Enlace Judío México.- En “Retrato de una dama”, cuyo título original es The Portrait of a Lady, la novela de Henry James publicada durante los años 1880 y 1881, se cuenta la historia de Isabel Archer, una mujer estadounidense que desafía el reto de seguir sus ideales y convicciones y que se deja caer en las redes del amor buscando un marido europeo.

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Al igual que en otras novelas de James, la trama transcurre principalmente en Europa, particularmente en Inglaterra. Una muchacha norteamericana inquieta, curiosa, y con ansias de vivir, un personaje moderno, una chica libre de prejuicios sociales que quiere casarse con un europeo, y termina casándose en Inglaterra, teniendo que lidiar con una sociedad que le exige un compromiso matrimonial casi de monja. La gran diferencia entre el carácter libertario estadounidense y el europeo lleno de prejuicios en aquella época.

El tema que se repite en la obra de James es el enfrentamiento de la cultura americana y la cultura europea. La mujer norteamericana, deseosa de casarse con “un europeo”, representa un paradigma de mujer completamente distinto al de la mujer europea. Estados Unidos era un país nuevo, sin tradición de clases sociales, con ideas democráticas y geografía con límites que se modifican constantemente. Un hervidero de razas, lenguas, culturas, un mundo distante, plural, en donde estas señoras americanas tenían mayor espacio vital. Frente a ellas, las europeas son mujeres victorianas, sometidas a un sistema social rígido y a unas tradiciones inquebrantables, por lo tanto responden a otro esquema y tienen otro patrón de conducta.

Más adelante, en 1962 se publicó en Estados Unidos ”El Grupo”, una sátira medio cruel acerca de las jóvenes norteamericanas que siendo ingenuas, pensaban que podían combinar el mundo que deseaban (el de los hombres europeos) y aquél del que eran ricas herederas (el de los norteamericanos).
Me acordé de estas novelas porque aquellos tiempos en que las mujeres gringas buscaban un marido europeo han terminado. Y una se pregunta: ¿qué harán ahora las ricas herederas norteamericanas que antaño buscaban un marido europeo? Porque éstos, están en extinción. ¿Saldrán acaso a buscar maridos a la China?

El apocalipsis del fin del mundo con el cual algunos religiosos de toda estirpe siempre están amenazándonos y asustándonos, no ha llegado. No se percibe ninguna “gran” guerra de civilizaciones en el horizonte presente que acabe con el planeta Tierra, y sin embargo, Europa sigue ahí pero ya no es la región segura que conocíamos. Quizá hoy esté más cerca de El Andalús que de los sueños de igualdad, libertad y fraternidad del comienzo de la era de las naciones modernas.

La profecía de Oriana Fallaci, la escritora, periodista y activista italiana cuando hablaba del Islam como la gran amenaza de nuestros días, a quien nadie parecía prestarle atención, se reaviva en nuestros días. Visitar la Torre Eiffel, el Big Ben, o las Ramblas en Barcelona es cosa que hay que pensarlo. Europa ha sido escenario durante el 2017 que pronto se termina, de al menos 17 atentados terroristas que han dejado decenas de muertos y cientos de heridos. Todo en nombre de un dios que no es de origen europeo. La mayoría de los ataques han sido obra de simpatizantes del autodenominado Estado Islámico (Daesh en árabe o Isis en inglés). Entre los países afectados por la ola de ataques terroristas se encuentran Turquía, Suecia, Francia y el Reino Unido, es decir, países europeos.

Ya lo saben muchos asustados, o asustadas, (a otras, las ya casadas no nos importa), pero la población europea cada vez es menor y cada día hay más “no europeos” por ahí. Personalmente no entiendo por qué la gente se asusta, pues también, y silenciosamente, en el año 476 se cayó el Imperio Romano de Occidente, devorado por los bárbaros, y el de Oriente sobrevivió durante mil años más, hasta que los turcos, en 1453, derrocaron al último emperador bizantino. También se acabó la edad de oro del Islam en Europa a partir del siglo XIII. Y esta situación, que se repite en la modernidad, parece brincar en la historia como una simple reincidencia demográfica. ¿A qué tenerle miedo entonces?

Si nos metemos al internet y miramos las estadísticas, veremos que en 1940 por ejemplo, la población del mundo era de 416 millones de habitantes, es decir, antes de la Segunda Guerra Mundial, y la población europea representaba entonces un 22 por ciento del total. Termina la Guerra, y un tiempo después el porcentaje había bajado en un 15 por ciento. Hoy en día apenas si llega al 10 por ciento. Es decir, que solo 5 % de los habitantes del planeta son europeos. ¿Y eso qué? ¿Tiene importancia? ¿Será que muy pronto Europa desaparecerá según pronósticos de algunos y las adineradas norteamericanas comenzarán a imaginarse un futuro sin maridos potenciales? Es decir, y esto es elemental mis queridos y asustados Watsons, habrá más de “ellos” y menos de “nosotros”, ya que desde hace años, Europa tiene un crecimiento casi nulo.

Según los “sabedores”, gente que se ocupa de las estadísticas y demás yerbas, para que una comunidad continúe existiendo, necesita alcanzar un crecimiento de por lo menos 21 hijos por mujer como promedio. Es lo que se llama el “nivel de reemplazo”; nos referimos a la fecundidad mínima necesaria para que una población cerrada, sin sus inmigrantes, se mantenga indefinidamente en el tiempo sin disminuir su volumen.

Ahora bien, ¿por qué será que Europa ha dejado de crecer y más bien cada vez disminuye más en su componente de población originaria? Nos referimos obviamente a los europeos, a los “nosotros”, que cada vez somos menos. ¿Y nuevamente la pregunta: tiene esto importancia?

¿Será este el precio del progreso? ¿De los lujos y placeres que tanto nos agradan? con el deseo de tener cada vez menos hijos para pasarla bien, y un alto crecimiento en la expectativa de vida, lo que nos liga a sueños no tan imaginarios de inmortalidad. Cada vez la vida es más larga por los avances médicos, por no decir que cada vez hay más viejos y viejas, palabras que se ha convertido en tabú, términos que están tan devaluados porque vulgarmente se dice que “viejos son los trapos”, y se han ido sustituyendo por otras denominaciones como: anciano, adulto, que suenan mejor, ya que los viejos son como los trapos, ese terrible prejuicio social de que son lentos, improductivos, incapaces de adaptarse y comprender los cambios permanentes que se producen en la sociedad.

Cada vez hay menos matrimonios, ya que ¿para qué casarse? y cada vez hay más divorcios (probemos nuevas relaciones, si total vamos a vivir más de cien años…). ¿Sabía usted que en los países del norte de Europa y en Inglaterra por cada dos matrimonios, hay un divorcio? ¿Y que en Israel la situación no es tan diferente? En eso también parecemos una sociedad europea. Y yo, que soy también europea, también latina, y también del Medio Oriente, me veo repetida en todas las situaciones, sin encontrar muchas diversidades en el juego de las diferencias.

Pero volviendo a nuestro tema. A Europa siempre se le llamó el “Viejo Mundo”, y esto se refería a los lugares de la tierra conocidos por los europeos antes de los viajes de Cristóbal Colón: Europa, Asia, África y las islas adyacentes. El término es el opuesto al de Nuevo Mundo, que da a entender a América. Toda América. Hoy día ese término de Viejo Mundo es casi literal, pues cerca del 18% de la población europea tiene más de 65 años, y en el resto del mundo los menores de 15 representan algo más del 40 por ciento del total, mientras que en Europa los jóvenes apenas si pasan del 20 por ciento de la población. Y muchos nos preguntamos: ¿cómo será un mundo sin Europa? Quizá la solución haya que buscarla en Japón (que tiene dilemas similares) o en la China, no tan milenaria.

En un pasado recuerdo que se hablaba del “peligro amarillo”, que a mí me parece un lindo color. Hoy tenemos otra aplastante realidad económica y social. Los centros de poder y de concentración de la riqueza están en manos de “otros”. Empieza a constituirse un nuevo imperio conformado por los “Condenados de la tierra”, como los llamaba Franz Fanon, conocido pensador humanista francés, en la cuestión de la descolonización: pakistaníes, árabes, turcos, sirios, etc. ocupando el espacio europeo, pero cada vez con menos europeos. Y cada vez con más condenados a un mundo sin opción.

Y una pregunta que se repite: ¿Qué harán ahora las ricas herederas norteamericanas que siempre han querido un marido europeo…? ¿Qué harán sin hombres blancos en Europa? Quizá, la solución, haya que buscarla irremediablemente en un banco de semen.