MERIDITH KOHUT

CARACAS, Venezuela.- Multitudes de manifestantes enmascarados arrojan piedras, cohetes y cocteles Molotov. Policías y soldados responden con gas lacrimógeno, ráfagas de cañones de agua, balas de goma y perdigones.

Casi todos los días durante más de tres meses, miles de personas han salido a las calles en Venezuela a desahogar su furia hacia el Presidente Nicolás Maduro y su represivo liderazgo. Más de 90 personas han sido asesinadas y más de 3 mil arrestadas.

Tengo nueve años de trabajar como fotoperiodista para The New York Times en Venezuela y durante los últimos dos me he enfocado en el trance que viven los venezolanos y su creciente enojo a medida que desaparecen los alimentos y los medicamentos y se intensifica el autoritarismo de Maduro.

Con frecuencia, ahora inicio mi día tomando un mototaxi y dirigiéndome a las líneas del frente. He llegado a conocer a algunos de los manifestantes habituales, como Tyler, de 22 años, un ex simpatizante del Gobierno que se ha vuelto experto en esquivar balas de goma y perdigones detrás de un improvisado escudo pintado de azul, amarillo y rojo para combinar con la bandera venezolana anudada alrededor de su cuello. Sus ojos se asoman desde una camiseta negra envuelta alrededor del rostro para ocultar su identidad.

Nos sentamos junto a una barricada en llamas durante un momento de calma y me contó sobre su familia. Tyler dijo que combatía debido a la escasez de medicinas que provocó la muerte de su madre, empeoró la hipertensión de su abuela y dejó a su hermanita asmática con dificultades para respirar. Dijo que su familia sólo podía solventar una comida al día, por lo general arroz blanco solo.

“Estamos viviendo con un hambre que nunca habíamos tenido antes”, expresó. “Las cosas ya están realmente feas aquí y ya no lo soportaremos más”.

Tyler se unió a La Resistencia -los manifestantes heterogéneos que dicen que tomar las calles es la única opción que queda.

Cuando tomo fotografías de las líneas del frente, constantemente salto por encima de obstáculos y esquivo proyectiles. Recibí una ráfaga de perdigones en el casco desde una distancia de unos 15 metros que me provocó una contusión. A muchos fotógrafos les ha ido peor. Las fuerzas de seguridad por lo regular van tras los periodistas, golpeándolos y arrestándolos, destrozando o decomisando las cámaras.

A veces los manifestantes secuestran tráileres para bloquear la importante Autopista Francisco Fajardo en Caracas. Han golpeado a soldados y policías capturados y quemado sus motocicletas. Cuando un hombre fue acusado de robar durante una protesta, miembros de la Resistencia lo golpearon y apuñalaron, lo rociaron con gasolina y le prendieron fuego. El hombre, Orlando Figuera, murió días después.

Cuando vehículos militares blindados apuntan cañones de agua para dispersar a los manifestantes, miembros de la Resistencia en ocasiones responden con resorteras gigantes, manejadas por cuatro personas cada una. Sus rondas de artillería son frascos de alimento para bebés llenos de pintura o incluso de excremento humano.

Los manifestantes también improvisan para protegerse. Algunos convierten goggles para nadar y botellas de plástico de soda en mascarillas de gas improvisadas, y crean espinilleras con revistas viejas y cinta plateada.

Otros han ideado blindaje con retazos de alfombras para bloquear las balas de goma y perdigones, letales a quemarropa.

Más de 30 personas han muerto de esta manera, de acuerdo con un conteo realizado por periodistas locales.

“No se burle”, dijo un manifestante sonriendo, cuando se le preguntó por su chaleco de alfombra. “Ya me ha salvado varias veces”.

Sin embargo, Neomar Lander, de 17 años, llevaba uno de ellos cuando murió en las líneas del frente.

Los miembros de La Resistencia por lo general son jóvenes y dicen que no apoyan al Gobierno ni a los políticos de Oposición. Algunos son estudiantes universitarios de clase media que pelean con cámaras adheridas a sus cascos de skateboard para actualizar sus páginas de Instagram.

Jóvenes, viejos, profesionistas y desempleados se unen a plantones y acciones para bloquear las calles.

Durante la Marcha por la Salud, miles de doctores, enfermeras y pacientes protestaron por el afectado sistema de salud pública.

Johan Caldera, amigo de Lander, dijo que estaba incluso más decidido a protestar. “Ahora no tengo miedo, porque ya perdí el miedo que tenía y el respeto por el Ejército”, señaló.

“Los verdaderos soldados de Venezuela usan trapos en el rostro”, dijo. “No usan granadas, usan piedras”.

Wuilly Arteaga, de 23 años, un violinista que se volvió una figura simbólica en las protestas por tocar el himno nacional en las líneas del frente, lloró cuando la Policía le rompió su violín. Los videos de Arteaga llorando se volvieron virales. Fue llevado en avión a Estados Unidos, donde dos músicos famosos, Marc Anthony y Oscarcito, le regalaron un violín nuevo.

Arteaga resultó herido el 22 de julio en enfrentamientos violentos entre fuerzas de seguridad y manifestantes en una marcha en el Tribunal Supremo. “Ni perdigones ni metras (postas) detendrán nuestra lucha por la independencia de Venezuela”, escribió más tarde Arteaga en Twitter. “Mañana regresaré a las calles”.

El Gobierno llama terroristas a los miembros de la Resistencia y ha amenazado con una respuesta militar más potente.

Pero los manifestantes no tienen la mínima intención de rendirse. En la vigilia para Lander, un miembro de la resistencia se puso en cuclillas donde Lander fue asesinado.

Mirando hacia mi cámara, tenía este mensaje para el Presidente: “Mire bien mi cara, porque no tengo miedo”.

Fuente: Reforma/ New York Times