SOHRAB AHMARI

Suprimiendo el debate sobre el Islam, el nacionalismo y el terror, la izquierda preparó la escena para la reacción de hoy.

La valla fronteriza propuesta por Trump y su orden de suspender toda inmigración de países que producen terrorismo son drásticas e importantes. Pero también son símbolos paliativos. El mensaje: “Sus días de ansiedad quedaron atrás. Seremos una nación coherente una vez más.”
Los políticos a lo largo del Occidente están diciendo lo mismo en lo que está dando forma a la más amplia reversión de la libertad de movimientos en décadas.

No son sólo los nacionalistas de derecha como Marine Le Pen en Francia o Viktor Orban de Hungría. Los de centro lo entienden también. Algunos, como Angela Merkel, son restriccionistas todavía reticentes. Otros, como Theresa May, el primer ministro holandés Mark Rutte y el aspirante presidencial francés François Fillon, son más directos. Todos han prestado atención sabiamente a la demanda popular por tasas de inmigración drásticamente más bajas.

La ironía es que la libertad de movimientos se está deshaciendo porque los liberales ganaron los debates centrales acerca de islamismo, cohesión social y nacionalismo. En vez de dar algún fundamento, ellos acusaron a los opositores de ser fóbicos y reaccionarios. Ahora los liberales están cosechando las recompensas de esas victorias ocultas.

Los liberales se negaron a admitir el vínculo entre la ideología islámica y el terrorismo. Durante ocho años bajo el Presidente Obama, el gobierno de Estados Unidos se negó a decir siquiera “islamismo”, afirmando ridículamente que los miembros del ejército estadounidense estaban yendo a la guerra contra el “extremismo violento.” Los votantes pudieron leer y escuchar sobre yihadistas ofrendando sus acciones a Alá antes de abrir fuego automático sobre compradores y caricaturistas blasfemos.

Los esfuerzos lingüísticos de Obama no reprimieron la verdad. Ellos solamente abrieron el espacio para que otros la expresen, y a veces la distorsionen groseramente, sugiriendo, por ejemplo, que todos los 1.4 mil millones de musulmanes son terroristas o simpatizantes de y deben ser mantenidos afuera.

La izquierda “ganó” también en gran medida el debate sobre la integración musulmana. Para demasiados liberales, toda atrocidad islámica fue causa para molestarse acerca de una reacción “islamofóbica.” Cuando un yihadista explotó en algún lado, los hashtags preventivos expresando solidaridad con los musulmanes amenazados nunca se quedaron muy atrás.

Pero los liberales no se molestan tanto acerca de las patologías en las comunidades musulmanas, y en la propia civilización islámica, que estuvieron produciendo tanta carnicería. Algunos pronto abandonarían sus propias ortodoxias feministas y de derechos de los gay antes que criticar lo que los imanes en los suburbios de París y Londres estaban diciendo a sus congregaciones.

Amnesty International acurrucó al radical islámico inglés-pakistaní Moazzam Begg a pesar de sus entrevistas serviles con el predicador de Al-Qaeda, Anwar al-Awlaki. Cuando Gita Sahgal, del personal de Amnesty, salió en público con sus objeciones en el 2010, la organización la suspendió y argumentó en una conferencia de prensa que la “yihad en defensa propia” no era “opuesta a los derechos humanos.” El filósofo islámico Tariq Ramadán se volvió el querido de los intelectuales de New York, aunque él se negó a pedir un fin rotundo de la práctica islámica de lapidar a los adúlteros.

Por el contrario, los escritores liberales despreciaron a la activista de derechos humanos nacida en Somalia, Ayaan Hirsi Ali, como una “Fundamentalista del Iluminismo.” Brandeis le quitó la invitación para hablar en el campus en el año 2014. El Centro de Derecho de Pobreza Sureña el año pasado la nombró una “extremista”, junto con el activista contraterrorista Maajid Nawaz.

Los liberales dieron poder así a los elementos más iliberales de las comunidades musulmanas mientras marginalizaron a los reformistas. ¿Es alguna sorpresa que muchos votantes llegaran a ver a los musulmanes como fuentes de peligro y falta de cohesión social?

Los liberales finalmente “ganaron” el debate sobre el nacionalismo. En Europa, especialmente, y en los Estados Unidos en una medida menor, ellos trataron el nacionalismo y el legado judeo-cristiano del Occidente como reliquias de un pasado oscuro. Para los líderes de la Unión Europea, la comunidad política ideal era un conjunto siempre en expansión de procesos legales, vínculos comerciales y normas políticamente correctas. Los ciudadanos podían llenar las casillas con cualquier contenido cultural que prefirieran, preferentemente “Europa” misma.

Pero las normas y las leyes no inspiraron el apego político. El hambre de identidad auténtica impulsó a los jóvenes musulmanes europeos a la clandestinidad islámica. Entre los europeos nativos, la extrema derecha llegó por defecto al propio nacionalismo y la nación. La divergencia probó ser tóxica.

A juzgar por sus editoriales sin aliento y exabruptos en las redes sociales, los liberales líderes todavía culpan por esta reversión en las suertes políticas a un paroxismo de miedo y odio colectivos, las fuerzas a las que ellos siempre han buscado desaparecer. Pero los principales culpables por la revuelta popular contra el liberalismo son los mismos liberales. Si los ideales liberales van a sobrevivir a la reacción actual, el Occidente necesita liberales más duros y realistas.

 

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México