La creciente ignorancia sobre lo que fue el Holocausto ha obligado a los museos a buscar nuevas formas de transmitir las implicancias del genocidio de seis millones de judíos.

NINA SIEGEL

“¿Era alguien que escondía judíos?”, arriesga la adolescente Aleatha Hinds, de 17 años, mientras hace fila durante más de dos horas para ingresar a un museo dedicado a Ana Frank, la chica mundialmente famosa por el diario que escribió durante los 25 meses que pasó escondida junto a su familia en un anexo secreto de su casa de Amsterdam, durante la Segunda Guerra Mundial.

“¡Pero no!”, se apuran a responder varios de sus compañeros de 4° y 5° año de la escuela secundaria St. Charles, de la ciudad de Ontario. “¡Ella era judía!”, la corrigen todos, al unísono.

“Estaba escondida en la fábrica del padre”, dice Eric LeBreton, de 16 años. “Los nazis buscaban a todos los judíos porque Hitler quería hacer un genocidio”, se escucha como tambaleante explicación en boca del muchacho.

Con un público que creció exponencialmente del millón de visitantes de 2010 a los más de 1.3 millones por año actuales, la Casa de Ana Frank ha empezado a tomar real conciencia de las dimensiones de su popularidad. Sin embargo, muchos de los visitantes jóvenes y de los extranjeros que concurren en masa al museo no tienen demasiado conocimiento del Holocausto o incluso no saben quién fue Ana Frank.

El museo –así como otros dedicados a la historia judía– está buscando nuevas formas de enfrentar el creciente desconocimiento sobre la segunda Guerra mundial y el genocidio que se cobró la vida de seis millones de judíos en Europa, esfuerzos que toman mayor relevancia a medida que los incidentes antisemitas se intensifican en todas partes de Europa y Estados Unidos.

“Hemos descubierto que a medida que la Segunda Guerra se aleja en el tiempo de nosotros, y sobre todo de los jóvenes y de las personas que viven fuera de Europa, nuestros visitantes no siempre tienen conocimientos previos suficientes para entender realmente lo que significaron Ana Frank y el resto de la gente que se escondía aquí”, manifiesta la directora del museo, Garance Reus-Deelder.

Sara J. Bloomfield, directora del museo memorial del Holocausto de estados Unidos, con sede en Washington, dice que reciben la visita de más de 500.000 estudiantes al año, pero que “captar y mantener su atención es cada vez más difícil”. El museo ha reforzado el énfasis en las anécdotas e ideas personales –además de los hechos concretos–, con la esperanza de estimular a los jóvenes.

La tecnología también juega un papel importante, dada su popularidad entre los jóvenes, “pero su efectividad debe demostrarse generando compromiso y aprendizaje”, dice Bloomfield. “el esfuerzo para que la tecnología sea relevante también puede conducir a una trivialización de la historia”, advierte Bloomfield.

Según algunos expertos, una tendencia preocupante es que los museos abocados al tema del Holocausto han cambiado su foco de atención, de los detalles históricos hacia una “cultura memorial”, en palabras de Timothy Snyder, historiador de la Universidad de Yale y eminencia norteamericana en estudios de la segunda Guerra mundial y el Holocausto.

“La mayoría de la gente de buena voluntad cree que por supuesto hay que recordar el Holocausto –dice Snyder–. Pero el nivel de conocimiento histórico sobre el Holocausto que tiene la gente en general no es muy alto. Entonces, recordar se convierte en una especie de círculo vicioso: si bien recuerdan acordarse, no se acuerdan de qué deberían recordar.”

Revisionismo y negacionismo

Los museos que preservan y presentan la verdad también enfrentan el embate de los revisionistas y negacionistas del Holocausto, cada vez más activos en Internet y las redes sociales, que confunden a la gente justo en tiempos en que los relatos de primera mano del Holocausto empiezan a escasear.

“A medida que la generación de los sobrevivientes va desapareciendo, los museos relacionados con el Holocausto buscan una nueva narrativa –dice Emile Schrijver, director del Barrio Cultural Judío de Amsterdam, que incluye el Museo Judío y el nuevo Museo Nacional Holandés del Holocausto–. Mucha de la información que nosotros brindamos tiene la fuerza de provenir de personas que lo vivieron.”

Mientras tanto, en estados Unidos se vive un auge de ataques contra cementerios judíos, pintadas con esvásticas nazis en las paredes de las escuelas y más de 150 amenazas de bomba contra centros comunitarios y escuelas judías, así como sinagogas, según la Liga Antidifamación, cuyas autoridades también han sido blanco de amenazas y ataques.

En Europa, los ataques contra escuelas judías y almacenes kosher que se producen en Francia son ejemplos de una escalada que ya lleva una década y que incluye incidentes antisemitas en Alemania, Gran Bretaña y otros países del continente.

Léontine Meijer van Mensch, directora de programas del Museo Judío de Berlín, dedicado a toda la historia del pueblo judío, incluido el Holocausto, dice que una encuesta realizada entre los visitantes en el año 2016 reveló que la gente “quiere saber o saber más sobre el Holocausto”.

El museo ha invertido más de 19 millones de dólares en una remodelación de su exhibición permanente, que estará lista en el año 2019. Para empezar, el nuevo recorrido brindará un mejor panorama del ascenso de los nazis al poder en Alemania y prestará más atención a la “perspectiva interna de los propios judíos alemanes” que intentaban lidiar con el nacionalsocialismo.

“Me gustaría que fuésemos una institución relevante que también toma postura”, dice Van Mensch.

Más contexto de época

Para la Casa de Ana Frank, los desafíos son a la vez históricos y prácticos: cómo hacer espacio y lograr interesar a la oleada de turistas que hacen filas cada vez más largas para explorar el museo, con su minúsculo y atiborrado altillo.

A principios del mes pasado, el museo anunció la expansión en un 20% de sus instalaciones educativas y la entrada para visitantes, el rediseño del ingreso a las salas y la ampliación de la muestra, para brindar un contexto histórico más amplio. El proyecto costará más de 10 millones de dólares, su ejecución durará dos años, pero el museo permanecerá de todos modos abierto.

La primera etapa del rediseño ya arrancó, cuando los curadores instalaron un video introductorio en el punto de inicio del recorrido de la muestra. El video vuelve sobre la información básica, explica que Ana Frank nació en Alemania y que su familia huyó a Amsterdam cuando Ana tenía 4 años, tras el triunfo del Partido Nacionalsocialista.

“Alemania se convirtió en una dictadura antisemita en la que los opositores temían por sus vidas y los judíos eran perseguidos sistemáticamente –explica el narrador del video–. El líder de los nazis era Adolf Hitler.”

En la siguiente sala de la muestra, en un nuevo exhibidor pueden verse las medidas contra los judíos que implementó la ocupación nazi en Amsterdam en 1941, para profundizar la comprensión del alcance de la persecución. Un panel de fotos, por ejemplo, sigue el rastro de los años de escuela de Ana en Amsterdam, donde asistió a la escuela pública Montessori hasta 1941, cuando la ocupación nazi obligó a que todos los niños judíos fuesen inscriptos en escuelas exclusivas para judíos.

Cuando esté concluida la segunda etapa del rediseño, el museo presentará un prólogo más sustancioso de la historia de Ana, con información histórica sobre los años de 1923 a 1940; detallará su vida –y la historia europea– antes de que la familia Frank tuviera que ocultarse.

“Ana Frank se convirtió en una especie de imagen de póster que representa la esperanza y las ganas de vivir, cuando en realidad su historia es sumamente trágica –dice Tom Brink, jefe de publicaciones y presentaciones de la Casa de Ana Frank, quien también supervisa el rediseño de la exhibición permanente–. Queremos equilibrar un poco más la historia, para que haya más información sobre el contexto de la época, pero sin desdibujar la experiencia personal.”

Liebe Geft, directora del Museo de la Tolerancia, en Los Ángeles, dice que la historia de Ana “ha sido romantizada y distorsionada de muchas maneras”, y que para educar a los jóvenes es imprescindible situar su relato de vida dentro del contexto histórico más amplio.

“El regalo que nos hizo Ana con su diario es notable, y a través de su simplicidad y su naturalidad encontramos la manera de conectarnos con esa adolescente cuyas preguntas y desafíos son tan relevantes hoy como lo fueron siempre –sostiene Geft–. Si uno compara la normalidad que se desprende del contenido literario con la locura de aquel mundo asolado por la maldad y el odio, el legado de su diario y sus ensayos es una lección eterna para enfrentar el antisemitismo, para denunciar el odio y la injusticia y para alzar la voz contra la persecución.”

Salvada de la demolición después de la guerra por Otto Frank, padre de Ana, y otros conservacionistas que crearon una fundación para protegerla, el antiguo refugio de la familia dentro de la casa situada en el número 263 de la calle Prinsengracht abrió sus puertas como museo en 1960.

El anexo donde se ocultó la familia, con su empapelado descolorido y los recortes de diarios que hacía Ana todavía pegados en las paredes, conservará el mismo aspecto que tiene desde la posguerra y no será tocado. El lugar puede recibir apenas 300 o 400 visitantes por hora, lo que genera largas filas de espera, que ya se han convertido en un rasgo más de la plaza junto a la iglesia de Westermarkt.

El museo ha modificado su política para que durante la mañana y las primeras horas de la tarde sólo puedan ingresar los visitantes que adquieren sus entradas por Internet, y en las últimas horas de la tarde se forman las filas de gente que no compró la entrada por anticipado. Tal vez esos esfuerzos no logren reducir significativamente los tiempos de espera, pero podrían aliviar la congestión de público en el interior del edificio y las filas frente al edificio.

Por el momento, las filas siguen dando vuelta la esquina. El grupo de universitarios estadounidenses que espera justo detrás de los secundarios canadienses de Ontario parece saber mucho de la Segunda Guerra Mundial. Todos han leído El diario de Ana Frank y dicen que si bien contar con más contexto histórico puede ser útil para algunos visitantes del museo, a ellos en particular les parece importante que el foco siga estando en el mensaje de optimismo legado por Ana.

“Lo más sorprendente es que haya escrito textos llenos de esperanza en épocas tan oscuras”, dice Michaela Gawley, de 20 años, estudiante de la Universidad Brandeis, en Nueva York.

“En mi opinión, Estados Unidos enfrenta tiempos oscuros”, agrega Gawley, que es judía. “No perder la esperanza y la fe en la bondad del ser humano… –dice la joven antes de una larga pausa–. Es muy difícil.”

 

 

Fuente:cciu.org.uy