“Seguimos caminando. Después de unos minutos oímos los disparos,” relata Miriam Eshel, sobreviviente del campo de exterminio de Auschwitz, que perdió a toda su familia en el Holocausto y sufrió las marchas de la muerte.

El presidente Reuven Rivlin y su esposa Nejama recibieron a Miriam Eshel de 87 años, quien relató sus memorias de pequeña niña solitaria que luchaba por sobrevivir a los horrores del régimen nazi.

Eshel agradeció al presidente por la recepción, aunque lamentó el hecho de que ningún miembro de su familia pudiera recibir el mismo honor.

“Ahora, por desgracia, debo entristecerlo un poco, quédese conmigo, porque ésta es nuestra vida”, dijo.

Eshel comenzó a contar la historia de cómo ella y su familia fueron expulsados de su casa por los nazis.

“Oímos que llamaban a nuestra puerta: “¡Raus, Raus! gritaban a todos que salieran”.

“Me resguardé en mi madre, pero de nada sirvió. Ellos entraron, nos sujetaron y nos tiraron. ¡Raus, Hund!”

“Yo pregunté: ‘¿Cómo nos llamó? ¿Perros?’ Ella me detuvo, ‘No hables, no hables'”.

“Entonces nos condujeron a un tren, y nos fuimos, no recuerdo por cuánto tiempo, pero recuerdo que se detuvo repentinamente y nos bajamos. Mi abuelo y mi abuela habían desaparecido, no encontraba a mis hermanas. Era sólo una pequeña niña, aferrada a su madre”.

“Y así continuamos. ¿ Hacia dónde? Hacia Mengele.

“No sabía quién era Mengele, pero pronto me enteré. Nos llevaron a él. Se sentó rodeado de policías nazis. Si no escuchábamos lo que decía, la policía nos ayudaba a hacerlo, con un palo, una bayoneta, lo que tenían en sus manos”.

“Los niños fueron transportados en automóviles a los bosques cercanos, donde excavaron pozos y los enterraron vivos. Muy pronto me dijeron que no debía preocuparme, que tenía que ser fuerte. Me dijeron que mi madre ya no sufre más. Se habían encargado de ella y del resto de la familia”.

“Esperaba que llegara mi turno ¿Por qué seguir llorando? Quería que llegara el mañana, en el que ya no tendría que llorar más”.

“Recuerdo que un día nos trajeron la sopa, mezclada con todo tipo de cosas que no reconocí. Recuerdo haberla tomado y notaba un dedo adentro, un dedo grande, de una mano. ¿Cómo podía comer esto? Me dijeron que lo quitara del plato y siguiera comiendo”.

Eshel fue llevada a las marchas de la muerte. “Había lugares donde la gente tiraba pedazos de pan por las ventanas, pero no nos dejaban tomarlos. Si alguien lo hacía era fusilado”.

“De pronto, alguien sacó un carro que podía ser conducido en la nieve. Dos niñas lo tomaron para su madre que no podía caminar y comenzaron a empujarla. Traté de ayudar, pero después de un tiempo apenas podía conmigo misma”.

“Les dije: ‘Lo siento queridas, lo siento, pero no puedo continuar, me miraron exhaustas y me dijeron: ‘Tampoco nosotras podemos’. Así condenamos a su madre a muerte”.

“Seguimos caminando y después de unos momentos escuchamos los disparos”.

Pasando la memoria

El presidente Rivlin dijo que cuando era joven, “todos los niños en Israel eran conscientes del Holocausto, todos vimos los tatuajes marcados en sus brazos, un testimonio incuestionable de los horrores de lo que había sucedido, de los actos inimaginables e inhumanos perpetrados por los nazis”.

“Nuestra necesidad hoy de transmitir nuestro conocimiento a nuestros hijos es casi inconmensurable. Aquí, la nacionalidad se encuentra con la humanidad. Su historia es la historia de Israel y la de su fundación”.

“Tras el doloroso testimonio de Miriam, me da vergüenza decir lo que significa el Holocausto para mi. Y creo que sólo después del juicio de Adolf Eichmann se permitieron hablar de lo que sucedió,” agregó Nejama Rivlin.

“Su testimonio, así cómo es importante para la juventud de hoy, en mi opinión es esencial para todos los alemanes. Peor que el ser fusilado fue la deshumanización que experimentó a través del tiempo,” apuntó.

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