ESTHER SHABOT

En Turquía avanza el ominoso proceso de demolición de los mecanismos democráticos que aún quedan para limitar el poder al Presidente.

Mientras el mundo tiene la atención puesta en el destino que le depara la flamante Presidencia en Estados Unidos de Donald Trump, en países como Turquía continúa avanzando el ominoso proceso de demolición de los mecanismos democráticos que aún quedan para poner límites al poder del presidente Recep Tayyip Erdogan. Dicho proceso consiste en enmiendas constitucionales que se han estado discutiendo estos últimos días en el propio Parlamento turco dispuesto, al parecer, a autodebilitarse y ceder al Presidente facultades extraordinarias que lo eximan de contrapeso alguno.

La discusión parlamentaria al respecto se ha convertido en un verdadero circo en el que los diputados pertenecientes al gobernante Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP), que por supuesto favorecen las enmiendas de Erdogan, se han liado a golpes en plena sesión con miembros de los débiles partidos de oposición empeñados en protestar por las maniobras sucias del AKP y del Ejecutivo.

Al denunciar el encarcelamiento de once parlamentarios del partido HDP de línea izquierdista y al condenar el cierre de medios de comunicación críticos a Erdogan, parlamentarios opositores fueron objeto de agresiones físicas que en especial se centraron en una diputada, Aylin Nazliaka, quien además de recibir golpes fue objeto horas después de burlas e insultos misóginos en las redes sociales, algunos de ellos tuiteados por el alcalde de Ankara.

A pesar de las posturas valientes de quienes en el Parlamento se oponen a que las susodichas reformas constitucionales avancen, realmente las esperanzas de que lo consigan son mínimas. El AKP es mayoritario en el Parlamento y aunque está previsto un referéndum en abril que sería determinante para legalizar el otorgamiento de mayor poder a Erdogan, desde ahora se perciben las maniobras para purgar a los medios de comunicación con objeto de eliminar las voces críticas y enfatizar que los cambios darán “estabilidad, seguridad y valores islámicos” al país.

Además, en el contexto nacional en el que los actos terroristas golpean continuamente, la propensión pública a favorecer la mano dura presidencial es un hecho. Después del fallido golpe de Estado de hace unos meses, con el consecuente encarcelamiento de decenas de miles de ciudadanos, existe un terreno fértil para la cimentación de la dictadura presidencial de tintes islamistas muy marcados.

Por otra parte, Erdogan, hoy asociado cada vez más con Rusia en el manejo de la guerra en Siria, percibe a la Presidencia de Trump como un factor favorable a sus intereses que pasan prioritariamente por el debilitamiento de la insurgencia kurda opuesta a él. Del mismo modo espera que haya más disposición en Washington para la extradición del clérigo Fethullah Gülen, a quien acusa de haber armado el intento de golpe de Estado del año pasado.

Así las cosas, el gobierno turco es de los pocos regímenes en el mundo para los que Trump es un personaje bienvenido en virtud del nuevo orden que surgirá y en el cual el magnate norteamericano, Putin y Erdogan comparten rasgos de personalidad, intereses y formas de explotar los miedos populares. Es un hecho así que Turquía se aleja cada vez más del modelo de Estado secular que construyó Kemal Atatürk en la década de los veinte del siglo pasado. En ese sentido, la opción de integrarse a la Unión Europea ha dejado de estar vigente. Sin embargo, ello no implica que Erdogan esté desarmado ante los reclamos de los países europeos por la continua violación de los derechos humanos que prevalece en Turquía. El presidente turco tiene en sus manos la capacidad de manejar a su antojo la válvula de los refugiados de las guerras de Oriente Medio y, en ese sentido, posee considerable fuerza para evitar que la Unión Europea ejerza presiones inconvenientes para el proyecto de dictadura personal que empuja el presidente Erdogan.


Fuente:excelsior.com.mx