BRET STEPHENS

Las opiniones heréticas del embajador de Trump ante Israel lo recomiendan para el empleo.

Diplomáticos de unos 70 países se reunirán el domingo en París para otra conferencia sobre Medio Oriente con la intención de preservar la solución de dos estados para israelíes y palestinos. La sincronización no es accidental: Con cinco días que le restan al gobierno de Obama, hay rumores de que la conferencia puede llevar a otra resolución del Consejo de Seguridad de la ONU, esta vez estableciendo parámetros para un eventual estado palestino.

La pregunta es: ¿Para qué?

Haciendo a un lado el cambio climático, la causa del estado palestino es una obsesión de la política global contemporánea. Es también su suposición menos analizada.

¿Serviría un estado palestino a la causa de la paz en Medio Oriente? Esto solía ser sabiduría convencional, en la teoría de que un estado palestino llevaría a la paz entre Israel y sus vecinos árabes, aliviando las cargas militares sobre la primera y alentando a los últimos a hacer frente a sus descontentos internos.

Hoy, la proposición es ridícula. Ningún acuerdo entre Jerusalem y Ramala va a levantar la vista de los que están luchando ahora en Siria, Irak o Yemen. Tampoco un acuerdo reconciliará a Teherán y sus satélites terroristas en Líbano y Gaza con la existencia de un estado judío. En cuanto al resto del vecindario, Israel tiene relaciones diplomáticas con Turquía, Jordania y Egipto, y ha alcanzado arreglos pragmáticos con Arabia Saudita y otros estados del Golfo.

¿Qué ocurre con los intereses de los palestinos? ¿No tienen ellos derecho a un estado?

Tal vez. ¿Pero tienen ellos más derecho a uno que los asameses, vascos, baluchis, corsos, drusos, flamencos, cachemiros, kurdos, moros, hawaianos nativos, chipriotas del norte, rohingya, tibetanos, uigures, o papuanos del oeste, todos quienes tienen identidades nacionales distintas, quejas históricas legítimas, y reclamos plausibles de independencia?

Si es así, ¿qué da a los palestinos el derecho preferencial? ¿Han esperado ellos más tiempo que los kurdos? No: los reclamos nacionales kurdos se remontan a siglos, no décadas. ¿Han experimentado ellos mayores violaciones a su cultura que los tibetanos? No: Beijing ha conducido una política sistemática de represión durante 67 años, mientras que los palestinos no son más que vocales en mezquitas, universidades y medios de comunicación.

¿Han sido ellos perseguidos más duramente que los rohingya? Ni de cerca.

Dejen a un lado las comparaciones. ¿Sería bueno para el pueblo palestino un estado palestino?

Ese es un juicio más subjetivo. Pero surgió una cifra llamativa en un sondeo de julio del 2015 por parte del Centro Palestino para la Opinión Pública, el cual encontró que una mayoría de los residentes árabes en Jerusalem oriental preferiría vivir como ciudadanos con derechos iguales en Israel que en un estado palestino. Sin dudas parte de esto se debe a un deseo de estar conectados a la economía próspera de Israel.

Pero es también una función de la política. El presidente palestino Mahmoud Abbas acaba de ingresar a su 13° año de su mandato de cuatro años. Fatah gobierna la Margen Occidental a través de la corrupción; Hamas gobierna Gaza a través del miedo. La ayuda humanitaria es desviada rutinariamente para propósitos terroristas: un túnel terrorista que se extiende desde Gaza a Israel consumió un estimado de 800 toneladas de concreto y construirlo cuesta u$s10 millones. Cada tres años, más o menos, Hamas comienza a disparar misiles a Israel y cientos de civiles palestinos resultan muertos en el fuego cruzado. ¿Cómo algo de esto augura algo bueno para lo que podría traer un futuro estado palestino?

¿Pero un estado palestino es una necesidad para Israel? ¿Puede ésta mantener su carácter judío y democrático sin separarse de los millones de palestinos que viven al occidente del Río Jordán?

En teoría, Israel sería bien servida viviendo junto a un estado palestino soberano que viviera en paz con sus vecinos, mejorara el bienestar y respetara los derechos de su pueblo, rechazara el extremismo y mantuviera un monopolio sobre el uso de la fuerza. En teoría, Palestina podría ser la próxima Costa Rica: pequeña pero hermosa.

Pero los israelíes no viven en la teoría. Ellos viven en un mundo donde las equivocaciones son mortales. En los años 2000 y 2007 los primeros ministros israelíes hicieron ofertas de buena fe de independencia palestina. En ambas ocasiones se encontraron con rechazo, luego violencia. En el año 2005 Israel evacuó la Franja de Gaza. Esta se volvió un enclave del terrorismo. El domingo, cuatro israelíes jóvenes fueron atropellados en otro ataque terrorista más. El ideal de un estado judío e impecablemente democrático es noble. No al riesgo de la existencia del estado mismo.

La conferencia de París tiene lugar en vísperas de una nueva administración que es indiferente a las ortodoxias prevalecientes con respecto a los palestinos. David Friedman, el nominado de Donald Trump para ser embajador ante Israel, es inequívoco en su apoyo al estado judío, y determinado a mudar la Embajada de EE.UU. a Jerusalem, no se escandaliza por los asentamientos ni se conmueve por las sugerencias de que la seguridad de Israel requiere del empoderamiento de sus enemigos. Estas herejías solamente lo recomiendan para el empleo.

Mientras tanto, cualquiera preocupado en forma genuina por el futuro de los palestinos podría instarlos a elegir mejores líderes, a mejorar sus instituciones, y a dejar de entregar dulces para celebrar el asesinato de sus vecinos.

 

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México