GABRIEL MORALES SOD

Inmediatamente después de que leyera la notica, supe que así iba a ser. Sin embargo, por un instante, pensé que esta vez por tratarse sólo de una empresa, y no de una acción del gobierno israelí, la reacción sería diferente. Mis esperanzas fueron en vano.

“Dr. (refiriéndose a Lorenzo Meyer, que escribió un su Twitter un comentario sobre el caso de espionaje a periodistas y activistas), el problema es global. Hay grupos de alto poder de origen judaico apoderándose de los gobiernos del mundo y México no es la excepción.”

“Dinero es dinero y eso los judíos lo saben muy bien.” Decidí, a pesar de que sabía que mi intento era fútil, retar a estos usuarios, señalar su antisemitismo; sabía yo que no cambiará sus ideas racistas, sin embargo, tenía curiosidad por saber el origen de éstas, por entender qué tan profundo es el antisemitismo en un sector de la sociedad mexicana. Las respuestas no decepcionaron: “sigues haciéndote el tonto, judío racista”; y en respuesta a mi acusación sobre antisemitismo: “no sólo los judíos son semitas”, “no tengo nada en contra de los musulmanes” (¿y sí de los judíos?). Además, por supuesto, recibí una “cátedra” sobre el nacionalsocialismo y sobre cómo Hitler, en Mein Kampf, explicó cómo los judíos se “adueñan de los medios de producción”.

Éste no ha sido mi primer encuentro con el antisemitismo mexicano. Cada acción del gobierno israelí, cada acción errónea, fraudulenta o negativa de cualquier judío o de cualquiera cuyo apellido parezca judío (Madoff, Woldenberg, Sheinbaum, Levy), genera el mismo tipo de reacciones. El poder de la ideas es implacable. Y los mitos que se formaran en Europa a finales del siglo XIX y principios del XX, que servirían como justificación moral e ideológica del holocausto, han llegado, algunos casi intactos, al México moderno.

La manera explícita y sin remordimientos con que se expresa el antisemitismo en nuestro país es impactante. En Estados Unidos, incluso los grupos neonazis disfrazan su antisemitismo detrás de eufemismos. A diferencia de lo que sucede en Europa y en Estados Unidos, donde el holocausto y la diversidad religiosa son temas centrales en el sistema educativo, en México estos temas, si se tocan, es sólo periféricamente. Para la mayoría de los mexicanos judío es sinónimo de dinero o sinónimo de “opresor”. Si uno tiene suerte judío es aquel ortodoxo que vive en Polanco (a pesar que la población judía mexicana es en su mayoría secular). La ignorancia no justifica el racismo y a estas personas hay que llamarlas por su nombre: antisemitas. Sin embargo debemos pensar más allá. En nuestras escuelas tenemos que empezar a tocar temas de racismo, antisemitismo, diversidad sexual y religiosa. El holocausto y el genocidio deben ser parte de nuestros programas de estudio. El racismo y el antisemitismo existen en un sector muy significativo de la sociedad mexicana, ignorarlos (como está de moda proponer) no es la solución. Enfrentémoslos.

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Fuente: La Razón