Hoy es el Día Internacional de la Mujer. A estas alturas de la mañana (casi 9:30 a.m. en la Cd. de México), las voces, videos, tinta, papel, pensamientos, palabras, desayunos, paros, protestas, felicitaciones, dichos, bromas, miradas, piropos, insultos, golpes, malos tratos, cariños, chocolates, rosas, órdenes, arrepentimientos, y un montón de acciones, omisiones y alocuciones en torno a la mujer, han de sumar millones.

¿Por qué es tan importante este día? Como alguien señaló temprano en la radio: “Alrededor de la mitad de la población en el mundo son mujeres, y la otra mitad viene de una mujer”. O como diría alguna vez, hace muchos años, uno de nuestros preclaros legisladores en la tribuna: “Yo tengo mucho respeto por las mujeres, porque en mi casa desde la más pequeña hasta la mayor, son mujeres”.

Bueno, después de esa pieza de oratoria, poco queda por decir. Sin embargo, creo en verdad que les debemos mucho a las mujeres, sin hablar de las mamás, que eso es un tema aparte. Especialmente en este país donde sus actividades no corresponden al reconocimiento y paga por sus labores (por fa, que mi esposa no lea esto). Escuché sobre un estudio que se hizo y que determina que por lo menos en México, el trabajo no remunerado de la mujer sería de alrededor de 49 mil pesos anuales (fue lo que entendí).

Recientemente, en una de las clases del rabino Leonel en Bet El, se comentaba que hasta hace poco había una mínima conciencia del papel que la mujer, especialmente la madre, juega en el hogar. A tal punto que, cuando se le quiere halagar en su día se le regala, con todo y moño, una sartén, plancha, lavadora, incluso, tal vez, un carro. ¿Para qué? Con el objetivo de que haga más y más eficientes las labores “propias de su sexo” (la expresión irónica es mía).

Lamentablemente, gran parte de la situación de machismo y opresión que viven muchas mujeres es producto de una reproducción ideológica, donde las mujeres inoculan, por desconocimiento, costumbre u obligación, el germen del machismo, haciendo que sus hijos varones adquieran dichas actitudes que muy difícil cambiarán y mucho más difícil se borrarán en el hombre adulto.

Pero, claro, yo habló a nivel urbano, ámbito clase media, pero como se plasma en la novela “Antes de que Sucumba ese Tiempo” (de mi autoría, y conste que me choca citarme) el terreno rural puede ser más agreste para ellas. Aunque la violencia puede estar en cualquier estrato social.

D-os quiera que ya en ningún lugar del país, y si se puede del mundo, un padre cambié a su hija o por lo menos la virginidad de ella, por un cartón de cervezas.

Hace muy poco tuve la oportunidad de entrevistar a un rabino de B’nei Brak, especialista en temas de Shalom Bait (La paz del hogar, se puede traducir así). A una pregunta muy directa sobre la violencia en hogares judíos, llenos de valores halájicos y de Torá, el Rabino Diamat contestó: “En todo Palacio también hay baños.”

En este Día Internacional de la Mujer sólo me resta hacer un llamado a todos los hombres, no tanto a celebrar, sino a hacer conciencia de las valiosas compañeras de viaje y de vida con que D-os y la vida nos ha regalado. Y con todo mi corazón, deseo que aquella máxima aún extendida entre muchos círculos femeninos se anule para siempre: “La peor enemiga de una mujer, es otra mujer”.