Enlace Judío México.- Mi nombre es Leonardo Cohen. Soy orgullosamente hijo de la comunidad judía de México. Hace 27 años decidí venir a experimentar la posibilidad de vivir como judío en la tierra de Israel. Una de mis principales motivaciones fue el arraigo que tuvo en mí como adolescente la idea sionista. Vi desde entonces como propias las milenarias aspiraciones del pueblo judío a la autodeterminación y soberanía. Quise participar de su cumplimiento, y finalmente me quedé en Israel. Tengo aquí una familia, amigos, un trabajo, una vida cotidiana que disfruto.

LEONARDO COHEN EN EXCLUSIVA PARA ENLACE JUDÍO MÉXICO

Desde mi juventud, antes de llegar a Israel, tenía ideas políticas muy claras con respecto a qué sociedad queríamos construir aquí. Casi siempre estuve inconforme con los resultados. Sin embargo, día tras día me pregunto cómo contribuir a vivir en una realidad de mayor justicia, equidad y dignidad para todos los habitantes de este país. Entre muchos de los temas que me ocupan de la realidad israelí, tiene un lugar importante la relación que tenemos con nuestros vecinos árabes-palestinos, y el destino que nos espera en los próximos años tras medio siglo de ocupación y carencia de derechos civiles para la población palestina que habita al otro lado de la línea verde.

Más allá de mi identificación con una solución negociada que otorgue al pueblo judío y al palestino la posibilidad de dividir la tierra de Israel en dos Estados soberanos, me queda claro que no toda la población del país concuerda con mis ideas. Que así es en la democracia, un día estás en el poder, otro día estás en la oposición, un día tienes mayoría, otro día estás en minoría.

Cuando inmigré a Israel el primer ministro era Itzjak Shamir. Él explicaba abiertamente que no había lugar para dos Estados, y que la tierra de Israel pertenecía única y exclusivamente al pueblo judío. Actuó siempre en función de esos principios con los que yo discrepaba. Luego vino Rabin, que declaró publicamente cuál era su visión y actuó conforme a ello. Fue por eso que fue asesinado.

Después vino Peres, quien trató de mantener la misma línea y, en 1999, Ehud Barak fracasó en su intento por alcanzar la paz definitiva. Le siguió Ariel Sharón, que prometió retirarse de la Franja de Gaza y lo cumplió. Por último, Ehud Olmert expuso a la ciudadanía israelí que trataría de conseguir un acuerdo definitivo para dividir el territorio con los palestinos. Tampoco lo consiguió.

Sé que muchos cínicos piensan que la política es un juego apropiado para gente tramposa, y que es descabellado pedirle a un político que no mienta. Yo creo sin embargo, en la política que se basa en principios, en que la ciudadanía merece escuchar la verdad, pero sobre todo, que merece escucharla cuando se tratan temas que conciernen a la vida y a la muerte de cada uno de nosotros, a las posibilidades de riesgo existencial.

Todos los políticos antes mencionados, dijeron “su verdad.” El único dirigente que aún no nos la ha dicho, tras once años en el poder, es Benjamín Netanyahu. Él ha dicho que está a favor de los dos Estados, y también que en su cadencia nunca se creará un Estado palestino; ha dicho que acepta el principio de la división de la tierra y simultáneamente que Israel pertenece sólo al pueblo judío. Tras más de una década en el poder, realmente no sabemos qué quiere.

Y vuelvo a la política basada en principios. Hace poco leí un breve texto de Etgar Keret en el que narra una discusión entre él y su esposa cuando el hijo de ambos, Lev, tenía sólo tres años. Keret estaba indignado con los comentarios de su mujer: “Hablas como si servir en el ejército fuera un deporte extremo. ¿Qué otra cosa podemos hacer? Vivimos en una parte del mundo en la que nuestras vidas dependen de ello. Así que lo que estás diciendo en realidad es que prefieres que los hijos de otras personas entren en el ejército y sacrifiquen sus vidas, mientras que Lev disfrute de la suya sin correr ningún riesgo ni asumir las obligaciones implicadas en la situación.” La mujer de Keret respondió: “No, lo que digo es que podríamos haber negociado una solución pacífica hace mucho tiempo, y que todavía podemos. Y que nuestros líderes se permiten no hacerlo porque saben que la mayoría de las personas son como tú: no dudarán en poner la vida de sus hijos en las irresponsables manos del gobierno.”

Esas preguntas se hacen hoy los israelíes cuando sus hijos tienen 3 años de edad. Y mi hijo tiene 8. Y en esta realidad y estas estremecedoras discusiones nos encontramos todos. Hemos sabido de guerras, de caídos, de intentos y fracasos por hacer la paz. Pero si los ciudadanos estamos dispuestos a discutir estos temas, a considerar el enrolamiento de nuestros hijos, al riesgo de una guerra y, en el escenario más atroz, a sufrir una terrible pérdida, ¿no merecemos al menos saber a nombre de qué? Más allá de acuerdos y desacuerdos todos los primeros ministros de Israel explicaron cuál era el costo de la política que ejercían. Pero Netanyahu nos dice una cosa y lo contrario. Si entregamos a nuestros hijos al servicio militar, no sabemos ni sabremos, a nombre de qué peligrarán sus vidas.

Netanyahu ha mentido a la ciudadanía permanente y sistemáticamente, empleando siempre la misma estrategia para conservar el poder: incitar a un sector de la sociedad contra el otro. Ve enemigos en todos lados, en los medios de comunicación, en las ONGs, en la academia. Como si no fuera suficiente tener el respaldo de una mayoría, se ocupa siempre de instigar contra las minorías. Se presenta en el sur de Tel Aviv para despotricar contra los solicitantes de asilo africanos, y recibir a cambio el afecto del resto de los habitantes que viven en precarias situaciones. Soluciones, mientras tanto, no hay. Su lista de actos y sentencias que promueven una visión de Estado autoritario es larga. Ha acusado a los israelies de izquierda de que se olvidaron de ser judíos, ha promovido la incitación contra los árabes del país, calumniándolos por ejercer su derecho democrático e ir “como hordas hacia las urnas pagados por ONGs izquierdistas”. Y como si no fuera suficiente, su incondicional respaldo al presidente Trump lo ha llevado a apoyar la construcción del muro en la frontera con México, y a guardar un escandaloso silencio frente a los sucesos antisemitas acaecidos en Charlotsville. Pareciera que su objetivo fundamental fuera unicamente la conservación del poder.

Querida dirigencia comunitaria de México: si acaso, a pesar de lo anterior, han decidido que es obligatorio y fuera de cuestión encontrarse con el mandatario en turno del Estado judío, quisiera pedirles que en su próxima reunión con él tomen en cuenta a la ciudadanía israelí y a sus hijos. Queremos saber a nombre de qué proyecto seguiremos enviando a nuestros hijos al ejército. Queremos saber en qué consiste el contrato entre las dos partes: la ciudadanía y su gobierno. Les pido que le exijan, que le demanden una respuesta clara y contundente al primer ministro israelí, que no se esconda detrás de declaraciones vanas y vacías, de afecto y condescendencia hacia el pueblo judío y hacia la comunidad judía mexicana. Un ciudadano común, como yo, no se puede acercar a él. Pregunten por mí, hagan evidente este cuestionamiento. Queremos saber para qué, en nombre de qué nos piden cumplir con nuestras obligaciones ciudadanas más elementales, y qué es lo que nos toca recibir a cambio. No decirlo de su parte es inmoral, y no preguntárselo si se tiene la oportunidad, es ser complaciente con el juego sucio que este gobierno ha estado practicando en detrimento de la seguridad y el destino del Estado de Israel y el pueblo judío.

Muy respetuosamente
Leonardo Cohen