JACOBO KÖNIGSBERG PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

NOCAUT EN EL PRIMER ASALTO

¿Cuánto tiempo permaneció inmóvil, con los brazos cruzados, interrogando sin palabras a su sombra? Nadie lo sabe. Estaba sumido en un estado en que todo le parecía velado, nebuloso. Extrañó los ruidos del parque y el parque mismo. Se sentía perdido entre la vigilia y el sueño. Tuvo miedo. Levantó la vista y miró a los transeúntes caminando. Sonámbulos, en cámara lenta y de pronto acelerados. Temió estar alucinando y consultó su reloj. Ya eran pasadas las tres. Sintió hambre.

Rápidamente se paró y se dirigió a su casa. Pensó que alguien lo seguía, volteó y no vio a nadie, pensó en Alter, pero su sombra estaba adelante.

Al entrar, vio que la mesa ya estaba dispuesta y corrió al toilette a asearse. Todo el tiempo sintió esa presencia sin verla. Se sentó, comió con apetito.

Era comida Yidish con Guefiltefish, raíz fuerte, caldo de fideos y pollo al horno.

Retornó al mundo de lo palpable, su apetito y los sabores eran reales no ilusión. Esto le produjo una doble satisfacción. La del gusto por los platillos y la de estar seguro de no vivir en una pesadilla, la sensación de ser perseguido se esfumó.

Terminando de comer, agradeció a Cuca y a su difunta esposa por enseñarle a cocinar. Se dirigió a la salita de televisión, se descalzó y encendió el aparato, un noticiero mostraba los cuerpos esqueléticos de las víctimas del hambre en Darfur, donde los guerrilleros impedían que los alimentos llegaran a esa pobre gente, de un bando enemigo. Recordó las imágenes de los cadavéricos biafranos que lo horrorizaban en su juventud y las de los campos de concentración que le quitaban el sueño en su niñez.

– ¿Pancita llena, corazón contento? – Oyó la voz burlona de su Alter Ego. Sintió un sobresalto. – ¿Cuándo comías en los mejore restaurantes de Tlalnepantla y Satélite, te acordaste de los Biafranos?
Simón quedó petrificado al oír aquella voz. Inmóvil siguió mirando las imágenes de la pantalla que se sucedían y cambiaban sin parar.

– No, no estoy soñando. – Se dijo y luego arremetió contra Alter, el Viejo, como acabó por llamarlo.

– Comí allí por obligación, no por gusto. El negocio lo requería. Siempre preferí comer en casa, aunque fuera un pan con mantequilla, que en esos malditos sitios. ¿Cómo podría atender ““Rodamientos””, perdiendo una hora para venir. Una para comer y una para regresar? Además allí estaban los clientes, los socios y las relaciones.

– Todo por el negocio. Todo por el “guesheft”. Como decía tu padre. Todo por la empresa. La trinchera en la batalla por la vida. No descuidarla, ni de día ni de noche. ¿Y tú qué?

¿Yo qué? –repeló Simón.

– ¡Por su culpa perdimos nuestro Yo!

¡Qué va! Se perdió porque no estaba en la cama. Quién sabe a dónde se fue.

Idiota – Replicó el Alter.

Sonó el teléfono y Simón brincó en su asiento y tomó la bocina. Hablaban del negocio preguntando por unas listas. Se alegró por la interrupción.

Están en el cajón inferior izquierdo de mi escritorio. Dígale a Nacho que si ya lo olvidó? O si hace falta que yo vaya a arreglarle todo. – Agregó de mal humor. Sí. También están en el mismo cajón. Okey. Saludos. Adiós. – Y colgó.

Pasados unos instantes dijo:

No puede uno dejarlos solos.

Ya viste. – Comentó burlón Alter. – Eres esclavo del trabajo. La cadena que te ata llega desde Tlalnepantla hasta acá ¡Y es bien gorda! – Dijo riendo.

Simón se enojó consigo mismo más que con su molesto interlocutor. Comprendió que su Yo se quedó en “Rodamientos”.

Y si su Yo se quedó allá y por ello no lo halló en su cama? ¿Quién estaba respondiéndole a Alter?

Simón no lo sabía, pero quien hablaba era uno de los muchos pequeños Yoes que pueblan la mente del hombre y que, habiéndose perdido el gran Yo, que como el sol los mantenía en torno suyo, aquellos se desperdigaron. Pero, ¿Cuál de ellos era?

Quizás ese yo que se niega a abandonar la trinchera a pesar de estar cerca de los setentas y debe ser licenciado y prefiere morir con el fusil en la mano.

El Yo trabajador, responsable, metódico, que está al pendiente de todo y revisa hasta el último tornillo de la maquinaria. Y no quiere ceder su lugar a los otros, el Relajado, el Licencioso o el Contemplativo o el que sea.
Alter vio aquí su oportunidad de humillar a ese escrupuloso Yo.

Olvida de una vez por todas a ““Rodamientos””. – Le reprochó a Simón. – ¿No te basta haberles dedicado medio siglo al guesheft? Que los muchachos se hagan cargo de todo y que se las arreglen como puedan, que bien pueden y que se rompan la cabeza para resolver las broncas. Tú ya lo hiciste, ahora que ellos te manden tu parte y tú, tranquilo. Que no van a desmantelar la empresa. Bien sabes que no son unos locos. ¡Tú tranquilo!

Simón se tranquilizó. Su Yo trabajador quedó por el momento fuera de combate. El argumento de Alter logró ponerlo en paz. Narfeld siguió viendo la tele un buen rato.

Alter no lo importunó. Se aburrió de estar mirando la pantalla y de cambiar canales sin encontrar nada que le pareciera interesante. Entonces, decidió volver a salir.

Pasó al toilette. Se puso el saco que había dejado en el respaldo de una silla. Y avisándole en voz alta a Cuca que iba a salir, se despidió y minutos más tarde ya estaba paseando sin rumbo por las calles de Polanco. Vagó mirando las fachadas cercanas a su departamento que le eran desconocidas.

La tarde era tibia, la brisa mecía las ramas de los árboles. Dejándose llevar sin pensar, hasta que cansado, decidió buscar donde sentarse. Un poco más atrás había pasado por un café que tenía mesas en la acera. Retornó para sentarse “entre los ociosos” para contemplar a la gente que circulaba en uno y otro sentido. Pidió un café y permaneció mirando, sintiendo la extrañeza de ser un vago más. ¿Cuánto tiempo? No lo supo, porque, contra su hábito no vio su reloj hasta que anocheció. Pagó y retornó a su casa sin prisas, asombrado al ver cómo se iluminaban y reanimaban los restaurantes por la noche.

Subió a su departamento, cenó. Miró televisión como de costumbre y cuando se cansó se alistó para irse a dormir. Entró a su recámara en penumbras, pasó al cuarto de baño y se metió a la cama sin encender la luz y sin mirar la sábana. Sintió miedo y a tientas volvió al baño, donde tomó su ansiolítico y retornó a su lecho. Pronto roncaba plácidamente.