“Habrá paz… cuando los árabes amen a sus hijos más de los que odian a los judíos.”

MAY SAMRA PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO- Golde Marcovich, quién más tarde sería llamada “la abuela de Israel” era hija de un carpintero y sus primero recuerdos eran de su padre clavando tablas en la puerta de su hogar, para asegurarlo contra uno de los pogroms de la Rusia zarista.

Más adelante, Golda y sus hermanas siguieron a su padre a Milwaukee, en los Estados Unidos. Golda quería ser maestra, pero su padre se opuso, por lo que ella decidió escapar de su casa hacia Denver, Colorado, donde vivía su hermana casada. Allí conoció a Morris Meyerson (quien al emigrar a Israel lo redujo a Meir), pintor de carteles, amante de la poesía, la música y la historia, por lo que no compartía la pasión de su esposa por el sionismo.

En diciembre de 1917, Golda se casó con Meyerson –con la condición de que ambos se trasladaran a Israel-. En 1920, lo convenció para ir a vivir al kibutz Meraviá, uno de los lugares más siniestros y vulnerables de  Palestina.

Golda intentó ser una “ama de casa feliz” y durante cuatro años se dedicó de lleno a  su hogar, cuando nacieron sus dos hijos: Menahem y Sara, pero se dio cuenta de que ello no le bastaba para llenar sus expectativas de vida, y se sintió presa de la pobreza y de las labores del hogar.

En 1928, Golda se trasladó a Tel Aviv en contra de los deseos de su esposo y comenzó a laborar en la Histadrut. Fue ahí donde  finalmente la pareja se separó de forma amistosa, ya que toda la familia continuaba reuniéndose siempre en Shabat. Diez años después se divorciaron, aunque ella nunca le reprochó nada a su marido, más bien se culpó a ella misma, diciendo: “En el trabajo piensas en los hijos que dejaste en casa, en casa piensas en tu trabajo. La lucha está en ti; tu corazón está rentado”. Ambos mantuvieron una buena relación aún luego de divorciados, ya que Morris comprendió que, para Golda, era una necesidad vital apoyar la causa sionista y judía.

“La tragedia no era que Morris no me entendiera” comentó Golda sobre él en su autobiografía “sino, por el contrario, que me entendía demasiado bien y sentía que no podía hacerme cambiar o cambiarme. Así que no me desanimó de volver a trabajar, aunque sabía lo que realmente significaba.

Siempre había estado callado y reservado. Ante el mundo exterior, puede haber parecido ineficaz o fracasado, pero la verdad es que su vida interior era muy rica, más rica que la mía, con toda mi actividad y mi impulso; y la compartía generosamente con sus amigos íntimos, con su familia y, en particular, con sus hijos”.