Además de la Mitzvá de comer Matzá, durante Pésaj está estrictamente prohibido comer o poseer cualquier alimento que sea o contenga Jametz. ¿Por qué? Más allá de las razones históricas bien conocidas –nuestra redención fue tan presurosa que no hubo tiempo que perder– nuestros Rabinos vieron en el Jametz, el proceso de fermentación que eleva a la masa, una representación muy significativa. Los Jajamim compararon al Jametz con la soberbia y la vanidad; la masa que se infla sola, con el individuo que permite que su ego se expanda y se engrandezca. La soberbia y el Jametz son simple aire, una inflación ilusoria del yo.

RABI YOSEF BITON

Pero ¿Por qué nos ponemos a pensar en arrogancia vs. humildad específicamente durante Pésaj? Porque no todas las personas están expuesta al riesgo de convertirse en individuos arrogantes… Un esclavo judío en Egipto, por ejemplo, no podía darse el lujo de ser vanidoso. El riesgo del orgullo excesivo sólo es relevante para un hombre libre. Y en Pésaj, cuando conmemoramos nuestra libertad de la esclavitud física, tenemos en mente que como individuos libres, fácilmente podríamos caer en un tipo diferente de auto esclavitud, una esclavitud mental: la adicción a los aspectos inflables de nuestro ego. Los riesgos del “Jametz psicológico”: la soberbia.

La sociedad moderna en sus incansables esfuerzos por convertirnos en consumidores leales, contribuye en gran medida a la alimentación de nuestro ego. Enseñándonos a ser más narcisistas, más egocéntricos y más hedonistas. Nos empuja a convencernos de que tenemos derecho a tener no sólo todo lo que necesitamos, sino también todo lo que queremos y todo lo que deseamos. Esta inmensa ambición, cuando se satisface, puede derivar fácilmente en arrogancia: sentir que soy más que los demás, porque tengo más que los demás.

La Matzá, un pan plano, chato y sin pretensiones, representa la humildad. La humildad no significa degradarnos. Ser humilde significa asumir la verdadera dimensión de la vida humana, tomando conciencia de nuestra ineludible mortalidad, y reconociendo que dependemos totalmente de HaShem.

La humildad es también la esencia de la autoestima. Quererse, y fundamentalmente aceptarse, es un pre requisito para estar en paz con uno mismo. El individuo arrogante es inseguro. Necesita el halago público y el permanente aplauso de los demás. Busca la aprobación del otro, a veces desesperadamente, con el fin de compensar la no aceptación de sus propias fallas y errores. Sólo el humilde, la persona que no necesita buscar el aplauso de los que están a su alrededor para sentirse mejor, es verdaderamente libre, independiente. El hombre humilde es capaz de admitir sus desaciertos, cambiar y mejorarse constantemente a sí mismo. La persona arrogante, por otro lado, es psicológicamente incapaz de admitir errores y por lo tanto, incapaz de cambio. Y al no poder corregirse, termina adaptándose (=esclavizándose) a sus propios defectos. La arrogancia es un Faraón tirano que condena nuestra personalidad al estancamiento.

Mientras que la persona humilde sabe y sostiene que todo ser humano merece dignidad y respeto y tiene el derecho a ser escuchado y comprendido, el individuo arrogante se convierte en un sirviente de su propio ego inflado. La arrogancia es una capa de aluminio detrás de un cristal que sólo nos deja ver nuestra propia imagen.

Nuestros Jajamim explican que la arrogancia, este Jametz mental, es la principal barrera entre el hombre y su prójimo. Y también entre el hombre y HaShem. La persona arrogante no concibe “servir a Dios”, pretende más bien “usar” a Dios para su propio beneficio.

Nuestros Jajamim explican que desde la perspectiva del hombre soberbio, “no hay lugar en este mundo para él y para Dios”. ¿Qué significa esto? Que si la realidad de la existencia fuera un circulo, alguien tiene que estar en el centro. Y en el centro, no hay lugar para dos. El arrogante se sitúa en el centro y desplaza a Dios a la periferia. En esa relación, él no sirve a Dios, sino que trata de servirse de Él.

El objetivo más importante de la vida de un Yehudí es alcanzar este nivel de humildad: reconocer que HaShem está en el centro. Y asumir que yo, el hombre, estoy aquí por Él y para Él. Y ésta es una misión imposible para el individuo soberbio.

Pésaj es una intensa lección de humildad. De la misma manera que eliminamos cada migaja de Jametz de nuestros hogares, debemos borrar todo rastro de vanidad de nuestros corazones.

Shabbat Shalom

 

 

Fuente:halaja.org