Enlace Judío México.- El “moderado” Rouhani ha hecho demasiado fácil que los funcionarios estadounidenses se engañen.

REUEL MARC GERECHT

En Washington hay un consenso de que la reelección del presidente iraní, Hassan Rouhani, es en el mejor interés de Estados Unidos. La mayoría encuentra al clérigo autoproclamado pragmático, quien defendió el acuerdo nuclear del 2015, una opción menos amenazante que su oponente de “línea dura” Ebrahim Raisi, quien se rumora es el candidato preferido del Líder Supremo, Ayatola Ali Khamenei.

Pero una victoria para Rouhani, quien parece destinado a ganar a menos que Khamenei falsifique la elección en favor de Raisi, sería el peor resultado posible.

Mejor que cualquiera, Rouhani puede alinear a las facciones de Irán en cuestiones importantes de política exterior. Dicho de otra manera, él es capaz, en forma única, de fortificar la teocracia.

Rouhani y el líder supremo retroceden. Ellos trabajaron juntos después de la revolución de 1979 para purgar al ejército iraní. Rouhani es también un padre fundador del temido ministerio iraní de inteligencia. Él se puso del lado del líder supremo en la represión brutal del Movimiento Verde pro-democracia en los años 2009-10, la que fue probablemente la época más peligrosa para el régimen clerical desde la invasión de Saddam Hussein en 1980.

A pesar de la pelea de décadas entre él y los pretorianos de Khamenei, el Cuerpo de la Guardia Revolucionaria, Rouhani ha tratado de mantener relaciones amistosas con los oficiales principales, incluido el Gen. de División Qasem Soleimani, el jefe de la Fuerza Qods expedicionaria y el comandante general de las milicias chiíes extranjeras desplegadas en Siria e Irak. Rouhani es un partidario tan ardiente del nuevo imperialismo chií de Irán como lo es el Gen. Soleimani.

El líder supremo permitió a Rouhani presentarse y ganar la elección presidencial en el 2013 porque tenía confianza en que él mantendría el disenso bajo, ya sea a través de la cooptación o de la opresión. Aunque Rouhani ha dado a entender que quisiera liberar a los líderes del Movimiento Verde, Mir-Hosein Mousavi y Mehdi Karroubi, del arresto domiciliario, ha evitado el tema mientras estuvo en el cargo. La preferencia del líder supremo por un estado policíaco muscular no preocupa mucho al presidente, aunque Rouhani preferiría ciertamente un uso más selectivo y menos destructivo de los métodos duros.

La gran diferencia de Rouhani con el líder supremo ha sido por economía. El presidente ha sido durante mucho tiempo un defensor de la inversión occidental. Él ha sido explícito en su deseo de oponer a Europa y Estados Unidos, y de utilizar a los empresarios occidentales como lobistas contra las sanciones renovadas. Ha sido ayudado hábilmente en este esfuerzo por Javad Zarif, uno de los ministros del exterior más talentosos, pulidos y mendaces que ha desplegado jamás la República Islámica.

Rouhani parece creer que el régimen puede implementar una versión del éxito de China continental. El autoritarismo islámico puede usar dinero extranjero en un sistema más capitalista para fortalecer al estado económicamente y militarmente. Claramente él no cree que la inversión occidental engendre necesariamente sedición. Para él, teocracia y capitalismo estatal no son mutuamente excluyentes.

Khamenei respaldó la última gran ola de inversión extranjera en Irán, en la década de 1990. A medida que su propio poder ha crecido, él se ha vuelto temeroso del nexo entre economía y cultura. Aunque respaldó el plan de Rouhani en el 2013 para un acuerdo nuclear que pone restricciones temporales sobre las aspiraciones atómicas del régimen a cambio de alivio de las sanciones, su temor a influencias extranjeras insidiosas ha hecho metástasis. No obstante, él continúa respaldando el acuerdo nuclear y el comercio con los europeos.

La élite gobernante de Irán fue purgada después del casi cataclismo de la elección presidencial del 2009. Los que están en el poder tienen visiones mundiales, especialmente sobre la proyección del poder iraní en el exterior, que están más o menos en sintonía. Lo que las une—miedo al populismo anticlerical, a la élite occidentalizada educada en universidades, y al poder estadounidense—es probablemente más grande que lo que las divide. Aunque la fobia de Khamenei, de 77 años, a la cultura occidental y la ansiedad por su sucesor pueden bien convencerlo de arrojar la elección a Raisi.

Debe ser claro que Washington no está mejor con una República Islámica más poderosa, el objetivo final de Rouhani. El presupuesto de los Guardias Revolucionarios está aumentando 24% este año. Aunque está atrayendo enormemente a empresarios y políticos occidentales, el argumento de moderación que promovió el Presidente Obama durante las conversaciones nucleares no es fuerte históricamente. El mentor de Rouhani, el Presidente Ali Akbar Hashemi Rafsanjani, abrió la economía de Irán a la inversión occidental en la década de 1990 mientras impulsaba también el apoyo de Irán al terrorismo. Como señaló Maxime Rodinson, el renombrado historiador francés marxista, el despotismo islámico y el capitalismo pueden coexistir.

Washington estaría mucho mejor si un “político de línea dura” ganara la disputa presidencial. Haría más difícil que el Congreso y la administración Trump se engañen acerca de las intenciones de Irán. Aumentaría la distancia entre el pueblo iraní y sus señores, mejorando las posibilidades que los Guardias Revolucionarios, quienes no tuvieron dificultades tiroteando a los manifestantes en el 2009, se astillaran.

La oposición a la dictadura clerical estallará nuevamente—cuanto antes, mejor, dadas las restricciones temporales del acuerdo nuclear. La promesa de Rouhani es una ilusión para aquellos cansados del Medio Oriente. Como un espejismo en el borde del desierto, este mula atrae a los tontos.

 

Marc Gerecht, un ex oficial de objetivos iraníes en la CIA, es miembro principal en la Fundación para la Defensa de las Democracias.

 

Fuente: The Wall Street Journal
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México