intervencionismo humanitario de Bill Clinton y del aventurerismo irresponsable de George W. Bush. Aunque él sólo prometió acciones puntuales (como retirarse de Irak y Afganistán y cerrar el centro de detención de Guantánamo) existía la expectativa de que animaría una nueva filosofía diplomática, pendiente desde el fin de la Guerra Fría. El nombramiento de Hillary Clinton como secretaria de Estado, y su elocuente discurso al recibir prematuramente el Premio Nobel de la Paz, alentaron esa esperanza.

En los últimos ocho años lo que ha predominado es el desacuerdo, no sólo con el Congreso, dominado por republicanos poco sensatos, sino dentro del mismo equipo presidencial, por el que han desfilado dos secretarios de Estado y cuatro de Defensa, tres asistentes de Seguridad Nacional, tres directores de Inteligencia Nacional y cinco directores de la CIA.

Aunque hubo un intento de formular una “doctrina Obama”, con énfasis en el multilateralismo y la prudencia, lo que define a la administración saliente es la retirada de la escena mundial, la introversión y la timidez, las concesiones unilaterales y gratuitas.

La política de apaciguamiento fracasó totalmente. Estados Unidos canceló el escudo antimisiles en Europa, dejando indefensas a la República Checa y a Polonia. A cambio Rusia se anexó Crimea, se metió en el conflicto sirio y alejó a Turquía de la OTAN. Gracias a ello cuenta hoy con posiciones estratégicas en el Mar Negro y El Mediterráneo.

Estados Unidos reconoce que el Tíbet es parte de China. A cambio Beijing decide disputarle a Japón el control del Mar del Sur de China y amenaza con emplazar portaaviones frente a la costa californiana. Estados Unidos permitió abastecer de alimentos a Corea del Norte. A cambio Pyongyang provoca a sus vecinos del sur y alegremente ensaya proyectiles balísticos de mayor alcance. Estados Unidos levantó las sanciones a Irán y le devolvió fondos congelados, distanciándose de Israel y de Arabia Saudita, sus principales aliados en la región. A cambio Teherán engaña a los inspectores y cumple a medias el Pacto Nuclear. Estados Unidos restableció relaciones diplomáticas con Cuba. A cambio La Habana permite el acceso a internet algunas horas al día.
Lo peor fue la forma como se respondió a la Primavera Árabe, torpemente convirtiéndola en un Invierno Yihadista. En Libia las acciones concertadas con la OTAN ayudaron a derrocar a Muamar Gadafi pero no evitaron el caos posterior. En Egipto, luego de la caída de Hosni Mubarak no se hizo nada para evitar la llegada de un gobierno militar no laico.

En Siria, Obama se arrepintió en el último momento de bombardear las posiciones de Bashar al Assad, que impunemente masacró con armas químicas a los rebeldes. El vacío lo ocuparon Rusia e Irán, con cuyo apoyo el régimen recuperó la destruida Aleppo hace unos días. Ante la pasividad de Estados Unidos, la guerra civil ha dejado 400 mil muertos y cinco millones de refugiados (la cuarta parte de la población).

En Irak las tropas americanas se retiraron en 2011 y tuvieron que regresar, encabezando una coalición internacional, en 2014. Para entonces Irán ya influía en el gobierno irakí y, aprovechando la rivalidad entre sunitas, chiitas y kurdos, el Estado Islámico tomó Mosul y hasta la fecha la controla.

De Afganistán salieron algunos contingentes para ser sustituidos por drones, que en alta proporción equivocan los blancos, atacando escuelas, hospitales, iglesias y funerales en Pakistán.
Si bien se logró eliminar (de forma controversial) a Osama Bin Laden y debilitar a Al Qaeda, el Estado Islámico avanza en Siria, Irak y Libia, ha abierto nuevos frentes en Malí y Yemen, provocó la crisis de refugiados y realiza exitosamente atentados en Europa.

Eso sí, Obama aprobó la extensión del Acta Patriótica, dejó que se siguiera torturando a los terroristas, infiltró informantes en las mezquitas y dio amplios poderes y recursos a la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) para espiar a los aliados (como Ángela Merkel) e intervenir los correos electrónicos y las llamadas telefónicas de los estadounidenses.

En suma, a pesar de algunos gestos simbólicos (como declarar el fin de la Doctrina Monroe o visitar Hiroshima) la política exterior del presidente que deja la Casa Blanca resultó en un fracaso geopolítico. Desobligado y aislado, Estados Unidos no tiene hoy credibilidad.

 

Fuente:entornointeligente