JACOBO KÖNIGSBERG PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

EL YO AMOROSO CONSTERNADO

Simón Narfeld se despertó algunas veces para orinar y en la oscuridad regresó a la cama. No tardó en dormirse en cada ocasión, antes del amanecer tuvo un sueño del cual recordó parte:

“Estaba en la bodega de ““Rodamientos””. Recorría los pasillos revisando los anaqueles. A su derecha oía el fragor de las máquinas armando las piezas de la producción. Quiso salir y no encontraba la salida en un laberinto de pasillos. De pronto vio el resplandor de una puerta. Salió a una calle desconocida, sabía que un callejón lo conduciría al estacionamiento de la empresa donde estaba su automóvil. Llegó y no lo encontró. Preguntó al policía de la entrada por su auto. El vigilante salió y regresó con un coche viejo de chillones colores verde-agua y amarillo que no era suyo.”

Desesperado despertó. Ya era de día. Consultó el reloj y pasaban de las ocho.

¡Es tarde! – Pensó. Estaba a punto de saltar de la cama, cuando recordó que ya no tenía que salir corriendo a Tlalnepantla. Se estaba cobrando su año sabático y debía acostumbrarse a la idea. Se desperezó y se acostó mirando el techo.

¿Qué haré hoy? – Se dijo y se respondió – Nada.

Permaneció así un largo rato. Sin prisa se incorporó, se puso las pantuflas. En pijama, sin voltear a ver la cama vacía. Estiró rutinariamente el brazo para buscar su lista de actividades, sin encontrarla sonrió. Pasó al saloncito a ver la televisión. Se sentó en su sillón, buscando los noticieros.

– Todos repiten lo de anoche – Pensó y apagó.

Con calma pasó al cuarto de baño siguiendo su costumbre. Pero antes saludó de viva voz a Cuca y le ordenó el desayuno.

Se bañó sin prisas. Al vestirse buscó una corbata llamativa, pensando en pasear. ¿A dónde? A donde sea, el caso era pasear a gusto y sin prisas ¡Pasear! Respirar la brisa fresca entre los árboles y ¡Pasear! Se dirá cosa rara ¿Quién pasea sin prisas hoy en la Ciudad de México? Añoraba los paseos que de niño hacía con sus padres en el malecón de Veracruz. Se sentía tan feliz. En su adolescencia también paseó algunos domingos con su papá en torno al Parque México, pero luego aquel se detenía a conversar y discutir en Yidish con los demás “paisanos”. Ya no era lo mismo. Simón ansiaba recobrar cierta felicidad perdida.

Desayunó y trajeado bajó a pasear. Recorrió las calles y avenidas sombreadas de Polanco. Gozaba, pero el estruendo de los motores de camiones y autos y el olor a combustible quemado lo sacaba bruscamente de su gozo. Buscó la tranquilidad de las calles perpendiculares a las avenidas, con poca circulación de vehículos, virando a derecha e izquierda en calles intermedias entre avenidas. Estuvo satisfecho de su solución. Terminado el paseo, buscó una mesa en algún café y se puso a mirar a los transeúntes siguiendo con la vista a las muchachas guapas. Sintió a alguien a sus espaldas. Volteó y vio una ancha columna. No había nadie. Ese alguien virtual lo empujaba hacia adelante, cada vez que miraba a una beldad. Permaneció clavado en su asiento. Pensó en Alter, pero éste no surgió de su sombra para venir a importunarlo. Regresó a su departamento a comer, descansar, echar la siesta viendo la televisión y salió al atardecer a buscar otro café hasta la hora de la cena, para proseguir con su rutina.

Así pasaron varios días en los que perdió la noción del tiempo. Sin embargo, el temor a volver a su lecho vacío no se desvaneció. Lo mismo que los sobresaltos y angustias que le provocaban ver un mantel blanco o alguna alba superficie horizontal que le recordara la sábana blanca de su cama.
Habló al doctor Winacur cuando casualmente una tarde encontró su tarjeta. Le mencionó su miedo sin especificar hacia qué. El doctor le recomendó seguir con la medicina recetada. Simón se encogió de hombros y se dijo: “Seguiré, total”.

Se disponía a salir cuando sonó el teléfono. Contestó. Era su hijo desde San Diego.

Hola Marquitos, ¿Cómo has estado? No, no. He estado bien. ¿Eso te dijeron en “Rodamientos”? No, no estoy enfermo. Ya no tienes que hablarme allá. Decidí tomarme un año sabático y olvidarme un poco de la chamba. Ya hablé con Aarón y tus primos, están de acuerdo. Estoy muy bien. Feliz como una lombriz. ¿Visitarlos? Deja que primero me acostumbre a no hacer nada. Ja, ja, ja. Sí me gustaría ver a los nietos. No te preocupes. Todo está bajo control. Besos a los niños. ¡Bay,bay! ¡Olvídalo! El clima está bien. La tarde está preciosa. ¡Adiós!

Colgó y se dispuso a salir. Había sido el Yo Amoroso el que había hablado. Cada vez que recordaba los nietos algo en el riguroso corazón de Simón, el hijo del “prusiano”, como que emanaba dulzura. A punto de salir a la calle, el Alter Ego se le montó y le susurró al oído:

Anda, ve a visitar a los querubines. No ¿Verdad? No quieres enfrentarte a tu nuera Adina y sus lindos hermanitos, los “cuervos”, que tanto hicieron por amargarle la vida a Esther y a ti de paso, con eso de que tu casa no era lo suficientemente “Kosher”, para que ella y los niños comieran con ustedes.

Cuando tu esposa desde siempre fue tan escrupulosa en eso, y posteriormente cuando se presentaron “los cuervos” con más y más exigencias. Cada vez más absurdas, tantas que ni los más piadosos de los pueblos de Polonia y Lituania de hace dos siglos se las impondrían. Tirar las vajillas usadas, comprar otras nuevas y llevarlas a la “Mikve” (baño ritual), ni allá lo usaban. Y de querer despedir a la sirvienta ni dejarla tocar nada en la cocina. Invenciones de fanáticos. Mojigatos, imponiendo nuevas supersticiones ya superadas hace más de un siglo. ¡Anda ve!

Simón anduvo varias cuadras cabizbajo escuchando al impertinente Alter, con su dejo burlón entremezclado con risitas cínicas.

Tienes razón desgraciado viejo. –Le musitó. – Si los visito no seré bien recibido. No me dejarán ni tocar a los niños y al imbécil de mi hijo lo tienen idiotizado con aquello de que esa es la verdadera religión judía. Si al menos hubiera tenido curiosidad por conocer algo de la historia y de cómo se fueron gestando nuestras creencias podría reaccionar. Pero se dedicó a su carrera de administrador de empresas, en la que tantas esperanzas deposité.

Pero no, no se ocupó de nada más. Hasta que llegaron “los cuervos” y se lo llevaron al otro lado de la frontera con el cuento de la religión, porque México no es suficientemente Kosher.

Las risitas de Alter se transformaron en una sonora carcajada.

Simón siguió caminando, confuso, con la mente en blanco. Solo escuchaba las risitas de Alter, sin poder verlo, se lo imaginaba relamiéndose de gusto, pero ¿Por qué? ¿Qué ganaba? ¿Qué pretendía?

Alter volvió a hablar:

Adina, te podrá dar hasta una docena de nietos pero no te dejará ni mirarlos. Recuerda las dificultades que puso para que le pusieras el nombre de tu difunto padre a uno de ellos. Al final, accedió a ponerle Moisés cuando encontró un pariente suyo difunto con ese nombre.

Comentó riendo y como para darle la puntilla y rematarlo comentó:

– Mejor ve a visitar a David que anda enculado con su gringuita. ¿A ver si tu hijito te dedica media hora?

Simón estaba furioso con Alter y totalmente decaído. Su Yo Amoroso que había resurgido, estaba casi abatido. Cerró los ojos. No sabía qué hacer. Nunca antes había sido enfrentado de esa manera con su familia. Sus ocupaciones absorbían toda su atención. Ahora, los fantasmas estaban desatados.

 

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KOSHER.- Ritualmente confiable, de acuerdo a la interpretación rabínica.