Enlace Judío – Hay conceptos, tradiciones o recuerdos cuya sola imagen genera una sensación de tranquilidad y encuentro en cada uno de nosotros. Son individuales y subjetivos y como tal no necesariamente tienen que tener una relación lógica detrás de ellos, sin embargo, es sorprendente cuando uno descubre que sí la tienen. Hay dos tradiciones (o mitzvot) cuyo recuerdo últimamente tiene la cualidad de darme consuelo cuando pienso en ellas. Pareciera que no están relacionadas, sin embargo, cuando uno observa su significado más de cerca descubre los puentes que las unen. Son dos mitzvot que hablan del Templo, de la consagración y la alegría. La primera es la jalá (el pan) del Shabat y la segunda el hoyo en las paredes que dejamos cuando consagramos una casa nueva. Hablaremos de ellas.

La jalá de Shabat

La jalá (el pan) de Shabat es una tradición bastante conocida y que tiene más de una connotación en la práctica judía. Aparte del simbolismo que la rodea, los mandatos halajicos y la carga ritual es un elemento sumamente tradicional. Para muchísima gente la jalá es un elemento que le recuerda indudablemente a su familia y su comunidad; para muchos incluso es lo que representa el Shabat.

Dentro de la simbología judía el pan se asume como símbolo de perfección. El hombre necesita cosechar el grano, molerlo, elaborar la masa y finalmente hornearlo; es ese nivel de refinamiento lo que lo separa de otros alimentos. El pan además también representa tanto el maná que caía del cielo como los sacrificios que se hacían en el Templo, algunos de los cuales usaban pan.

Hay una mitzvá muy importante que justo le da el nombre de jalá al pan: cuando se cocina pan se separa un pedazo de la masa, se dice la beraja (bendición) correspondiente y se quema o se desecha. A ese pedazo de masa se le llama jalá y a través de él recordamos el Templo.

Dicho recuerdo me trae una paz enorme porque me recuerda la sacralidad y el encuentro que hay con la plenitud y el placer.

El hoyo en la pared

Hay muchas mitzvot en la tradición judía que nos obligan a recordar la destrucción del Templo y las masacres en Jerusalén justo en un momento de extrema felicidad. Por ejemplo, rompemos una copa de vidrio al terminar el rito de una boda. Una de estas tradiciones implica dejar sin terminar ciertas cosas como en un banquete uno deja ciertos elementos sin acomodar. La tradición o mitzva de dejar un pedazo de la casa sin terminar, es una de las más famosas. Antes de habitar la casa los dueños dejan sin pintar un pedazo de la pared o dejan un imperfecto de algún tipo. Por ejemplo, hay quien explícitamente da un martillazo y deja un pequeño hoyo en el muro, o se deja un pedazo de la pared sin recubrimiento. En los últimos años incluso se ha acostumbrado hacerlo de forma estética; es decir que el elemento que falta ocupe un lugar central en la decoración del espacio, como la sala de la casa o el techo de una sinagoga.

Hay muchas razones por las cuales recordamos dicha tragedia en los momentos más felices de nuestras vidas. Una de las más bellas nos dice que lo hacemos porque nuestra felicidad en ese momento es una probada de la felicidad que sentiremos al llegar la época mesiánica. La destrucción en cierto sentido es símbolo y recuerdo de la Redención futura.

Bajo esta visión entendemos que la acción de romper la copa o el muro en realidad marca en nuestra memoria el evento feliz más que la tragedia. Nos recuerda que en nuestra existencia como humanos tanto tragedia como alegría siempre están juntas. Al igual que el maror y la matza nos recuerda que esa condición del hombre es parte de la plenitud. En lo personal, la mitzvá me ofrece consuelo y paz porque en los momentos de mayor tristeza, me ayuda a recordar los momentos de la alegría y la unión entre ambas.