IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Semana intensa, esta que ha sido la primera de la Era Trump. Y muy interesante. No recuerdo otro presidente –de ningún país– que en tan poco tiempo haya tomado tantas decisiones o posturas sobre tantos asuntos que pueden resultar conflictivos y que, en el menos grave de los casos, son controversiales.

Ahora nos queda claro que mucho de lo que dijo Trump en su camapaña y luego en su discurso de toma de posesión no eran sólo amenazas, y que la ruta a seguir por los Estados Unidos es nacionalista, proteccionista, aislacionista, agresiva, y anti-musulmana.

Se puede estar de acuerdo o no en muchos aspectos generales o detalles particulares, pero eso no es de lo que voy a hablar ahora. Voy a remitirme a una comparación entre lo que fue el estilo de Obama durante los ocho años anteriores, y lo que Trump empieza a perfilar ya desde su primera semana.

Obama siguió un estilo muy propio de la vieja guardia europea, claramente influenciado por posturas pretendidamente progresistas, pero nada eficientes ni eficaces.

Dicho estilo tiene un severísimo defecto: nulo contacto con la realidad. Por eso, sus proyectos siempre fallan. Se basa en una noción euro-centrista que, en realidad, es aberrante. Sin embargo, a sus defensores y partidarios les parece muy normal. Según está convicción arraigada, todo lo que sucede en el mundo se debe a occidente (entiéndase, Europa, Estados Unidos, Israel, y acaso Australia y Nueva Zelanda). Fuera de ese entorno, la humanidad no es humanidad. Son animales.

Obviamente, no lo expresan de manera explícita ni textual, pero lo dan a entender claramente con sus posicionamientos. Su lógica es que el caos mundial es consecuencia de lo perverso que ha sido el colonialismo occidental, y que por lo tanto existe una obligación moral de rendirse ante todo lo que venga de Asia, África y América Latina.

Por supuesto, América Latina es una zona demasiado caótica y desorganizada como para plantear un reto importtante a Europa y Estados Unidos. En realidad, se rige con ideologías heredadas del viejo continente, y por ello reproducen, en un nivel inferior, estas mismas digresiones políticas y económicas.

Sucede algo similar con África. El verdadero conflicto lo está planteando una parte de Asia, y es concretamente el mundo musulmán. Son quienes se han levantado para plantearle una lucha a occidente, cuyas proporciones podrían ser monumentales.

Por eso, es ante ellos –principalmente– que muchos políticos, filósofos, activistas, artistas y religiosos europeos y estadounidenses han claudicado.

En parte, de allí viene la furia de Europa y Barack Obama contra Israel: Netanyahu, lejos de repetir esa tara ideológica, asumió una postura en la que es preferible fastidiar al enemigo que rendirse ante él. Porque entiende que un enemigo es un enemigo, y en el caso del conflicto con los palestinos, no hay duda en que ellos han hecho todo lo posible por demostrar que se asumen como enemigos. Por eso Obama y Europea preferían a Isaac Herzog como Primer Ministro; para complacencia suya, es alguien nacido para rendirse.

Eso le parece profundamente inmoral a este sector pretendidamente progresista. Evidentemente, desde hace mucho han decidido que occidente debe suicidarse, y no importa que sea ante una propuesta barbárica y salvaje como la del Islam extremista (el único que está exigiendo el suicidio de occidente; los musulmanes razonables y moderados están –o estaban– bastante tranquilos adaptados a la vida occidental).

Esa mentalidad fue la que determinó eso que podríamos llamar el “buenismo” de Obama, postura que no dejó ningún resultado realmente bueno en política exterior.

Se ha señalado que Obama acaso haya sido uno de los presidentes estadounidenses mejor preparados. Incluso se ha enfatizado que es un gran humanista, y medio mundo envidia su “vocación por la paz”. Sin embargo, los resultados que deja en el terreno internacional son desastrosos. ¿Por qué? Porque existe algo que se llama realidad, y que Obama no pudo ver jamás por culpa de su buenismo.

Obama no entendió que no bastaba con retirar a Estados Unidos de Afganistán e Irak. Entendió que las guerras de Bush habían sido un error, y en eso creo que la abrumadora mayoría estamos de acuerdo. Pero Estados Unidos no podía darse el lujo de abandonar el campo de batalla, porque su ausencia pronto sería aprovechada por algún grupo contrincante.

Si Bélgica retira sus tropas y sus aviones de Medio Oriente, no pasa nada. Incluso Alemania se puede dar ese lujo, sin que el asunto se desbalancee de manera grave. Pero no Estados Unidos. Guste o no, pesa mucho, importa demasiado.

Obama redujo la presencia de sus tropas en esos conflictos, y entonces se generó el vacío que permitió que apareciera el Estado Islámico, Irán logró incrementar su control sobre amplias zonas de Irak, y Rusia pudo darse el lujo de extender durante ya más de cinco años la guerra civil en Siria, sin importar la cantidad de muertos que van, y que seguirán habiendo. Todo por hacer negocio.

Por eso el mundo es más peligroso que hace ocho años, todo un récord nefasto que parecía imposible. Hace ocho años estábamos lidiando con las consecuencias de los disparates de Bush. Hoy por hoy, todo está peor. Inaudito.

Obama convirtió a los Estados Unidos en una caricatura. Algo así como un grandulón, el más de todos, el más fuerte, el más agresivo, que repentinamente entra en una fase de remordimientos de conciencia que hace que se rinda siempre, que ceda ante todos, que deje de molestar.

Hasta allí, parece bueno. Pero no era el único grandulón del barrio. Había otros. No tan grandes, no tan fuertes, pero sí igualmente agresivos y negativos. Y el retiro de uno fue la fiesta de los otros.

El resultado no fue un vecindario más tranquilo y seguro para los niños pequeños. Fue lo mismo, pero con otros tres o cuatro casi-grandulones peleando por el control, por imponerse.

Trump no es un político. No es un visionario. No es una mente lúcida que entienda qué tantas cosas suceden más allá de sus narices. Es, simplemente, otro grandulón acostumbrado a no negociar, y menos aún a rendirse.

En gran medida, esa es la esencia de su discurso: hacer grande otra vez a América significa volver a comportarse como el grandulón del barrio. ¿Por qué los Estados Unidos tienen que negociar? Más aún: ¿por qué tendrían que rendirse? ¿Porque los otros son los “pobrecitos”, los que sufren, los pobres, los migrantes, los vulnerables, los musulmanes?

No. Esa lógica no le convence a Trump. En su perspectiva de las cosas, lo primero que todos ellos tienen que entender es que están tratando con Estados Unidos, el grandulón. Es que, como buen grandulón, primero impone condiciones y luego te pregunta qué opinas, aunque sin la garantía de que le vaya a interesar tu opinión.

Lamentablemente, el fracaso del buenismo de Obama hace que Trump esté completamente convencido de tener la razón. Que Europa se va a enojar con eso, no importa. Europa ya demostró su debilidad e incompetencia en que no pudo frenar la violencia terrorista islámica, pero tampoco pudo doblegar a Israel. Es decir: cualquiera con un poco de agallas puede hacer que Europa se rinda. Lo mismo sucedía con Obama y Kerry.

Trump está cambiando las reglas del juego a pasos agigantados. Ahora vamos a ver al Estados Unidos agresivo, poco o nada dispuesto a negociar, porque prefiere exigir. Abusivo, prepotente y mal educado. Pero para su nuevo presidente es lógico. Son los grandulones. ¿Por qué habrían de comportarse de otra manera? ¿Por una conciencia moral? Eso no es para ellos. ¿Porque millones de refugiados musulmanes están sufriendo? Es su problema, no el de Estados Unidos.

Viendo esta situación, la reacción que empiezan a tener muchos países del mundo me parece otro capítulo de esta bizarra caricatura. Por ejemplo, Raúl Castro diciendo que está dispuesto a un diálogo abierto con Trump.

Habrá diálogo abierto entre Estados Unidos y Cuba cuando Trump quiera. Y si quiere que el diálogo no sea abierto ni honesto, no será abierto ni honesto. ¿Cómo va a lograr Castro doblegar a Trump en este o en cualquier otro punto? Es imposible. No tiene ninguna carta que jugarle. Con Obama podía apelar a que un buenista siempre va a buscar lo políticamente correcto, pero eso le importa a Trumb un absoluto comino.

Mientras tanto, por aquí y por allá surgen voces para protestar contra el nuevo grandulón con auto-conciencia de grandulón. Millones de personas salen a las calles del mundo a protestar contra la forma en la que Trump trata a las mujeres. No lo hacen para exigirle nada a los países musulmanes, muchos de ellos los más brutales en la desigualdad de género. Claro, ellos no son los grandulones. Es la regla de la calle: los enanos del barrio pueden ser bastante nefastos, pero todos se unen única y exclusivamente contra el grandulón.

Voy a decir algo muy chocante, pero me recuerdan a las hormigas del chiste: un elefante se para en un hormiguero y lo destruye. Las hormigas, furiosas, lo atacan. Se suben encima de él y tratan de matarlo. El elefante se sacude, las tira a todas, y sólo queda una aferrada al cuello del paquidermo. Las demás, desde el piso, le gritan: “¡Ahórcalo! ¡Ahórcalo!”

Así se ve la moderna insurrección de los enanos que todavía no descifran cuál podrá ser la debilidad del grandulón. Llegó con muchas amenazas por delante, y muchos prefirieron pensar que tal vez sólo estaría de bocón. Pero parece que no. Que realmente va a imponer sus reglas, porque quiere y puede.

Acaso la única buena noticia en medio de este panorama tan ominoso, es que Putin y Trump son esa especie de grandulones que se simpatizan. Nada sería peor que una guerra –de cualquier intensidad– entre Estados Unidos y Rusia. Aunque Rusia estaría destinada a perder por la sencilla razón de que su economía no soportaría los gastos provocados por un conflicto, las calamidades a nivel global serían las peores imaginables.

Pero no van por ese rumbo. Parecieran el grandulón mayor y el grandulón menor que hace un rato que entendieron que hay algo más divertido que pelear entre ellos (lo cual implica el riesgo de realmente lastimarse): molestar a los enanos, y reír viendo cómo por aquí y por allá se revuelcan y les sacan la lengua.

Hay otro grandulón similar a Rusia rondando por ahí cerca: China. Con ese hay más fricciones, pero es una situación controlada: Estados Unidos nunca va a poder dominar al gigante asiático, pero este tampoco tiene posibilidades de ganar.

Las posturas que Trump ha tomado y que no le han gustado a China sólo son una vuelta en la situación. Hasta Obama, la idea era clara: China advirtiendo a Estados Unidos que no hiciera nada que pudiese provocar una fricción. Y Obama, hundido en su buenismo, rindiéndose. Trump ahora toma la iniciativa y luego le dice a China que no haga nada que pueda incrementar la fricción. Y China tendrá que contenerse, porque sabe que tampoco se puede dar el lujo de un conflicto abierto. Son grandulones, y realmente se pueden lastimar.

Se vienen cuatro –tal vez ocho– años que van a ser muy interesantes.

Imposible hacer predicciones, salvo en rasgos muy generales. No creo que Rusia vaya a conseguir muchas ganancias, pero eso no le preocupa a Putin. Durante los ocho años de ineptitud de Obama, Rusia ganó todo lo que quiso y se puede dedicar a administrarlo. Si lo hace bien, le funciona para mucho tiempo.

Irán y sus proyectos expansionistas pierden en todos los escenarios posibles. Sus mejores éxitos se los apuntaron gracias a la fragilidad de Obama. En esas épocas, creyeron encontrar en Rusia un amigo y aliado. Ahora, van a descubrir que Rusia sólo es un país brutal al que le deben mucho, muchísimo dinero. Porque el apoyo militar ruso no es gratis.

Los países árabes están en mejor situación, pero no en mejor condición. No tienen las mismas fricciones con Estados Unidos, pero la época en la que podían manipularlo todo y doblegar a todos con los precios del petróleo, terminaron hace mucho. Hoy por hoy, el país que tiene más petróleo –si tomamos en cuenta las reservas naturales y las reservas compradas– es Estados Unidos. Hasta en eso tienen la sartén por el mango.

Europa ha perdido el rumbo. Los notables fracasos en su trato con Estados Unidos, Rusia, Israel y el problema del islam extremista, han provocado un auge de las derechas nacionalistas. Si estos grupos siguen ganando terreno, lo que vamos a tener dentro de uno o dos años va a ser un barrio europeo en el que la mitad de los enanos sean amigos y cómplices del grandulón. Lo cual es peor para los otros enanos.

¿Israel? Es un especialista en sobrevivir. Tanto, que pudo contra la ONU y contra Obama durante ocho años. Por múltiples razones, su situación se ha vuelto más cómoda con Trump.

¿América Latina? Impredecible. Nuestra eterna relación de amor-odio con los Estados Unidos nos sentencia a tenerle miedo al grandulón, pero a seguir buscando ser su amigo.

En resumen, malas noticias, queridos lectores.

Ese molesto niño malo y fuerte, gordo y hostil, ronco y rudo, contumaz y prevaricador, está de regreso. Y se ve muy dispuesto a disfrutar que es el único que puede imponer condiciones.