GIULIO MEOTTI

Bienvenidos a Quebec, con su aire de vieja provincia francesa y sus bellos paisajes, donde las calles llevan el nombre de santos católicos, y donde un hombre acaba de asesinar a disparos a seis personas en la mezquita de un barrio.

La violencia puede ser fruto de convulsiones sociales, como la masacre de 2011 en la isla noruega de Utoya, en un país que se enorgullece de ser “ultralaicista” y parte de la “buena sociedad” global. Quebec también, como todo Occidente, se enfrenta a una crisis existencial democrática y religiosa.

George Weigel, en un artículo en la revista estadounidense First Things, llamó hace poco a Quebec “el distrito vacío del catolicismo”. “No hay un lugar religiosamente más árido –escribió– entre el Polo Norte y la Tierra del Fuego; no hay posiblemente un lugar religiosamente más árido en el planeta”.

Sandro Magister, uno de los periodistas más destacados de Italia sobre asuntos religiosos, escribió: “Mientras habla Roma, Quebec ya se ha perdido”.

Los centros católicos de Quebec están vacíos; el clero está envejeciendo. Hoy, en la iglesia de San Judas de Montreal, los entrenadores personales ocupan el lugar de los sacerdotes católicos. El teatro Paradoxe de Montreal se ubica ahora donde estaba la iglesia de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro antes de ser clausurada. La antigua nave cristiana se utiliza ahora para conciertos y conferencias, mientras que los himnos dominicales cristianos son sustituidos por espectáculos disco.

La diócesis católica de Montreal vendió 50 iglesias y otros edificios religiosos en los últimos 15 años. El 24 de mayo de 2015, se celebró la última misa en la famosa iglesia de San Juan Bautista, dedicada al patrón de los canadienses franceses. El arzobispo auxiliar de Quebec, Gaetan Proulx, dijo que “la mitad de las iglesias de Quebec” cerrarán en los próximos diez años.

En la película Las invasiones bárbaras, de Denys Arcand, hay un momento en que un sacerdote católico inspecciona el arte religioso kitsch, carente de valor, que carga su diócesis, para señalar su irrelevancia. El viejo sacerdote dice:

“Quebec era tan católica como España o Irlanda; todo el mundo creía. En un determinado momento, en el año 1966 en concreto, las iglesias se vaciaron de repente en cuestión de meses. Un extraño fenómeno que nadie ha sido jamás capaz de explicar.”

“El hombre sin historia, sin cultura, sin país, sin familia y sin civilización no es libre: está desnudo y condenado a la desesperación”, escribe el filósofo quebequés Mathieu Bock-Côte.

La situación del catolicismo en Quebec es hoy efectivamente desesperada. En 1966 había 8.800 sacerdotes; hoy hay 2.600, de los cuales la mayoría son ancianos, y muchos viven en residencias de mayores. En 1945, el 90 % de la población iba a misa cada semana; hoy va el 4 %. Cientos de comunidades cristianas han desaparecido sin más.

El Consejo de Quebec para la Herencia Religiosa ha revelado que sólo en 2014 cerraron 72 iglesias. La situación es aún más grave en la archidiócesis de Montreal. De 257 parroquias en 1966, pasaron a ser 250 en 2000, y sólo 169 en 2013. El cristianismo parecía en riesgo de extinción: el arzobispo de Montreal, Christian Lépine, aplicó una moratoria sobre la venta de las iglesias.

Mientras que las autoridades de Quebec utilizaron un agresivo laicismo como instrumento para promover el multiculturalismo, en Quebec se produjo un drástico aumento de jóvenes musulmanes que se unieron al Estado Islámico. Hubo atentados cometidos por conversos al islam; personas que rechazaban el relativismo canadiense para abrazar el fanatismo islámico. “El fundamentalismo secular de Quebec ha llegado incluso a imponer a todas las escuelas públicas y privadas –el primer ejemplo de este tipo en el mundo– un curso obligatorio sobre ‘ética y cultura religiosas'”, escribió Sandro Magister.

Un informe académico concluía: “Los datos del censo canadiense demuestran que el islam es la religión que más rápido crece en el mundo, y que a pesar de que la mayoría del crecimiento de la población musulmana tiene que ver con las tasas de natalidad y migración, desde 2001 dicha población también ha aumentado como consecuencia de las conversiones religiosas de canadienses no musulmanes.

El declive demográfico de Quebec también es revelador. La tasa de natalidad ha caído desde una media de cuatro hijos por pareja a sólo 1,6, muy por debajo de lo que los demógrafos llaman “tasa de reemplazo”. Quebec era un caso único comparado con los países desarrollados en términos de intensidad y velocidad en la caída de la tasa total de fertilidad.

La espiral de defunciones en Quebec está explícitamente vinculada con las llamadas a una mayor inmigración. El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, que puso fin a la campaña militar contra el Estado Islámico, acaba de pedir a los migrantes musulmanes que vayan a su país.

Según los demógrafos, sólo la provincia de Quebec ya necesita entre 70,000 y 80,000 inmigrantes al año para compensar su baja tasa de natalidad. Pero al compensar un descenso demográfico, ¿qué ocurre cuando uno de los territorios más notoriamente católicos del mundo sufre tal revolución cultural y religiosa?

Hacer frente al dramático colapso de Quebec no implica necesariamente volver a abrazar un viejo catolicismo, pero indudablemente sí necesita un sano redescubrimiento de lo que debería ser una democracia occidental. Eso incluye también un aprecio por la identidad occidental y los valores judeocristianos; todo lo que el gobierno de Trudeau y buena parte de Europa parecen negarse a aceptar. La mitad de los ministros de Trudeau no hicieron un juramento religioso. Se negaron incluso a decir: “Que Dios me ayude”.

El lema de Quebec es: “Je me souviens”: Yo recuerdo. ¿Pero qué, exactamente? En el “distrito vacío del catolicismo”, ¿ganará el islam?

 

 

Fuente:es.gatestoneinstitute.org