GABRIEL ALBIAC / No hay empates en una guerra. Y los buenos sentimientos son la máscara del que apostó a rendirse

SILVIA SCHNESSEL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Un camión arremete en Jerusalén contra los viandantes: cuatro de ellos mueren. Nada demasiado distinto de lo que está sucediendo en cualquier punto de Europa. Pero, en Jerusalén, la defensa armada contra el agresor es inmediata. Y el asesino es abatido antes de que llegue a dar pleno curso a su matanza. Eso sí es muy distinto. Combates o mueres. Haces frente al enemigo o el enemigo te mata. Es la palmaria diferencia entre Israel y Europa: entre un joven país democrático que no siente vergüenza de serlo y una vieja tierra que inventó la democracia hace más de dos siglos y que ya ningún deseo parece tener de defenderla; o ninguna fuerza. Cada ciudadano israelí sabe que sigue vivo porque su vida es un combate con las armas en la mano. Cada ciudadano europeo se sabe incapaz de hacer otro uso de las armas que no sea servirles de blanco.

Setenta y dos años después de ser salvada del nazismo por los soldados norteamericanos, Europa sigue sin tener ejército. Y sin beneficiarse de ninguna de las redes de protección que un ejército moderno despliega. Los asesinatos masivos de París, de Niza, de Berlín pusieron en primer plano la inexistencia de servicios de inteligencia europeos mínimamente operativos. Los yihadistas que asesinaban en la Redacción de «Charlie Hebdo» o en un concierto de rock and roll en la sala Bataclan, circulaban sin el menor problema entre Bélgica y Francia, cargando con explosivos, munición y armas de guerra, sin ningún riesgo de ser incomodados por «racistas» controles policiales. El asesino de Berlín circuló por media Europa, antes de ser, por venturoso azar, abatido en un enfrentamiento en el norte de Italia. No hay islamista que no sepa hasta qué punto asesinar masivamente en Europa es hoy tarea al alcance de un niño.

Europa está perdiendo esta guerra. Sería de una inconsciencia boba no constatarlo. Las fantasías de una sociedad perdida en su ensoñación de haber acabado con los primitivismos bélicos sólo podían conducir a esto. No, la guerra no es una anécdota que pueda ser borrada del comportamiento humano. El mamífero hablante que somos es una variedad particularmente cruel de animal predador. Que sólo ante el riesgo de ser matado se abstiene de matar. Bien contra su gusto. Si en Europa late aún un átomo de deseo de supervivencia, sólo alzando la constancia de un ejército fuerte podrá imponerlo. Los refugees welcome de nuestros neobucólicos son apenas la versión cursi del viejo lamento de la Sybila en Cumas: apothánein thélo, «morir es lo que deseo».

En Israel, un asesino al volante de un camión sabe que no llegará lejos antes de que una bala ciudadana le vuele cabeza. En Europa, sabe que jugará a los bolos hasta que se canse, se estrelle o se le agote la gasolina. Tal es la diferencia entre una sociedad que quiere vivir libre y una sociedad que ya no quiere nada. No, no hay empates en esa guerra.

Fuente: ABC