El judaísmo, la religión del Dios que no se le puede ver, pero sí escuchar, basa sus valores en la cultura de la culpa y no de la vergüenza.

MARCOS GOJMAN

Durante la Segunda Guerra Mundial, la antropóloga de la Universidad de Columbia, Ruth Benedict, en un estudio solicitado por el presidente Roosevelt, popularizó la idea de que Japón era una “cultura de la vergüenza” a diferencia de Occidente, que era una “cultura de la culpa”.
Paul G. Hiebert caracteriza a la “cultura de la vergüenza” de la siguiente manera: La vergüenza es una reacción a la crítica que otras personas hacen de uno, una fuerte preocupación por nuestro fracaso al no haber cumplido con lo que los otros esperan de nosotros. En culturas orientadas a la vergüenza, cada persona tiene un lugar y un deber en su sociedad. La persona mantiene su auto estima y su “honor”, haciendo lo que se espera de ella y no haciendo necesariamente lo que es bueno según su conciencia. En la cultura de la vergüenza buscamos que los otros piensen bien de mí. En este sentido, la vergüenza es siempre vista y registrada por la comunidad. La vergüenza social, la mala fama, así como el honor, el buen nombre, están a la vista de todos.

Por otro lado, el mismo Paul G. Hiebert define la “cultura de la culpa” así: La culpa es un sentimiento que surge cuando violamos los estándares de moralidad dentro de nosotros, cuando violamos los valores que nos dicta nuestra conciencia. Una persona puede sentirse culpable y puede ser que nadie más sepa de su mala conducta. Este sentimiento de culpa se alivia pidiendo perdón y haciendo la restitución correspondiente. La verdadera cultura de la culpabilidad confía en la propia conciencia como el motor de la buena conducta y no se basa en el qué dirán los otros.

El rabino Jonathan Sacks nos explica que el primer pecado bíblico, cuando Adán y Eva comieron la fruta prohibida, es en realidad una historia sobre la diferencia entre culpa y vergüenza. Él cita a Bernard Williams, quien dice que esencialmente vergüenza es un problema visual. A Adam y Eva les daba vergüenza que los “vieran” desnudos. La culpa, por el contrario, es un problema auditivo. Adam sabía que había violado lo que la voz de Dios le dijo. De la vergüenza te puedes esconder, tal como hizo Adam. No así de la voz de tu conciencia, de la voz de Dios, pues está en tu interior.

El rabino Sacks continúa: La historia de Adán y Eva no es sobre el pecado original o sobre el “conocimiento” del bien y del mal. Es escoger entre actuar en base a lo que ven nuestros ojos o actuar escuchando los principios éticos de la Torá. El judaísmo, la religión del Dios que no se le puede ver, pero sí escuchar, basa sus valores en la cultura de la culpa y no de la vergüenza.

Desafortunadamente, la cultura de la vergüenza se ha infiltrado en el judaísmo, especialmente en los grupos extremadamente religiosos. Para sus miembros, lo importante es cumplir con lo que su grupo social espera de ellos y no tanto con lo que su conciencia les dicta. Cumplo con las reglas, especialmente las que son claramente visibles, principalmente por el miedo a que me excluyan y no tanto por lo que dice mi juicio ético. Su actuar está bajo “supervisión” rabínica.

Sacks dice: “No tienes que ser religioso para ser moral. Todo grupo social debe tener un código de conducta que permita a sus miembros vivir de manera constructiva y colaborativa”. La pregunta es cómo lo haces, por tu conciencia o por tu vergüenza.

 

Bibliografía: Jonathan Sacks, “Essays on ethics: A weekly Reading of the Jewish Bible” y otros.

Fuente:alreguelajat.com