EZRA SHABOT

El día de mañana, 20 de enero, se inaugura una nueva época en la historia de la humanidad caracterizada por la presencia de un autócrata al frente del país más poderoso del planeta con todo lo que ello implica.

La ola que comenzó con la presencia marginal de grupos globalifóbicos protestando en eventos internacionales, se agrandó con el triunfo de candidatos de la derecha radical en distintas elecciones en Europa, impulsando la primera victoria significativa cuando los británicos votaron en favor de la salida de su país de la Unión Europea.

Este proceso se vio acelerado a raíz de la postura beligerante de Putin en Rusia, quien decidió enfrentar a Estado Unidos y a la OTAN a través de la anexión de Crimea y la guerra en Ucrania. En este contexto se produjo el inicio de una tormenta perfecta que llevó a aquellos sectores no incorporados al progreso globalizador a convertirse en un poder real capaz de ocupar espacios políticos significativos, y simultáneamente a la pasividad social y organizativa por parte de aquellos que consideraron el proceso de apertura e interconexión mundial como irreversible, independientemente de los vaivenes de la política interna de cada país.

Este proceso llevó al triunfo electoral a Donald Trump en las elecciones de noviembre pasado en Estados Unidos, y con ello a esta visión irracional y contradictoria de un mundo retrocediendo más de 50 años en la historia, con amenazas y cierre de fronteras, en un absurdo intento por reconstruir modelos económicos aislados de una vinculación comercial internacional. Es el regreso a la Guerra Fría en todos los sentidos, con acuerdos bilaterales que se contraponen con los intereses de unos y otros y que generan a su vez el resurgimiento de nacionalismos extremos en donde no hay cabida para el otro, el diferente, y mucho menos para la existencia misma de modelos democráticos institucionales capaces de resistir la ambición autoritaria de los déspotas en el poder.

Así, en Europa las señales de alarma se hicieron sonar después del Brexit, en el entendido de que la posible disolución de la Unión Europea representaría un suicidio colectivo para un viejo continente que durante el siglo pasado se masacró de manera brutal, y que pareció aprender la lección al construir un esquema de integración económica, política y social que, a pesar de sus deficiencias fiscales, ha demostrado ser la mejor arma contra extremismos e intolerancia. Además, aun considerando a los marginados del progreso globalizador, los resultados del mercado común europeo son superiores a cualquier proyección particular de un modelo cerrado y protegido.

Es por ello que Europa le teme a Donald Trump tanto como nosotros en México, porque representa no sólo la vuelta al pasado, sino la posibilidad de reconstruir escenarios de competencia económica que eventualmente desemboquen en demandas nacionalistas extremas y como consecuencia a conflictos bélicos de dimensiones impredecibles.

Mañana comienza la época en la que al interior de Estados Unidos, en círculos liberales, pero incluso en los conservadores, es indispensable, por un simple instinto de supervivencia humana, encontrar los mecanismos adecuados para que las instituciones de la democracia norteamericana consigan detener al déspota que supo aprovechar las debilidades propias del sistema para intentar aniquilarlo y convertirse así en el ‘hombre fuerte’ como lo es su admirado Vladimir Putin en la Rusia gobernada por esta tiranía plutocrática. Es el inicio de una nueva época en donde se pondrá a prueba la fuerza de la democracia norteamericana, ahora en manos de un personaje sin conocimientos, sin equilibrio mental y con grandes ambiciones de ejercer el poder sin contrapeso alguno. Es sin duda el momento de detenerlo.

 

Twitter: @ezshabot

Fuente:elfinanciero.com.mx