El escritor israelí, que participará en la próxima Feria del Libro de Buenos Aires, dice que “escribir es una liberación del deber” y que la paternidad cambió su literatura: “Ser padre es mediar entre tu hijo y el mundo”

No es fácil arreglar una entrevista a distancia con Etgar Keret, el escritor más popular entre la juventud israelí y que ya ha traspasado largamente la frontera de su país: fue traducido a dieciséis idiomas y, a través de la editorial Sexto Piso y de la 43a Feria Internacional del Libro, que abre sus puertas el jueves próximo, llegará a nuestro país en estos días. Nada menos que seis horas separan el huso horario porteño del de Tel Aviv, la ciudad en la que Keret nació y en la que todavía vive; para colmo de males, el primer horario que propuse, sin pensarlo demasiado, fue un viernes al mediodía. Si lo hubiera meditado dos minutos, hubiera podido anticipar la respuesta: en Israel, más allá de los compromisos y creencias religiosas personales, la cena de Shabat es un momento para compartir con la gente que uno quiere, un regalo que se toma en serio hasta el mayor de los escépticos.

Pero valía la pena seguir buscando, porque aunque en la Argentina su nombre apenas nos suene, Keret es un autor interesantísimo. Además de ser un escritor masivo, goza del beneplácito de la crítica especializada, como escritor y también como guionista y director de cine y televisión: como escritor ha recibido el Book Publishers Association’s Prize y como director de cine, la Cámara de Oro a la Mejor Opera Prima en el Festival de Cannes.

A Buenos Aires -donde hace varios años se publicó El chofer que quería ser Dios– acaban de llegar dos libros suyos, ambos por la editorial Sexto Piso, que son una excelente puerta de entrada a su universo: De repente un golpe en la puerta es una colección de cuentos en los que la actualidad israelí (los atentados, el servicio militar obligatorio y los matrimonios falsos para zafarse de él, entre otras realidades de las que aquí sabemos poco) se entremezclan a veces con elementos fantásticos y otras con historias pequeñas, cotidianas y entrañables que acortan la distancia entre nuestro mundo y el que habita Keret.

El otro libro es Los siete años de abundancia, una colección de ensayos personales dulcísimos que comienza con el nacimiento de su hijo y termina con la muerte de su padre, sobreviviente del Holocausto. Nos quedaremos esperando la traducción del resto de sus libros, tal vez muy especialmente la de Gaza Blues, una colaboración con el escritor palestino Samir El-Youssef publicada en Londres en 2004. Mientras tanto, finalmente, logramos conocerlo.

Usted vive en Israel y escribe sobre los problemas actuales de Israel, la realidad actual del país. Sin embargo, es interesante que en su literatura parece escribir desde una perspectiva híbrida, con un pie adentro y un pie afuera. A veces suena casi como un norteamericano que está de vacaciones en Israel, y al mismo tiempo la comprensión profunda que tiene del país es distintivamente local.

Mis padres fueron judíos de la diáspora. Siento que en algunos aspectos la perspectiva del judío de la diáspora fue siempre la de un “insider/outsider”. El hecho de que un judío de la diáspora siempre sostiene dos identidades simultáneas, su identidad nacional y su identidad judía, es una clave para entender la creatividad judía. Einstein, Freud, Marx y otros fueron capaces de aprender sus disciplinas desde adentro y, al mismo tiempo, cuestionarlas desde afuera.

Este constante pensamiento bifaz es muy típico del judío de la diáspora y es también el mecanismo principal de acción del humor judío: cuando Woody Allen hace un chiste sobre su madre o su padre está jugando a esta dinámica del adentro/afuera respecto de su familia: ama a sus padres pero al mismo tiempo es capaz de percibirlos desde afuera. Creo que este pensamiento bifaz es algo que también existe dentro de mí, y lo veo como una bendición y como una carga. A veces solamente estar en una misma habitación con dos personas me hace sentir una minoría, y hay momentos en que no puedo evitar verme a mí mismo como un judío que vive en la diáspora (a pesar de que vivo en Israel), al estar apasionadamente conectado con mi país y al mismo tiempo siendo crítico de él.

El humor es un elemento muy presente en su escritura. Me recordó a Ephraim Kishon (célebre escritor, dramaturgo y guionista israelí, nacido en Hungría en 1924, sobreviviente de campos de concentración y luego radicado en Israel), pero Kishon perteneció a un Israel muy diferente. El humor es importante en la tradición judía, ¿pero hasta qué punto lo es en Israel hoy?

Kishon también fue un judío de la diáspora. Gran parte de su humor viene del hecho de que él nunca sintió que comprendiera auténticamente la realidad israelí. Creo que la diferencia principal entre Kishon y yo es que uno de los objetivos conscientes de Kishon al escribir era hacer reír a la gente. En mi escritura, el humor es un efecto colateral no planeado y totalmente incontrolable. Hace unos meses nada más, estaba en casa con mi hijo y él me pidió que hiciera “algo gracioso”. Le dije que no podía y cuando preguntó por qué contesté: “Porque está todo bien. Si algo se incendia o vuelco el café, te garantizo que sería gracioso”.

El humor para mí es como el airbag de un auto: se presenta solamente cuando algo no planificado aparece en el camino. Dado que escribir, al menos como yo lo entiendo, es siempre algo sorprendente y emocional, el humor puede aparecer constantemente en mi escritura pero nunca es algo controlado y en realidad emerge cuando estoy intentando lidiar con alguna otra cuestión emocional o existencial.

Mencionó a su hijo, y me recuerda algo que me había anotado para preguntarle. La paternidad parece ser una experiencia importante en su escritura. Su hijo es una presencia constante, por ejemplo, en Los siete años de abundancia, y creo que eso es interesante. Leemos mucho sobre la experiencia de ser madre pero no tanto sobre la de ser padre. ¿El nacimiento de su hijo cambió su forma de pensar y de escribir, de algún modo y, tal vez, su relación con el mundo y en particular con Israel?

La paternidad, de hecho, me ha cambiado. Antes de ser padre no estaba demasiado involucrado políticamente. Instintivamente, creo que siempre estuve mucho más interesado en el presente que en el futuro, pero convertirte en padre te hace empezar a pensar constantemente en el futuro, porque no podés evitar pensar en tu hijo creciendo y sentir curiosidad sobre el mundo que le tocará; también es inevitable tener una especie de deseo paternal quijotesco de hacer un mundo mejor para él.

Es extraño pero las relaciones padre-hijo siempre fueron un tema de peso en mi escritura, pero sucede que antes de que mi hijo naciera yo siempre escribía las historias desde la perspectiva del hijo, y desde que él nació, todas las historias que se meten con asuntos familiares las empecé a escribir desde el punto de vista del padre. Creo que cuando sos padre te convertís en una especie de enlace, de mediación entre tu hijo y el mundo, y esa posición te fuerza de algún modo a ser más positivo. No querés explicarle a tu hijo, cuando le toque experimentar la injusticia, que el mundo es horrible: querés decirle que las cosas pueden ser mejores. Y la única forma de que tu hijo te crea eso es que vos realmente creas que el mundo puede mejorar.

¿Siente algún tipo de responsabilidad de mostrar la realidad de lo que sucede en Israel? ¿Su escritura tiene origen en un sentido del deber o, al menos, en una voluntad de documentar estos tiempos?

Para mí escribir es, en realidad, una liberación del sentido del deber. Como soy hijo de sobrevivientes del Holocausto, siempre he tenido un sentido del deber muy desarrollado. De chico siempre intentaba portarme bien y no sumar ni una gota de tristeza al sufrimiento de mis padres, que ya era suficientemente enorme. El gran descubrimiento al que me llevó la escritura fue que cuando estás lidiando con personajes ficcionales que viven en un mundo ficcional no tenés que tomar en consideración sus emociones ni sus sentimientos, ni siquiera su integridad física, porque no son personas reales. De modo que en el mundo de la escritura podés golpear a las personas que te caen mal o acostarte con la mujer de tu mejor amigo, sabiendo que no hay daños colaterales.

Esto hace que para mí escribir funcione como una especie de confesionario, en el que puedo exponer mis emociones más profundas y más escondidas, y también como un laboratorio en el que puedo examinarlas. Mi esposa me dijo una vez que le molestaba que escribiera tantas historias sobre hombres que engañan a sus mujeres, y yo le contesté que creo que es mucho más saludable para nuestra vida familiar que yo escriba historias sobre maridos infieles y le sea fiel que a la inversa. Si me atrae una mujer, puedo o bien intentar satisfacer ese deseo en la vida real, o bien reprimirlo, o bien escribir un cuento sobre eso. De esas tres opciones, creo que la mejor es la tercera.

Además de escritor, usted es director y guionista de cine y televisión. ¿Cree que hoy el cine, la televisión y la literatura están relacionados? La literatura parece ser un poco la pariente más antigua de la familia y aquella a la que más le cuesta demostrar su relevancia a la hora de contar historias en el mainstream.

Siempre me interesaron todos los medios que me permitieran contar una historia. Siento que experimentar con diferentes medios te enseña mucho, porque cada medio enfatiza, permite y excluye diferentes aspectos de la narración. Antes de dirigir películas, por ejemplo, yo no pensaba demasiado en las posiciones físicas de mis personajes en una habitación, si estaban sentados o parados, si estaban de frente o de espaldas a la persona con la que estaban conversando: sólo me interesaba el contenido del diálogo. Trabajar en cine me enseñó la importancia de las posiciones de mis personajes en el espacio, y es una lección que pude integrar también a mi escritura.

Me gustan todos los medios en los que trabajo, pero lo que hace que escribir libros sea más mágico es que deja mucho a la imaginación del lector, convirtiendo al autor y al lector en verdaderos colaboradores. Y convirtiendo cada historia que escribiste alguna vez en mil historias diferentes, porque cada lectura hecha por una conciencia diferente produce un mundo ficcional distinto.

Esto se da también en el cine y en la televisión pero de manera mucho más limitada; creo que en ellos el espectador es más pasivo, al no tener la libertad de imaginar a los personajes, sus voces o incluso el ritmo al que los acontecimientos se suceden a su antojo. Amo hacer cine y el aspecto colaborativo que tiene, me permite crear en conjunto con muchas mentes muy talentosas (cineastas, actores, músicos, etcétera), pero si me obligaran a elegir entre escribir libros y hacer películas me quedaría con los libros. Dicho esto, estoy realmente agradecido de poder hacer las dos cosas.

¿Cuáles son sus influencias? ¿Se identifica con alguna corriente de autores contemporáneos?

Hay escritores de los que he aprendido muchísimo: Kafka, Vonnegut o Borges, por nombrar sólo a unos pocos. Siento que cada vez que leo un libro de un gran escritor me dan ganas de sentarme a escribir y cada vez que leo un libro de un mal autor tengo ganas de cambiar de profesión. Entre los contemporáneos, siento una gran afinidad con la nueva generación de escritores norteamericanos judíos. Autores como Jonathan Safran Foer, Nathan Englander y Gary Shteyngart parecen estar lidiando con muchos de los mismos problemas de identidad con los que yo convivo en Israel, y leerlos no fue para mí solamente una lección de escritura sino también de pensamiento. Incluso me ayudó a comprender mejor mis añoranzas y mis miedos…

Para terminar: ¿qué está leyendo por estos días?

Me avergüenza admitirlo pero, actualmente, no estoy leyendo nada. No estoy siempre escribiendo pero cuando escribo el hambre constante que suelo tener por leer nuevos libros tiende a desaparecer. Siento que vivir en el mundo “real” nunca fue suficiente para mí; siempre necesité un mundo imaginario, que los libros de ficción me han garantizado desde la infancia. Pero, por alguna razón, cuando escribo ya estoy instalado en ese mundo imaginario, el que estoy creando en ese momento para mí, y esa necesidad entonces desaparece.

Etgar Keret nació en Tel Aviv en 1967. Escritor y cineasta, comenzó a escribir en 1992 y desde entonces fue traducido a dieciséis idiomas, ganó varios premios y se convirtió en el escritor más popular entre la juventud israelí. Al país acaban de llegar Los siete años de abundancia y De repente un golpe en la puerta (Sexto Piso)

Fuente: Comité Central Israelita de Uruguay