IRVING GATELL PARA AGENCIA DE NOTICIAS ENLACE JUDÍO MÉXICO – Uno de los grandísimos errores estratégicos de Hitler, justo durante la parte crítica de la II Guerra Mundial, fue haber hecho una inversión económica y logística tan grande en la llamada “solución final”. Era el momento en el que los ataques aliados lo estaban poniendo en jaque, y fue cuando decidió enfocar sus esfuerzos y sus recursos en el exterminio masivo de judíos, algo que no tenía inferencia directa en el resultado de la guerra.

En 1941, cuando comenzó la aplicación sistemática y a gran escala de la Solución Final, el panorama no se veía tan complicado. Pero en 1944 sí lo era: el avance de los norteamericanos e ingleses por Francia, y el avance de los rusos por el otro extremo, insinuaban a gritos que la balanza estaba a punto de inclinarse en contra de Alemania (cosa que sucedió, al final de cuentas).

Por ello resulta sorprendente que ese haya sido el momento en el que Hitler ordenara intensificar el exterminio de judíos, pese a que ello debilitaba los recursos alemanes. Como si desde antes de lo necesario Hitler hubiese decidido que se iba a hundir, pero que sólo lo haría matando la mayor cantidad posible de judíos.

Un penoso caso en el que una persona penosa al frente de un régimen penoso, se hundieron debido a la incapacidad para controlar su odio contra los judíos.

O, dicho de otro modo, acaso esa sea una de las paradójicas ventajas del pueblo judío: el odio irracional de sus enemigos los lleva a hacer cosas igualmente irracionales.

Lo acabamos de ver en la ONU, una vez más. La semana se ha decorado con una nueva resolución promovida por la Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para Asia Occidental. La sede de dicha comisión está en Beirut (qué raro…), y al frente está Rima Khalaf, de nacionalidad jordana (qué raro…). Y el texto de la resolución fue preparado por Richard Falk, de quien ya diremos un par de cosas.

Según la resolución, Israel ha establecido “un régimen de apartheid que oprime y domina al pueblo palestino”.

La premisa que sustenta esta idea es absurda: acusa a Israel por conceder la nacionalidad instantánea a cualquier judío bajo el esquema de la Ley del Retorno, pero rehusársela a los palestinos. Deduce que, de ese modo, se establece un régimen de apartheid.

El razonamiento es defectuoso por partida doble.

En primer lugar, porque los palestinos están –se supone– en la lucha por tener su propio estado. Luego entonces, ¿para que la queja contra la no obtención de la nacionalidad israelí? Se supone que los palestinos serán los habitantes y ciudadanos de un estado vecino a Israel. ¿Dónde cabe la lógica de que Israel sea nefasto y malo por no concederles la nacionalidad? En términos simples, resulta tan absurdo como acusar a Trump de no concedernos la nacionalidad estadounidense a nosotros los mexicanos.

Y en segundo lugar, el concepto de apartheid está perfectamente mal aplicado. Un apartheid es cuando dentro de un mismo país, el gobierno establece dos normatividades legales para dos diferentes tipos de población. El ejemplo por excelencia es el de Sudáfrica, país en el que había una ley para los blancos y otra para los afros.

Semejante paradigma es imposible de aplicar al conflicto israelí-palestino, porque los palestinos no viven en Israel. Luego entonces, no están bajo las leyes de Israel. Si son tratados “diferente” en términos legales a los israelíes, es porque son tratados legalmente por otra entidad, que es la Autoridad Palestina en la Margen Occidental, o Hamas en la Franja de Gaza.

Nótese la delicia de enemistad con la inteligencia humana: acuso a un país por no concederle la nacionalidad a personas que viven fuera de ese país, y que de hecho piensan seguir viviendo fuera de ese país porque quieren constituir su propio país. Y de paso, acuso a ese mismo país de tratar legalmente a unos ciudadanos –los suyos–, y permitir que los ciudadanos de otro país sean tratados de manera diferente por sus propias autoridades, que son las de otro país (valga la redundancia).

El autor intelectual de la resolución, como ya mencioné, fue Richard Falk, un viejo y trágico enemigo a ultranza de Israel.

Su historial anti-israelí es de sobra conocido en el medio, pero también ha causado cualquier cantidad de escándalos por sus posturas injustificables. En 1973 defendió a Karleton Armstrong, que puso una bomba en una Universidad de Wisconsin, acción que se saldó con un empleado muerto. Bajo la premisa de que era aceptable protestar violentamente contra la guerra en Vietnam, Falk exigió la amnistía de todos los acusados, incluyendo a Armstrong.

Luego, en 1979 mantuvo contactos con el Ayatola Jomeini mientras todavía estaba exiliado en París, y luego de que este último regresó a Irán ya como líder de la triunfante Revolución Iraní, Falk opinó que describirlo como “fanático, reaccionario y defensor de crudos prejuicios” era algo “felizmente equivocado”. Sobra decir que el Ayatola Jomeini fue el líder de uno de los movimientos más retrógrados, brutales y comprometidos con la violación sistemática –hasta la fecha– de los Derechos Humanos.

En 2004, Falk elaboró el prefació de un libro de David Ray Griffins, en el cual se propuso la idea conspiranoica de que el gobierno de Bush había estado directamente involucrado como cómplice en los atentados del 11 de Septiembre de 2001.

Por supuesto, su historial de ataques contra Israel es larguísimo. Falk ha sido uno de los más insistentes en comparar la “tragedia palestina” con un moderno Holocausto, aunque cuando ha sido cuestionado sobre la irracionalidad de la comparación, él mismo ha tenido que admitir que la similitud a la que él apela “no es literal”, sino que es más bien algo así como “un llamado de atención para que la gente le ponga atención a la tragedia palestina”.

En 2011 cometió su peor error: en su blog personal, criticó severamente la acusación contra Muamar Khadaffi por crímenes de Lesa Humanidad, posteando una caricatura en la que aparecía un cerdo usando una kipá judía, vestido con una camiseta con las letras USA, y orinando sobre la Justicia Ciega, mientras devoraba huesos humanos ensangrentados.

Las protestas no se hicieron esperar, y Falk tuvo que disculparse admitiendo que había sido un error publicar esa caricatura.

Pero acaso el clímax de sus desvaríos llegó en 2013 con el atentado durante el Maratón de Boston, cuyo saldo fue de tres muertos, 16 personas con mutilaciones y cientos de heridos. En resumidas cuentas, Falk dijo que la culpa del atentado era del gobierno de Estados Unidos y… de Israel. ¿Por qué? Ya saben el viejo cuento: porque los terroristas estaban legítimamente desesperados por lo que hacen el gobierno de los Estados Unidos e Israel en cualquier otro lugar del mundo, y por eso matan.

En esta ocasión, la lluvia de críticas fue total: Inglaterra y Estados Unidos lo descalificaron contundentemente en la ONU, y el propio Ban Ki Moon tuvo que señalar que las declaraciones “odiosas” de Falk resultaban un desprestigio total para la labor de la ONU.

Cuando en 2014 Falk terminó su gestión como delegado de la ONU para reportar la condición de los Derechos Humanos en la “Palestina ocupada”, su desprestigio era absoluto, y los únicos que se atrevían a defenderlo eran otros igual de extremistas como él, o abiertamente conspiranoicos.

Por ello, se le exigió su renuncia al Observatorio de Derechos Humanos de Santa Barbara, California, lo cual fue un duro golpe para él.

En su retiro, Falk llegó a quejarse varias veces de que su carrera había sido “arruinada” por el lobby sionista que “domina al mundo”.

Bien: pues parece que este es su patético contra-ataque, y lo vuelve a hacer por medio de los núcleos más recalcitrantes e inoperantes de la ONU.

Lo sorprendente es que la ONU está jugando con fuego en este asunto. El giro que ha dado el gobierno de Estados Unidos desde la llegada de Trump ha sido bastante claro, y la nueva embajadora norteamericana en la ONU ha sido contundente al señalar que la ONU tendrá que cambiar sus postura abiertamente anti-israelíes, o atenerse a las consecuencias (que serían, concretamente, la pérdida del apoyo económico que viene de Washington, y que representa el 22% del presupuesto total de la ONU).

Guterres, el nuevo Secretario General de la ONU, ya tomó nota del asunto y de inmediato señaló su oposición a la resolución redactada por Falk, promovida por Khalaf, y aprobada por la Comisión Económica y Social de las Naciones Unidas para Asia Occidental.

Pero la presión estadounidense no se detuvo, y se le ha exigido a Guterres que la resolución simplemente sea anulada.

Sería la última gran derrota de Falk, alguien que a sus 86 años de edad de todos modos ya está derrotado.

La pregunta interesante es por qué la ONU sigue arriesgándose con este tipo de acciones. Las amenazas de los Estados Unidos no son cualquier cosa, y si la ONU ya tiene muchos problemas financieros, además de un desprestigio absoluto por su absoluta ineptitud, de todos modos parece que quieren llegar al punto donde su principal apoyo logístico y económico empiece a aplicarle sanciones.

Y la respuesta también es interesante: es la vieja enfermedad de Hitler. No importa cuántos problemas haya, no importa que todo se esté yendo al bote de la basura. De todos modos, los últimos recursos, los últimos esfuerzos hay que dedicarlos en contra de Israel y los judíos.

Así que acabamos de ver un ejemplo más de la ONU en su versión más patética y deplorable. El mundo se sigue cayendo en pedazos, la ONU sigue brillando por su ausencia en lugares donde la gente muere por la guerra o por el hambre, y de todos modos se saca a una momia anti-israelí de su ataúd para que redacte una queja porque Israel no le concede la nacionalidad a los ciudadanos de otro estado que viven fuera de Israel.

Inteligentísimos. Perspicaces, estos muchachos.