ALAN GRABINSKY / Todos los días, alrededor de las 5:30 de la madrugada, una camioneta blanca cargada con utensilios de cocina, ingredientes para cocinar, sillas, mesas y una carpa hace un viaje de una hora y media atravesando la Ciudad de México hacia Bosques de la Reforma, un enclave de gente adinerada a las afueras de la megalópolis.

Tan pronto como se estaciona en Prolongación, una concurrida calle comercial con mucho tráfico, ocho personas bajan de la furgoneta y trabajan con eficiencia militar para montar la carpa, poner las mesas y organizar las sillas en la acera. Lo hacen todos los días de la semana, excepto los viernes, cuando no tiene sentido financiero: 90 por ciento de los clientes de La Muertita son judíos. Y, al igual que su clientela, el personal no judío de las quesadillas “kosher” guarda el Shabbat.

A lo largo de sus 58 años de existencia, La Muertita ha seguido los movimientos de la comunidad judía de 40.000 miembros de la Ciudad de México: Desde Polanco, un barrio peatonal y el corazón de la vida judía hace 40 años, hasta Tecamachalco y luego Interlomas/Bosques, ambas áreas suburbanas en las montañas en donde reside la mayoría de los miembros de la comunidad judía. A pesar de que no cuenta con certificación kosher, La Muertita se ha ganado la confianza de la comunidad por quitar la carne del menú (para no mezclar leche y carne) y cocina exclusivamente con quesos kosher. Según Doña Celia García, la propietaria, han servido en todo tipo de eventos, judíos o no, incluyendo fiestas de graduación y cumpleaños, y bar mitzvahs.

Nacida en una familia muy pobre, Celia, ahora de 70 años, comenzó a vender quesadillas en las calles sobre una caja de plástico que usaba como mesa en 1958, cuando contaba con 13 años. Al principio tenía carne cerdo en el menú, pero un cliente judío en la década de 1960 le dijo que sería mejor si lo sacaba de los ingredientes y en su lugar se concentraba en ingredientes kosher. Desde entonces, Celia ha visto cuatro generaciones de familias judías pasar por su puesto. “Un cliente me dijo una vez que yo era como una abuela para sus nietos”, me dijo la noche del jueves pasado.

Durante las últimas seis décadas, el negocio ha crecido, aunque lentamente ya que es una comunidad pequeña, y no hay demasiado espacio para crecer. En esos casi 60 años La Muertita ha abierto dos sucursales aparte de la de Prolongación -en Palmas e Interlomas-, ambas a cargo de su nieta y su nuera. Cuatro de los seis hijos de Celia trabajan en el negocio. A todos les ha comprado casa.

Los orígenes del nombre de La Muertita están, como muchas cosas que resisten la prueba del tiempo, envueltos en el mito. Según algunos, ocurrió un tiroteo al otro lado de la calle del stand en los años 60, y al día siguiente Doña Celia no apareció, así que todos supusieron que le habían disparado. Celia no niega esta versión de la historia, pero sugiere que el nombre tiene más que ver con sus malos hábitos de sueño. “Me quedo dormida en el mostrador todo el tiempo”, dijo.

Aunque hay comida mexicana-kosher certificada en la ciudad -los tacos de Ilarios, por ejemplo- todos de alguna manera respetan a Doña Celia. La competencia principal, especialmente para los más observantes, es un puesto de quesadillas que está certificado. ¿Su nombre? La Vivita.

Mientras entrevistaba a Celia, llegó una familia a comer. “Llevo viniendo aquí 20 años”, dijo Aaron, el padre, mientras su hijo se comía una quesadilla de champiñón. “¿Yo? Unos 15 “, dijo Frida, la madre.

Fuente: Tablet Mag