ESTHER SHABOT

Uno de los temas predilectos de Donald Trump en su campaña fue, sin duda, el de lo pésimo que es a sus ojos el acuerdo nuclear con Irán.

Como se ha repetido insistentemente desde el 9 de noviembre pasado, la incertidumbre total reina en cuanto a qué verdaderamente hará Trump como Presidente de Estados Unidos. Las señales enviadas hasta ahora a través de sus discursos, sus tuits y los nombramientos de su futuro gabinete revelan que la mayoría de las políticas que en el pasado reciente y no tan reciente caracterizaron a Washington, van a sufrir cambios radicales que ya desde ahora se perciben, pero que sin embargo no son nada claros ya que están rodeados de ambigüedades y oscilaciones desconcertantes. Sabemos que el suyo será un gobierno integrado por un equipo de multimillonarios y militares de línea dura, pero poco se puede prever acerca de lo que esto pesará en el abordaje de los múltiples asuntos que el liderazgo del hasta ahora país más poderoso del mundo presentará.

Uno de los temas predilectos de Trump en su campaña fue, sin duda, el de lo pésimo que es a sus ojos el acuerdo nuclear con Irán, firmado hace un año y medio entre éste y el G5+1, que comprende a Estados Unidos, Rusia, China, Francia, Gran Bretaña y Alemania. Prometió, igual que lo hizo respecto del Obamacare, al muro con México y a tantos otros asuntos, que desde los primeros días de su gestión se encargaría de ellos. Vale preguntarse entonces cómo van las cosas con Irán hasta ahora.

Por lo pronto, en los últimos días de 2016 estuvo en el país persa Yukiya Amano, jefe de la Agencia Internacional de Energía Atómica, quien tras revisar la situación dijo que “…estamos satisfechos con la implementación del acuerdo y esperamos que el proceso continúe”, mientras que Rusia, con la cual Trump empatiza notablemente, ha seguido insistiendo en la conveniencia de mantener el acuerdo con los iraníes. Ante esto, ¿procederá el nuevo gobierno en Washington a tomar una medida radical de abandono de los compromisos firmados? El sentido común y la lógica elemental indican que ese paso sería peligroso y contraproducente. Diplomáticos europeos han alertado que en caso de que Trump rompiera lo acordado, probablemente lo haría solo, es decir, los otros cinco firmantes continuarían con el proceso de recomposición de sus relaciones con Irán, las cuales implican no sólo distensión política, sino también relaciones económicas apetitosas que ya se han puesto en marcha desde ahora.

Por otra parte, una ruptura daría pretextos a Irán para buscar una reconsideración de lo que está dispuesto a ceder, incrementando así las posibilidades de que retome de algún modo la actividad nuclear subrepticiamente. Otra posibilidad sería que Trump intente renegociar el acuerdo, con el riesgo de erosionarlo mediante exigencias a las que Teherán no esté dispuesto a someterse, creando de paso un conflicto abierto entre Estados Unidos y el resto del G5+1, debido a los intereses contrapuestos que se confrontarían. En especial, la relación con Rusia se complicaría dada la fuerte relación existente entre Moscú y Teherán, y muy a pesar de la calidez que por ahora parece reinar entre Trump y Putin. Así las cosas, también en este tema prevalece la incertidumbre acerca de la futura política norteamericana de cara a Irán. Más aún cuando en el propio círculo cercano a Trump hay visiones divergentes: el recién nombrado secretario de Defensa, James Mattis, ha dicho que el acuerdo con Irán debe preservarse, mientras que el asesor de seguridad nacional, Michael Flynn, ha expresado su hostilidad y desconfianza respecto de Irán, señalando que se inclina a realizar una reconsideración completa del tema iraní con vistas a reformular desde otra perspectiva la actual relación. En pocas palabras, el tema de la política de Trump hacia Irán constituye una más de las muchas incógnitas que acompañan a la toma del poder por Donald Trump dentro de unos cuantos días.

 

Fuente:excelsior.com.mx