Allá por el año 2002, el presidente en ejercicio de Francia, Jacques Chirac, dijo enojado a un entrevistador del New York Times, “Imaginar que Francia, el primer país en reconocer los derechos de los judíos, podría ser antisemita es propaganda, no realidad.”

BENJAMIN WEINTHAL

Quince años después y luego de docenas de ataques contra judíos abarcando desde violencia callejera a secuestro, y a una masacre terrorista en una escuela primaria, mucha gente de Francia, de derecha e izquierda, todavía se cuelga de la negación descarada de Chirac de que el país tiene un problema con el antisemitismo. Eso es especialmente cierto en lo que concierne a los aproximadamente 7 millones de musulmanes que viven allí.

Esa actitud desdeñosa—ese rechazo a reconocer y nombrar al antisemitismo violento que está siendo cultivado activamente en las comunidades musulmanas francesas—no está sólo confinado a la política y medios de comunicación. Está impactando a la policía también.

Caso de ejemplo: el asesinato de Sarah Halimi, una viuda judía ortodoxa de 66 años de edad que vivía sola en un departamento en el barrio tenebroso parisino de Belleville.

Según todos los relatos, Halimi, una doctora y maestra de jardín de niños, era una figura muy amada en la comunidad judía parisina. Sus hijos habían abandonado la modesta casa familiar, pero Halimi eligió permanecer en Belleville. Un día, la hija de Halimi, en una visita a su madre, pasó junto a un vecino que le gritó: “¡Judía sucia!” Su madre confirmó que conocía al vecino y estaba atemorizada por él. Ese vecino era Kobili Traore, un inmigrante de Mali de veinticinco años. Él era presuntamente un traficante y usuario de drogas buscando alguna forma de salvación en el Islam.

En las primeras horas del 4 de abril, Traore irrumpió en el departamento de la Dra. Halimi. Una vez dentro, procedió a golpear a la anciana con ferocidad sádica. Escuchando los gritos de la Dra. Halimi, los vecinos alertaron a la policía, que llegó para escuchar a Traore rugiendo “¡Ala!” y “¡Shaitan!” (Satán) del otro lado de la puerta. Temiendo que estaba en marcha un ataque terrorista islámico, los policías pidieron refuerzos por radio.

Para el momento en que llegaron las unidades antiterroristas, más de dos horas después que comenzó el indecible calvario de la Dra. Halimi, ella estaba muerta. Su cuerpo ensangrentado y fracturado fue arrojado desde la ventana de su departamento del tercer piso.

Traore no tiene registro de enfermedad mental. Se sabe que ha acosado a Halimi y sus parientes. El asesinato de Halimi cargó todo el fervor de un ataque yihadista. Y aun así este ataque monstruoso no está siendo tratado como un crimen de odio. A partir de ahora, si Traore va a juicio, será bajo una acusación de homicidio voluntario, mitigada por los problemas de salud mental que sus abogados afirman que sufre.

No hubo protesta pública por muchas razones, pero quizás la más importante es que la Dra. Halimi fue torturada y asesinada en un momento bastante inconveniente: el clímax de las elecciones presidenciales francesas y el temor generalizado en muchos de los medios de comunicación franceses de que Marine Le Pen del Frente Nacional de extrema derecha emergería victoriosa.

Con estas circunstancias políticas como cobertura, esta historia vergonzosa fue enterrada discretamente por los editores franceses. Ellos temieron que hacer lo contrario impulsaría las perspectivas electorales de Le Pen. La policía continuó investigando un acto de locura y no un crimen salvaje motivado por el eterno odio islámico al pueblo judío.

Sólo después de la derrota de Le Pen a manos de Emmanuel Macron el asesinato de Halimi—y el motivo detrás de él-comenzó a recibir atención más amplia.

 

 

Fuente: Commentary
Traducido por Marcela Lubczanski para Enlace Judío México