Cuando el ISIS atentó en la Sala Bataclan de París en noviembre de 2015, lo hizo porque, con sus propias palabras, era “donde se juntaban cientos de paganos para un concierto de prostitución y vicio”. Un año antes, el ISIS había prohibido toda la música como “haram” (prohibido). Muchos académicos islámicos apoyaron la idea de que el islam prohíbe la “pecaminosa” música de Occidente.
JUDITH BERGMAN
Por lo tanto, a nadie debería extrañar que los terroristas islámicos pudiesen atentar en un concierto de la cantante de pop estadounidense Ariana Grande en Mánchester el 22 de mayo. Además, el Departamento de Seguridad Nacional alertó en septiembre del año pasado de que los terroristas estaban centrándose en los conciertos, eventos deportivos y multitudes al aire libre porque en dichos lugares se “buscan ataques sencillos, viables, con énfasis en el impacto económico y un alto número de víctimas”.
El Estado Islámico se atribuyó el atentado suicida de Mánchester, en el que fue detonado un dispositivo mezclado con tornillos y tuercas. Veintidós personas, niños y adultos, fueron asesinadas por la explosión que arrasó parte del recinto de conciertos de Mánchester; más de cincuenta personas resultaron heridas. Aunque los medios describen el uso de bombas con clavos en el hall del recinto como una nueva y sorprendente táctica, en realidad es muy vieja y los terroristas árabes llevan décadas aplicándola contra los israelíes.
Sin embargo, tras enterarse del atentado de Manchester, los políticos transmitieron una vez más su ya vieja rutina de “conmoción” y “dolor” por el predecible resultado de sus propias políticas. Los tópicos de costumbre sobre los “pensamientos y corazones” que están con las víctimas del atentado acompañan al shock profesado.
El presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, tuiteó: “Mi corazón está en Mánchester esta noche. Nuestros pensamientos están con las víctimas”. El líder de los liberal demócratas británicos, Tim Farron, condenó el “estremecedor y horrible” atentado. La secretaria de Interior británica, Amber Rudd, dijo que fue un “incidente trágico”, mientras que el líder del Partido Laborista, Jeremy Corbyn, lo llamó “terrible incidente”. El primer ministro de Canadá, Justin Trudeau, dijo que sus ciudadanos estaban “conmocionados por la noticia del terrible atentado de esta noche en Mánchester”. La más estupefaciente de todos fue la canciller alemana, Angela Merkel, que dijo que estaba siguiendo las noticias de Mánchester “con dolor y espanto” y que el atentado le parecía “incomprensible”.
Después del 11-S en Estados Unidos; de las bombas en los trenes de Madrid, que mataron a casi 200 personas e hirieron a 2000; los ataques en 2005 a la red de transporte de Londres, donde murieron 56 personas y 700 fueron heridas; los atentados de 2015 en París, donde el ISIS mató a 130 personas e hirió a casi 400; los atentados de marzo de 2016 en el aeropuerto y la estación de metro de Bruselas, con 31 muertos y 300 heridos; el ataque de julio de 2016 en Niza, donde 86 personas —incluidos diez niños— fueron asesinadas y más de 200 heridas; el atentado de diciembre de 2016 en Berlín, que mató a 12 personas e hirió a casi 50; el ataque en marzo de 2017 en Westminster, con tres muertos y más de 20 heridos; el atentado de abril de 2017 en Estocolmo, donde murieron 5 personas, incluida una niña de 11 años; por no hablar de los innumerables atentados en Israel, a los líderes occidentales se les han agotado todas las excusas concebibles para estar conmocionados y sorprendidos de que haya terrorismo islámico en sus ciudades con una frecuencia cada vez mayor.
Todos los atentados mencionados arriba son sólo los espectaculares. Ha habido infinidad de atentados más, a veces con un ratio de varios ataques al mes, que apenas llegan a los titulares, como el del musulmán que, hace poco más de un mes, torturó y apuñaló a una judía de 66 años en París y, gritando “Alá Akbar”, la tiró por la ventana; o el atacante del aeropuerto de París que vino en marzo a “morir por Alá” y a cumplir su objetivo sin, milagrosamente, llevarse con él a ningún inocente transeúnte.
Tras la espectacular atrocidad terrorista cometida en Reino Unido, que apuntaba al propio corazón de la civilización democrática europea atacando las cámaras del Parlamento y el Puente de Westminster, la primera ministra británica, Theresa May, dijo: “Es incorrecto describir esto como terrorismo islámico. Es terrorismo islamista y una perversión de una gran religión”.
Es imposible luchar contra lo que te niegas a entender o reconocer, pero, de nuevo, los líderes europeos no parecen tener intención de contraatacar, ya que obviamente han elegido una táctica completamente diferente, en concreto, la del apaciguamiento.
Cada vez que un líder europeo defiende el islam como una gran religión, como “religión de paz” o afirma que la violencia del islam es una “perversión de una gran religión”, a pesar de la multitud de pruebas de lo contrario —los contenidos verdaderamente violentos del Corán y las hadices, que incluyen reiteradas exhortaciones a combatir a los “infieles”— está mandando el mensaje más claro posible a organizaciones como el ISIS, Al Qaeda, Boko Haram, Hezbolá y Hamás de que, con cada devastador atentado, Occidente está listo para ser conquistado. Las organizaciones terroristas y quienes las apoyan perciben el inmenso temor de los líderes europeos a causar siquiera la más ligera ofensa, a pesar de las protestas en sentido contrario de dirigentes como Theresa May.
Al temor lo acompaña un persistente empeño en pretender a cualquier coste —incluso al de las vidas de sus ciudadanos— que Europa no está en guerra, aunque esté deslumbrantemente claro que los otros sí están en guerra con ella.
Estas organizaciones terroristas perciben que, cuando los ministros de países como Suecia, donde, según las informaciones, han vuelto 150 combatientes del ISIS y al parecer campan a sus anchas, proponen la reintegración de los yihadistas del Estado Islámico a la sociedad —¡como solución al terrorismo!— no harán falta muchos esfuerzos para que estos líderes se sometan completamente, como ya casi ha hecho Suecia, ciertamente. Esta “solución” sólo puede actuar sobre los terroristas como invitación a llevar a cabo más terrorismo, como es abrumadoramente obvio por la creciente frecuencia de los ataques terroristas en suelo europeo.
Aunque los políticos europeos, increíblemente, creen que sus tácticas están previniendo el terrorismo, están fortaleciéndolo todo lo posible: los terroristas no reaccionan a la simpatía sincera, los osos de peluche y las vigilias a la luz de las velas. En todo caso, se podría decir que les hace sentir aún más rechazo hacia la sociedad occidental, a la que quieren transformar en un califato regido por la ley islámica de la sharia.
Los políticos parecen perder de vista constantemente la meta islamista del califato. El terrorismo islámico no es “violencia irracional”, sino terrorismo perfectamente calculado para forzar la eventual sumisión de la sociedad que toman como objetivo. Hasta ahora, con Occidente en la inmovilidad y la negación, los terroristas parecen estar ganando.
Fuente:es.gatestoneinstitute.org
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