Una de las actividades que más me gustaba en la infancia era amasar. A esa edad, no había nada más preciado que sentir la harina entre mis manos, el agua, que la iba transformando en una masa, y el huevo, aquel elemento mágico que al tronar se expandía y ayudaba a juntar todo lo que quedaba.

Hay algo tan placentero y sensual en hacer pan que difícilmente se olvida a cualquier edad. Tiene que ver con que cocinar es un acto integral. Cuando cocinamos, y especialmente cuando hacemos pan, usamos nuestros cinco sentidos:

Al tomar la masa y moldearla en nuestras manos usamos el tacto; cuando la horneamos y tenemos el gusto de apreciar su aroma usamos el olfato, al trenzarlo o decorarlo usamos la vista, cuando respondemos amén a la berajá (bendición) antes de comer usamos el oído y al saborearlo entre nuestros dientes usamos el gusto.

Cada uno de estos momentos por separado vale la pena vivirlo. Sin embargo, se vuelven aún más placenteros cuando les damos un sentido; cuando volvemos nuestro placer eterno. Eso sucede cuando cocinamos y comemos el pan de Shabat.

Shabat es el día en que honramos a D-os a través de nuestro placer. En el judaísmo, es el día más espiritual: representa el descanso de D-os en el séptimo día de la Creación, está prohibido trabajar, y disfrutar el día es un mandato divino.

Hay muchas formas de honrarlo y alabarlo; una de ellas es comer pan en tres comidas distintas en este día, ya que el pan sirve como símbolo de la perfección material y la elevación del hombre.

Para realizar esta mitzvá correctamente se usan dos piezas completas sin ser cortadas previamente, las cuales se cubren con una tela hasta el momento de ser comidas. Simbolizan el maná (comida divina) que bajaba del cielo en una nube de rocío para alimentar al pueblo judío en su travesía por el desierto.

Todos los días, durante el Éxodo, D-os hacía bajar un alimento sagrado para que los judíos no pasáramos hambre, a este alimento se le conoce como maná, ya que es divino, es perfecto; es la expresión máxima de la materia: lo divino, lo espiritual y lo intangible haciéndose palpable; el desarrollo más elaborado al que cualquier átomo u objeto puede llegar.

El pan que se usa en Shabat generalmente es trenzado porque simboliza la unión de la materia y el espíritu.

La trenza, que une a las partes distintas del pan en una sola, simboliza la unión de los seis días de la semana y las seis dimensiones del espacio físico en el séptimo día; así como la unión entre el mundo espiritual y el mundo material que se vuelven uno en ese día; simboliza a D-os involucrándose en su mundo.

A este pan coloquialmente se le llama “jalá”. Originalmente la palabra no era usada para referirse al pan trenzado de Shabat en específico, sino a la mitzvá de bendecir y separar la masa antes de hornearla.

En la antigüedad, cuando existía el Templo, era obligatorio que cualquier persona al cocinar pan separara una porción de masa para ofrecerla a los sacerdotes; a esta porción se le llama “jalá” en el Talmud y la Torá.

Hoy en día, aunque ya no existe el Templo y los descendientes de los sacerdotes no pueden realizar los rituales, la tradición sigue en pie. Al cocinar pan, un pedazo de la masa se separa y en lugar de guardarse para el Templo se quema y se ofrece a D-os de forma directa. Al hacerlo se dice la bendición de “jalá”, probablemente el nombre del pan surge de la relación tan grande que existe entre cocinar el pan de Shabat y decir esta bendición.

Esta mitzvá es la forma que tenemos de consagrar a D-os nuestro pan y regresar el favor que Él hizo por nosotros en el desierto. Junto con Shabat, marca una simetría hermosa en la comunicación que existe entre D-os y el hombre.

Si bien el maná es comida sagrada hecha por D-os, el pan de los sacerdotes (la jalá) era la comida sagrada hecha por el hombre. Si el maná baja del Cielo a la Tierra, el humo de las ofrendas que hacíamos y ahora la masa que separamos sube de la Tierra al Cielo; ambos hacen un movimiento vertical, pero en sentido inverso. Si el maná es la espiritualidad haciéndose materia, la ofrenda es materia haciéndose espíritu a través del humo. Mientras uno se materializa, el otro se deshace, ambos para unir al hombre con su Creador.

La jalá trenzada que se come en Shabat es la síntesis de ambos; sobre ella se hizo la mitzvá de separar la masa y ella es el símbolo del maná. Es una de las formas más completas que tenemos de honrar a Dios “con todos nuestros recursos”.