Para quien trabaja, como yo, sobre el conflicto entre árabes e israelíes, o musulmanes y judíos, el enfrentamiento social es gaje de oficio.

FRANCISCO GIL-WHITE PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Para muchos, es obvio que una ‘buena persona’ tomará partido con los árabes musulmanes contra los judíos israelíes. Para mí, no. Cuando explico por qué no, hay enfrentamiento. A veces amigable. Pero no siempre.

Debo admitir, en defensa de mis opositores, que me porto como un niño. Soy de mente simple: moralmente ingenuo. ¿Cómo han de tomarme en serio cuando insisto (como menso) que los judíos parecen más amables? Una cuestión ética, me dicen, no puede decidirse así. Los judíos han cometido injusticias; hay que resarcir el daño.

¿Cuáles injusticias?

Los judíos, explican mis opositores, han hecho algo que, en un mundo civilizado, no puede tolerarse—no puede siquiera contemplarse—: repetidamente, al grito sanguinario de ‘genocidio,’ han buscado extinguir a otro pueblo. Ah no—espera—. Ésos fueron los nazis. Y contra los judíos. Y—ah sí—fueron los Estados árabes y musulmanes. También contra los judíos.

Mi mente (¡tan simple, tan llana!), cual perro con hueso, roe el siguiente dato: quienes claman hoy por genocidio son, nuevamente, árabes y musulmanes.

No todos los árabes y musulmanes, por supuesto. Es justo y necesario decirlo. Y se vale insistir. Pero se vale también, y es justo—y, creo yo, necesario—insistir, en que nos den el nombre de alguna organización judía—la que sea—que pida genocidio. Así es: no existe.

Pero los judíos son disimuladamente malévolos, dicen mis opositores. Preparan en sigilo maldades contra todos. Y su poder es vasto. Es obvio—¿no?—. Como sucede siempre a los poderosos, mataron a los judíos por millones. Y eso los hizo más poderosos. Tiene sentido.

Soy de mente simple: para mí eso no tiene sentido. A mí me convence lo siguiente.

Tantos, tantísimos judíos fueron asesinados la última vez porque a la gente le hablaban mal de los judíos. Pues nadie se levanta de mañana, así nomás, a cometer genocidio; se envenenan primero las mentes.

Los calumniadores, los antisemitas, envenenaron a todo mundo—casi—. Y mataron hasta el último judío europeo—casi—. Luego entonces, los antisemitas eran poderosos. Los judíos, por contraste, a duras penas hallaban cómo combatir las calumnias, ésas que afirmaban su vasto y maligno presunto poder. Y los mataron—fácil—. Luego entonces, los judíos eran débiles.

En mi simpleza, yo pienso así: luego de esfumarse aquellas multitudes incineradas, el remanente judío debió terminar más débil. Y en su impotencia, renació el poder antisemita.

Es mi hipótesis. ¿Qué puede explicar? Quizá que en todas partes nos hablen otra vez muy mal de los judíos.

¿Qué tan mal? Juzguemos por las consecuencias: se habla tan mal de los judíos que ahora mucha gente prefiere—como postura ética, orgullosa—tomar partido con los árabes y musulmanes que han prometido e intentado—y que aun prometen e intentan—exterminar a los judíos israelíes.

Me parece un dato dramático. Y uno que, bajo la hipótesis contraria del gran poder judío, se antoja inexplicable.

Pero soy de mente simple—lo reconozco, lo sé—. Pues siento ansia, como la gente simple, de señalar en voz alta cosas que son perfectamente obvias. Por ejemplo, ésta: tuvimos una mala experiencia—a nivel planeta—la vez anterior que creció mucho el poder antisemita. Más de 5 millones de judíos murieron; y más de 54 millones de no judíos. Muchos millones más fueron esclavizados.

Dos más dos son cuatro, ¿no? En nada nos convienen, a nosotros los no judíos, estos antisemitas.

No corramos, pues, a coincidir con ellos. No sea que—otra vez—nos cueste todo. Pensemos.

(Ya sé… ¡Qué simple!)